Publicidad

Ecuador, 24 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Últimas imágenes del Oscar

Últimas imágenes del Oscar
03 de marzo de 2013 - 00:00

Definitivamente Michael Haneke es todo lo contrario a Steven Spielberg. Con “Amour”, una historia sencilla contada a partir de elementos y recursos mínimos, el austriaco logra plantear temas universales que muestran, con profundidad, la naturaleza de los afectos hasta sus extremos primarios.

Mientras que en “Lincoln”, el estadounidense no consigue dejar en claro el discurso que persigue, más allá de la rimbombancia y la grandilocuencia. Spielberg no logra disipar el encanto visual de la adaptación del espíritu de la época para que finalmente el envoltorio descubra una serie de ideas confusas y apagadas.

Haneke renuncia a todo tipo de efectismo narrativo. Hay escasez de movimientos de cámaras. No existe música incidental, ni siquiera en los créditos finales (lo que aumenta la posibilidad de reflexión del espectador), hay contadas locaciones y pocos actores, pero el resultado es devastador, total. El tema y la forma en la que el director cuenta este relato –llevado más por preocupaciones artísticas y filosóficas- permite que la película se vuelva infinitamente conmovedora y trascendental.

Haneke rehúsa mostrar el espectáculo y prefiere quedarse en la reacción del público, lo hace literalmente en una de las primeras escenas del filme, cuando evita girar la cámara hacia el escenario y permanece en el plano general del público que asiste a la función. Incluso el factor sorpresa no es necesario. Desde el inicio de la película el realizador austriaco muestra a la protagonista muerta. En la historia no hace falta ese giro brutal que conduce al desenlace, el público lo intuye de antemano y, más bien, es la forma en que se desarrollan las relaciones de estos dos amables personajes que se encuentran en el ocaso de sus vidas lo que interesa.

Sin embargo, Spielberg tiene la necesidad de transformarlo todo en espectáculo, incluso si su película pretenda ser hiperrealista, está filmada casi exclusivamente en interiores y haya una apuesta más por los diálogos que por la acción. El director no abandona nunca la propuesta de hacer del cine un espectáculo, algo que se evidencia en la escena crucial de la  votación final sobre la ley de la abolición de la esclavitud, tema principal de la película, está armada de tal manera para que el espectador siempre tenga la oportunidad de ser quien profiera el último voto.

Los acercamientos a los primeros planos, la música del inefable John Williams dispuesta siempre para sacar una sonrisa o un suspiro entre los espectadores más cándidos. Pues para el cine de Spielberg el efectismo es fundamental. Para construir un relato de un proceso democrático –más que de un personaje- Spielberg apuesta por la recreación precisa fundiendo el drama personal con una puesta en escena soberbia, donde todo cabe perfectamente: su reparto, su banda sonora, el vestuario, el maquillaje y, por supuesto, las fórmulas dramáticas. Lastimosamente, el resultado es un alejamiento casi por completo del discurso personal para entregarse, sin restricciones, a las lógicas de la industria.

Más allá de la reconocida capacidad cinematográfica de Spielberg, el realizador termina por hacer en “Lincoln” un trabajo similar al del maestro erudito que conoce al derecho y al revés la materia, pero le resulta imposible que deje de ser aburrida su clase de Historia.

Por ello, quizá  el gran perdedor en la pasada entrega de los premios Oscar es precisamente el director judío americano. Pues en una ceremonia que no representa más que un acto de autocomplacencia de una poderosísima y multimillonaria industria resulta poco menos que llamativo que una película y un director que se adhieren convenientemente a las políticas de la Academia no hayan sido favorecidos más que en un par de categorías de las 12 nominaciones por las que participaba. Algo bastante similar a lo que sucedió en 1985, cuando su filme “El color púrpura” participó en 11 categorías y se quedó con las manos totalmente vacías. Algo similar a lo que sucedió el año pasado cuando aspiraba a seis estatuillas con su drama bélico “Caballo de guerra”, pero no ganó ninguna... La última cinta de Spielberg tuvo que conformarse con un premio técnico (diseño de producción) y otro para su protagonista, Daniel Day Lewis, quien ya había recogido el galardón en dos ocasiones anteriores (“Mi pie izquierdo” y “Petróleo sangriento”).
Incluso la excesiva lectura sobre aquel período de esclavitud en clave de spaguetti western dirigida por Quentin Tarantino convenció más a la otrora “completamente conservadora” Academia. Tarantino repitió como mejor guionista, algo que había conseguido –seguramente con mucho más méritos- con su película “Pulp fiction”.

El guión ganador de esta convocatoria no es el mejor. Y su principal falencia es precisamente la manía de Tarantino por no dejar ningún cabo suelto y buscar la conexión o el desenlace para cada una de las subtramas que aparecen en la película lo que incluso influye en el exagerado metraje de la cinta (165 minutos).

Aunque el filme, y como acostumbra el cineasta, presente momentos gloriosos como la contrarreferencia que hace de “El nacimiento de una nación”, de Griffith al momento de presentar la llegada del Ku Klux Klan.

Otra de las virtudes de Tarantino es la de regalar estupendos papeles cosidos a la medida de sus actores con entretenidísimas acciones y diálogos. En esta ocasión significó un segundo Oscar para Christoph Waltz, quien ya había alcanzado este galardón por otra cinta del mismo director: “Inglorious basterds”. Pero si en 1994 el Oscar a Mejor Guión fue una especie de compensación a Tarantino por no haber conseguido el de Mejor Director o de Mejor Película –pues el bueno de Forrest Gump se los había quitado todos-, este año, quizá, era una compensación a su carrera o una pista más sobre la diversidad que tuvo la repartición de galardones.

En la pasada entrega de los Oscar no hubo un claro ganador. Y los premios se repartieron entre varios filmes. La ausente más notable fue sin duda la película “The Master”, un relato ambientado en los años 50, que muestra la relación de un líder religioso (Phillip Seymour Hoffman) con su joven discípulo (Joaquin Phoenix) utilizando el nacimiento de la Iglesia de la Cienciología como excusa. La cinta de Paul Thomas Anderson debía haber, no solo competido, sino triunfado en varias de las categorías; la mirada política fue, más bien, la que imperó sobre la ceremonia.

Además de “Lincoln”, la historia de “Argo”, de Ben Affleck, también tenía fuertes conexiones con la Casa Blanca, razón por la cual se consiguió vincular el interés de la primera dama, que fue, precisamente, quien anunció a la ganadora en la categoría de Mejor Película, cinta a la que incluso, el ex presidente Jimmy Carter había mostrado su aprobación. Más que políticamente correcto, Affleck agradeció y glorificó las cualidades de Spielberg como director. “Argo” triunfó como Mejor Película, pero Affleck todavía no goza de la credibilidad suficiente como para que la Academia lo nomine como Mejor Director.

“Zero Dark Thirty” también fue otra de las cintas nominadas que tocaba un tema político como fue la caza de Osama Bin Laden por parte de la CIA. Su directora Kathryn Bigelow ya había ganado el máximo galardón por su filme “The hurt locker”, sobre los adrenalíticos desactivadores de bombas en la guerra de Afganistán. Pero en esta ocasión la primera mujer directora en recibir un Oscar en esa categoría no lograba repetir, en una película que volvía sobre el género bélico con una mirada audaz que lamentablemente al final no podía dejar de desnudar cierto sesgo democrático-propagandístico al servicio de la maquinaria bélica estadounidense.

Pero más allá del ajuste político en las cintas nominadas, la pieza indie mostrada con “El lado bueno de las cosas”, la trascendencia espiritual “light” de “la vida de Pi” y una ceremonia plagada de bailes y musicales, los Oscar de este año mostraron que en la poderosa industria de Hollywood continúan dominando las lógicas de mercado y las tendencias.

Ya a estas alturas podría resultar inútil la reflexión sobre la verdadera validez que tienen los Oscar en cuanto a si las películas premiadas responden más a su calidad artística que a las intensas campañas mediáticas que emprenden las poderosas empresas productoras, pues es obvio que aunque por momentos sus decisiones puedan coincidir con la crítica más que con la taquilla, siempre terminan por mirarse el ombligo.

Aunque quizá  ya no resulta evidente aquella debilidad que mostraba Hollywood hacia ciertos temas morales o relatos de personajes con deficiencias físicas o mentales; parapléjicos, autistas o simplemente tarados. Precisamente en este año, revalidando esa diversidad que caracterizó a la gala Jennifer Lawrence (“El lado bueno de las cosas”) haya vencido a una estupenda Emmanuel Riva. Así quedaba saldada la cuota de cine semiindependiente emulando a otras entregas en donde se hizo lo mismo con películas como “Juno”, “Sideways” o “Little Miss Sunshine”.

En ceremonias anteriores ha sido común que la Academia premie a las cintas donde las idealizadas, pero evidentes, acciones humanitarias relatan modernos cuentos de hadas con personajes blancos que exudan bondad desinteresada hacia los afroamericanos. Así triunfó Sandra Bullock en 2010 con “The blind side”. Y así compitió el año anterior “The help”, un relato sobre la toma de conciencia de una joven blanca, ante el violentísimo trato sobre el servicio doméstico afroestadounidense. Y de esta manera arrebató, tras su sobrecogedora interpretación en “Precious”, su segundo Oscar a Penélope Cruz.

En contraste con estas notables tendencias, la Academia ha sabido complacer a un mercado de minorías que ha coincidido con momentos de evidente ascenso económico. En los premios de 2001, además del Oscar honorario a Sidney Poitier, Denzel Washington y Halle Berry ganaban como mejores actores.
En 2005 sucedió algo similar con otra minoría. En las pantallas se presentaba amenazante un fenómeno gay con títulos que prometían tomarse los Oscar. “El secreto de la montaña”, “Capote” y “Transamerica”, mostraban entre sus personajes principales a vaqueros enamorados, escritores homosexuales y transexuales.

Ang Lee, triunfador como Mejor Director de la gala de este año se alzaba como Mejor Director por primera vez en aquella ocasión.
El año siguiente, el mercado latino logró hacerse presente en los premios de la Academia. “Babel”, de Alejandro González Iñárritu o “El laberinto del fauno”, de Guillermo del Toro, guiaban la nominación de Adriana Barraza como Mejor Actriz de Reparto.

El año pasado hubo un fenómeno interesante. El propio cine y su historia fueron motivo de homenaje. Que “El artista”, un largometraje silente, filmado en blanco y negro y de un director francés como Hazanavicius haya sido el gran triunfador de aquella noche podría hacernos pensar en que una osada apuesta de la Academia por una propuesta artística era posible.

Sobre todo cuando el gran rival a vencer era la primera incursión de Martin Scorsese en el cine familiar: “Hugo”. Mas, sin que ese año haya llegado a ser una verdadera reivindicación de la Academia a las propuestas artísticas, la coincidencia mostró que las dos películas más ganadoras de la noche podían ser dos emotivas declaraciones de amor al cine.

Pero más allá de intenciones y tendencias lo que aún es evidente es que el marketing impera en la industria y en la Academia. La presencia misma de la primera dama de EE.UU. responde al tenaz cabildeo que propuso el poderoso productor Harvey Weinstein, quien es conocido por gastar en millonarias campañas de sus películas que se traducen en nominaciones y premios y que a la vez le devuelven la fuerza de mercadeo a esas cintas para que tengan retribución en la taquilla.

A veces parece que los tiempos han cambiado. Ya el teatro donde se celebra la entrega no se llama Kodak, sino Dolby, como símbolo del indetenible avance de la tecnología y la era digital. Y mientras tanto, los Oscar no dejan de generar más dudas sobre su calidad como reconocimiento.

Ahora, aparentemente, ganó la diversidad. Sin embargo lo único que queda claro es que continúa primando esa autocomplacencia infinita.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media