PERSPECTIVA
Luis Ospina: Lo que más educa es el mal ejemplo
“Por acá han pasado cosas, digo, en esta ciudad tan famosa que uno ha hecho tan famosa pero que casi todo es mierda”, dice una carta de 1971, firmada por el escritor Andrés Caicedo y dirigida a su colega Luis Ospina. La escribe amargado porque la única oferta de cine que existe en su ciudad son las películas que él mismo consigue. Son las que proyecta en el Cine Club de los sábados, que crearon ambos junto con Carlos Mayolo y Ramiro Arbeláez.
En Cali ya se cocinaba algo que iba a cambiar para siempre el modo de entender el cine en Colombia. Esos cuatro, conocidos como el Grupo de Cali, habían fundado Ojo al cine, una publicación de crítica audiovisual, considerada como la primera revista moderna de Colombia. En su documental Todo comenzó por el fin (2015), Ospina recuerda esos momentos. Esa es una de las películas que se exhiben en la actual edición del festival EDOC (Encuentros del Otro Cine). El cineasta colombiano es uno de los invitados que han llegado al país, y el EDOC le dedica la sección ‘El fin justifica los medios’, una retrospectiva en la que se incluyen nueve de sus documentales.
Obra
Más de treinta producciones ha dirigido Luis Ospina, la mayoría de ellas, documentales. El suyo es un cine militante que quiere provocar reflexiones al espectador desde distintos frentes.
Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986), un homenaje póstumo a su amigo Andrés, muestra la tristeza y la ira que de forma simultánea le provoca a Ospina la desmemoria. Alguna vez, Caicedo dijo: “No importa lo popular que uno sea sino la huella que deje”. Al inicio del documental, Ospina le pregunta a la gente si sabe quién es Andrés Caicedo. Las respuestas demuestran la ignorancia y el desconocimiento del pueblo caleño y provoca tanto risa como pequeñas dosis de odio.
La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo (2003), toma a un escritor polémico (Vallejo está peleado con la mitad más uno de la gente de Colombia) y lo convierte en alguien cercano. Siguiendo una estructura literaria y una intensa intertextualidad con obras de Vallejo y otros escritores, el documental consta de un prólogo con epígrafe y nueve capítulos (también con epígrafe cada uno) alrededor de diferentes episodios de la vida del escritor. Y deja una sensación de inverosimilitud: ¿Es Vallejo como lo pinta Ospina?
Un tigre de papel (2007) cuenta la historia de un tal Pedro Manrique Figueroa, el inventor del collage en Colombia, símbolo de una generación de artistas que terminaron desencantados después de pasarse media vida militando por la izquierda. Pedro Manrique Figueroa nunca existió. A través de una serie de datos reales, Ospina inserta a Manrique en la historia colombiana. Se trata de un ensayo en forma de falso documental que reflexiona sobre la historia de su país en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI.
Todo comenzó por el fin (2015) habla sobre esos veinte agitados años (1971-1991) en los que una pandilla de cinéfilos se dedicó a las tres cosas que más disfrutaba: rumbear, vivir la ciudad, hacer cine. Son las memorias del Grupo de Cali.
Estas son algunas de las cintas de Ospina que se proyectarán en el XV Festival EDOC, comoparte de la retrospectiva ‘El fin justifica los medios’.
Ospina y Colombia
Desde 2009, Ospina dirige el Festival Internacional de Cine de Cali. Luego de casi veinte años de haber dejado su ciudad, había vuelto para imprimirle una fuerte dosis de cine independiente. Era un festival arriesgado. Fue criticado por darle la espalda a Hollywood y a las grandes producciones europeas para dar paso a aquel cine que no se suele encontrar en las salas de América Latina. Pero una de las funciones de un festival de cine es hacer visible lo invisible. “Los festivales son necesarios para la formación de público. Sobre todo con un público como el nuestro que está muy mal educado por el cine norteamericano”, dijo Ospina en una entrevista con El País de Colombia.
Siempre he dicho que lo que más educa es el mal ejemplo. Y creo que Mayolo y yo y el grupo que funcionaba en torno a nosotros, dimos el mal ejemplo en el sentido de que había que ser diferente, había que ser independiente, cambiar la visión que se tenía del país. Antes de Andrés Caicedo la literatura era rural: el bobo del pueblo, la prostituta, la violencia de ese momento. Nosotros nos concentramos en lo urbano, tanto en los documentales como en las películas de ficción porque precisamente veíamos que había un bache allí que había que llenar.
Luis Ospina, El País, Colombia
Al mismo tiempo que se pasea por festivales de la región, ha abandonado las grandes salas, que en su juventud consideraba como templos. Ospina creció viendo las películas de los años dorados de Hollywood, con John Ford, Jerry Lewis o Billy Wilder, coetáneos de Buñuel, Ingmar Bergman y Kurosawa. “Eso lo extraño y por eso ahora voy muy poco a cine”, dice, dice este cinéfilo que consume muchísimas películas, pero en casa o en festivales.
Décadas después del surgimiento y las andanzas del Grupo de Cali, Ospina sigue preocupado por la forma en que se produce cine en su país. Cree que el éxito que ha tenido la televisión colombiana —con novelas que se exportan a países tan lejanos y con culturas tan diferentes como Rusia o Corea— ha significado un problema para el desarrollo de su cine. Las cintas colombianas que tienen éxito en la taquilla, dice, son aquellas que se basan en la gran producción televisiva, “con el ‘star system’ de la televisión, con la narrativa de la televisión y basada en la comedia televisiva”.
Esta fórmula del éxito, probada y repetida, cree, ha deformado al público.