CINE
Un cine donde la mirada es el narrador: Recordando a Eugenio Polgovsky
Fue en abril del año pasado. Encontré a Eugenio en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán, a las afueras de la Ciudad de México. Habían pasado ocho años desde que vino a los EDOC a presentar Los herederos durante la octava edición del festival. Desde el año pasado, soy parte del equipo de programación de Ambulante y estaba ahí para mediar la conversación que seguiría a la proyección de su última película, Resurrección.
Padecemos de una especie de ego-urbanismo; pensamos que todo comienza y termina en las grandes ciudades. Me interesa aprender y descubrir del campo, las áreas rurales donde la naturaleza y los humanos sobreviven de formas desconocidas, generalmente en gran desigualdad respecto a quienes viven en las ciudades. Me interesa retratar las formas de supervivencia de quienes han preservado sus tradiciones a pesar de la colonización y destrucción de muchas de sus raíces, pero ahí están, ahí siguen día a día, con su dignidad y respeto por la vida.
Esas palabras suyas, dichas en una conversación que tuvimos en Quito a propósito de Los herederos, resonarían años más tarde al descubrir Resurrección, su última película, la cual narra la historia de resistencia de una comunidad seriamente afectada por los efectos tóxicos de la contaminación del río Santiago, cuya mítica cascada El Salto de Juanacatlán, conocida como el «Niágara mexicano», se ha convertido en un reventadero de espumas insalubres que está envenenando a los campesinos.
Al terminar la charla, a pesar de que suponía un desvío, Eugenio insistió en dejarme en casa. En el demorado trayecto de vuelta, atascados en el tránsito por horas, tuvimos una conversación revitalizadora y sincera sobre lo que significaba para los dos cumplir 40 años ese 2017, la familia, los proyectos de vida y, de fondo, el cine. Los pasos elevados, el anillo periférico y el gris del concreto contrastaban con las liláceas jacarandas florecidas que se mezclaban con el paisaje urbano de la metrópolis. Fue uno de los momentos reconfortantes que viví en su ciudad y ahora que he vuelto a México, otra vez en primavera, pienso en Eugenio cuando el viento mece las jacarandas.
La partida de Eugenio ha volcado su futuro hacia atrás, al tiempo que retorna, con vigor, la fuerza de su mirada. Resurge también, con el mismo aliento, la singularidad de su quehacer artístico y una forma del compromiso mediada por la poesía de lo real, es decir, por los desfases simbólicos y fugas de afecto que surgen de la yuxtaposición de imágenes.
Estas palabras no son mías. Son de Mara, su hermana, quien ha asumido la misión de difundir la obra de Eugenio tras su muerte. Las escribió para un bellísimo texto publicado en la revista de Ambulante. Quisiera poder compartirlas todas.
Cuando Eugenio vino a los EDOC en 2009, tenía dos películas bajo el brazo. Era ya, sin embargo, un cineasta maduro. En su ópera prima, la estupenda Trópico de Cáncer (EDOC 5), retrataba la vida de familias de escasos recursos que encontraban en el comercio de animales exóticos su único medio de subsistencia. Trópico de Cáncer era una película sobria e inquietante, dueña de un lenguaje cinematográfico muy particular, que al mismo tiempo dejaba entrever esa inquebrantable preocupación social que lo movía como cineasta.
Los herederos daba un paso adelante en pericia técnica. Se trataba de una película modélica de imagen cercana y pulida con una pista de sonido, rica y colorida, armada de forma rítmica y precisa sobre una sólida estructura. En ella, el cineasta presentaba a un grupo de niños trabajadores de varias regiones de México, herederos de las herramientas de sus ancestros así como de la miseria que parece una espiral que no se cierra jamás.
Vendría después Mitote, filme que ponía de manifiesto «la estridencia sintomática de México», como lo definimos en nuestro programa de EDOC 12, un retrato delirante del Zócalo capitalino, con sus oradores espontáneos, chamanes mexicas, la Catedral Metropolitana de un lado y una pantalla gigante mostrando un partido de fútbol al otro.
Finalmente con Resurrección, que presentamos por primera vez en esta edición, se cerró ese círculo de cine en constante movimiento, fiel al corazón y al ojo de un cineasta que también se mostraba abierto a los cambios y a la posibilidad de ser otro en cada nuevo proyecto.
Para recordar la obra de Eugenio, vuelvo a una conversación de 2009:
El cine que me gusta hacer es un cine donde la mirada sea el narrador, como un barco al que uno sube y la historia es contada por las imágenes y sonidos, por las olas, el viento, los pájaros y los atardeceres. Creo firmemente en el poder metafórico del cine más allá del lenguaje verbal, como en la música, con su enorme gama de tesituras, bemoles y sostenidos. La realidad es como una partitura y la cámara puede leerla, darle vida, compartir el descubrimiento de un instante con el espectador venciendo al tiempo que todo se roba. El cine tiene el poder de compartir una mirada que puede ser habitada, caminada, vivida por otros de nuevo.
No son las circunstancias en las que hubiéramos querido acogerlo nuevamente, pero lo hacemos con afecto, con la conciencia de haber sido afortunados al descubrir algo nuevo del mundo a través de su mirada. (I)
***
* María Campaña Ramia es programadora de cine y documentalista. Fue Directora Artística de EDOC entre 2007 y 2016. Forma parte del directorio de la Corporación Cinememoria. Es programadora en la Gira de Documentales Ambulante, en México, y asesora de programación de EDOC e IDFA. En 2012 coeditó el libro El otro cine de Eduardo Coutinho. Vive en Río de Janeiro.
Artículo original de El Otro Cine, periódico producido por 17 EDOC y editado por Recodo.sx.