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52 segundos vuelve a las salas en la competencia de los Hot Docs

52 segundos compite en el Canadian International Documentary Festival.
52 segundos compite en el Canadian International Documentary Festival.
05 de mayo de 2018 - 00:00 - Redacción Cartón Piedra

Setenta horas después del terremoto del 16 de abril de 2016, el cineasta manabita Javier Andrade tomó una cámara prestada para documentar cómo Portoviejo, la ciudad en la que nació y en la que grabó su primera película, no volvería a ser la misma.

Pensó que su registro podía ser desde los hechos, desde cómo se enfrenta un suceso de esas magnitudes cuando no se está preparado para ello. Pensó en lo inmediato. Hasta que llegó a casa y se quedó a ayudar a ordenar el negocio familiar del cual debía haberse hecho cargo, así como sus hermanos, de no haber decidido ser cineasta.

El Banco de Manabí, la empresa que fundó su abuelo, estaba destrozado. La infraestructura que mantuvieron por años debía derribarse. No hubo pérdidas humanas, pero la gente no podía sacar su dinero y todos en casa se movilizaron para resolverlo. Su sobrina Mila estaba por cumplir 3 años y a pesar de la crisis debían celebrar la vida.

Andrade encontró la excusa en el terremoto para hacer algo que siempre quiso: registrar a su familia, contar la receta del seco de pollo de su abuela y sus relatos en Bahía de Caráquez. Los protagonistas son las mujeres de la familia y el padre. El cine le sirve para sanar y al mismo tiempo registrar un momento en el que todos están obligados a reconstruirse.

«¿Por qué quieres hablar de nosotros si hubo gente que sufrió mucho más?», le pregunta su padre, frente a la cámara, mientras revisa llamadas y el cineasta tiembla detrás sin lograr un buen encuadre.

«Hay una vorágine de ideas caóticas que no puedo procesar, sino que filmo. No es hasta el montaje, con Carla Valencia, que decidimos que la única manera de que se sostenga esta película es que la narre alguien. Tiene que editarse en función de la experiencia, entonces el director —o sea yo— se vuelve protagonista», dice Andrade en una entrevista, minutos antes de entrar a una clase en la Universidad de las Artes.

Setenta días después del terremoto, Andrade empezó a registrar su ciudad.

Setenta horas después del terremoto, el cineasta se vuelve a encontrarse con la locación de la primera escena de su primera película, Mejor no hablar (de ciertas cosas). Es el lugar en el que el protagonista pierde su virginidad. «Usted es el de la película, dígale a los actores que el lugar en el que grabaron ya no existe», le dicen a Andrade personas que lo ayudaron como extras.

Encuentra en la calle a gente que cuestiona la entrega de víveres, a los rescatistas que cuestionan las órdenes inmediatas para recoger los escombros, cuando aún hay gente que rescatar.

Una tarde de esas en la que los trabajadores del banco se movieron a la casa familiar para trabajar, Andrade se camufló en el cementerio y registró las tumbas caídas, destrozadas. Vio cómo la naturaleza también hizo efecto sobre la muerte.

Esa misma noche, mientras cenaba en casa, su hermana le dijo que afuera había una procesión. Salió con la cámara y vio cómo la gente le pedía enfurecida a un Dios —en el cual él no cree— que mire hacia ellos, que los perdone. La gente camina y canta mientras promete mirar más hacia su creador, como consideran que hicieron otros pueblos a los que el terremoto dejó menos heridos. Andrade registra el sentimiento de culpa que dejan en los hombres los efectos de la naturaleza.

Un año después del terremoto, el registro del cual se apropió al ponerle su voz en off y contar la historia sobre por qué se empeña en contar la vida de su familia durante el terremoto, 52 segundos, se estrenó en salas. La propuesta era que toda la taquilla vaya a Manabí, pero muy poca gente quiso verla. El cineasta lanza hipótesis: «Tal vez se rehusan a enfrentar algo así, tal vez tenga que ver con que esta historia es más particular».

Han pasado dos años del terremoto, y esta película emotiva acerca de una historia familiar empieza su gira por competencias en festivales en los Hot Docs, en Toronto, Canadá. Para Andrade, se trata de una reinvindicación sobre un trabajo que merece ser visto. (I)

La abuela, la madre, la hermana y la sobrina de Andrade son las protagonistas.

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