Letras
Laura Restrepo: «Hay que estar por la paz»
Laura Restrepo (Bogotá, 1950) llega agitada a la entrevista. En el camino, la escritora colombiana, ganadora del Premio Alfaguara de Novela en 2004 por Delirio, ha sido detenida en casi todos los estands de las librerías que participan en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. La han retenido para saludarla, fotografiarse con ella, hacerla firmar libros y recomendarle nombres de autores ecuatorianos. En su funda de compras se avizoran varios títulos: La muerte silva un blues, de Gabriela Alemán; El viajero de Praga y Hoteles del silencio, de Javier Vásconez; y María Joaquina en la vida y en la muerte, de Jorge Dávila Vásquez.
«Hoy estaba leyendo a alguien que decía que en Colombia los escritores, parece que desde hace tiempo, se están moviendo con absoluta libertad. Creo que la ruptura con Gabriel García Márquez se dio hace mucho, pero fue una ruptura amorosa, fue como el reconocimiento de que es un clásico, y los clásicos nos pertenecen, son nuestros como también lo son Quevedo y Cervantes. Cada quien escribe como que a su aire: es decir no hay canon, no podrías agruparlos en una generación porque los intereses son distintos, hay libertad. Creo que el fenómeno de la diáspora tiene mucho que ver con eso. La mayoría de los escritores en Colombia, o viven afuera, o han vivido por fuera y el territorio ya no los unifica tanto. El desplazamiento les ha abierto las puertas a una gran libertad de expresión», dice la autora que llegó a la ciudad para presentar su más reciente trabajo, Pecado, una amalgama de historias en la que las dicotomías morales se diluyen, y donde se propone un tipo de ética laica, alejada de los prejuiciosos religiosos o, más precisamente, dogmáticos.
¿Se ha debilitado la ética religiosa? ¿Qué consecuencias trae este fenómeno?
La idea que da lugar al libro es que el dictamen religioso, la ética religiosa, que tiene sus propios criterios sobre el bien y el mal, y que ha regido durante siglos en la humanidad, se va diluyendo. La humanidad ya no la acata y, sin embargo, no permite que se construya una ética civil que la reemplace, y caemos en un vacío, en una falta de códigos de convivencia. Esto empieza a volverse visible en el espectro internacional y amenaza con abrir verdaderas troneras. No sabemos adónde vamos a parar.
¿Cómo se expresa esa falta de códigos?
Te doy dos ejemplos que para mí lo hacen evidente: el señor Trump como figura acogida por millones de seguidores y cuyo credo parece ser la antiética. Es decir, la falta de respeto por los demás, el desprecio por quien es distinto, la desconfianza por cualquiera que no piense como tú, que no sea de tu color, que no tenga tus mismas creencias. Y el otro ejemplo de que no hay un código de convivencia, de respeto, de amor por el prójimo, es la crisis de los refugiados que viven en Europa. Sin dar ningún tipo de respuesta, lo que planteo es poner esas discusiones sobre el tapete. El reto es salir de la posición maniquea: aquí el bien, aquí el mal. Yo bueno, tú malo. Esa es la vieja lógica que, además, es una lógica de guerra: yo estoy bien si tú estás mal. Entonces la pregunta es cómo romper esa dicotomía, cómo partir de cero y lograr una especie de ética que nos rija a ti y a mí.
Ha mencionado ejemplos de antiética en Estados Unidos y Europa. ¿Cómo se manifiesta en América Latina?
Creo que permanentemente, nosotros vivimos muy metidos en eso. Está el desprecio con los menos favorecidos. No hay en términos de política una ética que nos rija. En general no creo en la Iglesia, pero me gusta lo que ha dicho este Francisco: si hay algo en lo que no hay ética es en el capitalismo porque es ese perseguir las ganancias y el provecho propio. Es como un problema en el que no hay pie para la ética.
¿Cuáles fueron sus referencias para armar un libro sobre la ética?
Soy muy lectora de ensayos y lo que primero traté de leer, lo más que pude, fue a autores que te pintan el cuadro internacional, que te ubican en qué momento de la historia va la humanidad. Por ejemplo está Slavoj Žižek o Peter Sloterdijk, de tendencias distintas, pero que son personas que te permite prever lo que pasará más adelante. Creo que este tipo de discusiones son sobre el futuro, para que seamos capaces de llegar a acuerdos humanos básicos. Parte de la ética tendría que pasar por determinado trato no solo entre los seres humanos, sino entre la naturaleza, con los animales. El egoísmo y el beneficio propio tienen que ceder a relaciones de colaboración, de respeto, de cariño, de beneficio recíproco. También leí, desde luego, viejos textos filosóficos sobre la ética, empezando por Aristóteles y todos los maestros en ese terreno.
¿Todo esto con la intención de llegar a alguna conclusión?
No, pero sí para plantearle al lector el reto moral de presentarle personajes que se mueven, nadan en esas aguas turbias de lo que llamamos el mal, y que sea ese mismo lector quien juzgue. El autor solo presenta, trata de indagar en los motivos de las personas, reflejar sus explicaciones de por qué están haciendo tal cosa. El autor plantea, quizás, una mirada cariñosa frente a la raza humana, sin entrar a juzgar de antemano situaciones moralmente complejas.
En la composición de este libro, que se podría leer como una novela fragmentaria o como textos aislados, ¿se propuso hacer una gran historia o una gran narración?
Siento que cada tema impone una forma, y recurrí a una movilidad grande en distintos géneros narrativos: que de la novela se pudiera pasar del relato al ensayo; de la realidad a la ficción, y del reportaje a la narrativa, sin solución de continuidad, que eso fluyera. También hay un intento de nivelación en el terreno de la cultura. Se citan grandes referencias, emblemáticas del arte, como es el cuadro ‘El Jardín de las delicias’, del Bosco, pero también hay elementos de la cultura popular, todos puestos en el mismo terreno. Quería que el libro fuera una especie de ejercicio: borremos todo prejuicio, categorización que venga de atrás y empecemos de cero, con la cabeza fresca dispuesta a mirar.
¿Cuánto pesa su pasado como periodista y su presente como académica al escribir?
Muchos de mis pecadores venían de atrás. Yo los había ido recopilando a lo largo de los años, entonces algunos, varios, vienen de viejas entrevistas mías, otras de nuevas entrevistas que hice para el libro. Siempre he creído que uno de los aspectos más difíciles es indagar en los motivos que tiene la gente para hacer las cosas. Tú puedes explicar desde tu punto de vista, pero esa es tu lógica muy personal, y el entendimiento de la lógica de los demás pasa en buena medida por preguntar. La gente tiene estructuras más complejas que lo que una sospecha. Y en este terreno del bien y del mal, de las decisiones que conciernen la conducta o el espectro ético, cada quien tiene un andamiaje muy particular hecho en su cabeza. Entonces los reportajes, las entrevistas fueron claves para armar la historia de Ana, la protagonista del capítulo del incesto, o Ema, la protagonista del capítulo sobre la descuartizadora.
¿Algún capítulo viene de su biografía?
El primer capítulo, que aborda la pérdida del paraíso y que está acorde con el drama del cuadro del Bosco. Ensayando cómo voy a exhibir el paraíso, lo que siempre se me venía a la cabeza era un rancho hecho de paja que tuvo mi madre durante muchos años en un lugar hermoso, que perdimos por la violencia. Mi madre tuvo que venderlo por la presión de los paramilitares y para mí eso siempre fue el paraíso perdido. Todas la descripciones del lugar en el capítulo se refieren a ese sitio. Si bien la historia es una historia de amor, es ficticia, lo demás no, son recuerdos, ahí crecieron los hijos míos, los de mi hermana, la familia siempre estuvo reunida.
En ese primer relato habla de la indiferencia, un nuevo pecado capital…
En Colombia y en los países nuestros ese es un pecado que estamos cometiendo y presenciando permanentemente. Y eso en la historia al mismo tiempo me daba lugar para quitar de la lista un viejo pecado como puede ser la lujuria. Lo que pretendí era hacerle creer al lector que el pecado en cuestión (la lujuria) era la relación en la cama entre la Susana media (una de las protagonistas) y el pescador del pueblo, para luego desviarle y decirle «no, finalmente lo que ellos hicieron en la cama no tuvo trascendencia». El problema severo es lo que sucede después, ese último pecado que es el de la indiferencia, el de ser incapaz de mirar a los demás, de darse cuenta de que para lo que alguien era un paraíso para otra persona era un infierno.
Hay un universo femenino muy marcado en su obra, llena de mujeres que interpelan la vida a cada momento. ¿Cree que son más propensas de ser prejuiciadas?
Puede ser, pero lo que creo también es que la mujer tiene más agilidad para zafarse de eso. Tengo una gran admiración por la capacidad de decisión de la mujer latinoamericana sobre su propio destino. Esto se puede ver en el personaje de Ana, quien entra al incesto por decisión y sale de él cuando ella lo decide. Ella, a pesar de ser la adolescente es como el único personaje adulto, pues su padre y su madre están como infantilizados. Entonces me gusta esa fortaleza que tiene la mujer para romper viejos esquemas, su vocación de libertad. Quizá por la mayor presión que hay sobre ellas para que se atengan a viejos esquemas, también hay la necesidad de romperlos. Pertenezco a una generación en la que las mujeres le dieron un vuelco histórico a la manera de vivir. En el terreno sexual, que siempre ha sido el terreno donde se juzga a la mujer, la generación mía dio un vuelco a la libertad, irreversible en buena medida.
¿Se considera feminista?
Sí, en el sentido de que opino que la gran revolución triunfante del siglo XX fue la revolución femenina. Eso no quiere decir que no falte mucho terreno por recorrer, pero yo creo que la punta de lanza ya quedó. Es decir: falta todavía que hordas de mujeres logremos pasar al otro lado, pero sí creo que lo fundamental se logró, que la revolución triunfó. Y mi opinión con la cual a veces chocamos con ciertas feministas tiene que ver con que no basta con denunciar la situación de sometimiento, sino que cuando tú ganas una revolución asumes unos compromisos muy serios frente a la forma de vivir y frente al rumbo de la sociedad. Entonces, muchas veces, en mis obras la denuncia de una situación da paso a mujeres que toman las riendas y empiezan manejar esto para otro lado.
Usted que fue nombrada miembro de la comisión negociadora de paz entre el gobierno y la guerrilla M-19, en 1983. ¿Cómo mira el tránsito, el actual proceso de paz que lleva su país?
Creo que Colombia ha sido un país, una nación históricamente azotada, torturada por la guerra, por la violencia, pero al mismo tiempo es un país con una enorme vocación de paz. Se puede contar la historia de la guerra y de la paz en Colombia como dos etapas alternativas, como dos pasiones. A mí me tocó estar entre los protagonistas de esa negociación, que fue la primera en Colombia, pero también en América Latina. Era como la idea inconcebible de que un grupo armado pudiera llegar a términos de acuerdo con un gobierno para deponer las armas, y que se callaran los fusiles para que se escucharan las voces.
¿Cómo han diferido los procesos de paz?
Ha sido muy distinto. En ese momento la negociación era en caliente, sobre el propio escenario nacional, y yo creo que, por un lado, fue más violenta, más contradictoria, porque estaba surcada por permanentes hechos de guerra, atentados, muertes, pero al mismo tiempo, fue un proceso que arrastró mucha pasión popular. La gente se sintió involucrada desde el principio. Fue protagonista de ese proceso que para mí tuvo como culminación la Constitución del 91. Que el proceso de paz de los ochenta haya estado ligado al proceso constituyente, pues para mí es obvio, porque la mayoría de escaños los tuvo la guerrilla que negoció.
¿Y cuáles son las condiciones actuales del proceso de paz?
Las FARC son otro tipo de guerrilla, primero militarmente, con mucho más peso del que tenía el M19. También tienen una historia muy larga, que en sus orígenes tuvo una vinculación fuerte con el movimiento campesino, con grupos de resistencia contra la violencia de partidos tradicionales. Pero también tienen una historia de degradación de sus propios ideales, en la medida en que parte de su militancia, de su estructura, se volcó sobre la delincuencia común, lo cual les hizo perder mucho el cariño de los colombianos. No puedes meterte en los negocios ilegales y mantener tus banderas políticas con claridad, creas una confusión y la gente ya no entiende. Y dentro de eso le reconozco a esta nueva generación de dirigentes de las FARC su vocación de paz, que han sabido defender con integridad.
¿Qué opinión le merece la gente que votará a favor del no en el referéndum?
La oposición al sí es nefasta. Hoy hay que estar incondicionalmente por el sí. ¿Quién no va a querer que se desarmen las FARC y se inicie un proceso de paz con el grupo armado, fuera del ejército? Hay que estar por la paz. Ahora, ¿qué pasará después, cómo se va a implementar esa paz; qué alcances, limitaciones tiene? Es una discusión enorme la que nos espera, pero lo primero es garantizar el plebiscito.
¿Siente que la ciudadanía ha estado más involucrada en este proceso?
La negociación duró cuatro años y a lo largo del último año el país se ha ido involucrado y entusiasmando con la idea de la paz. El hecho de que a la paz le salga una oposición tan beligerante, como puede ser la de Álvaro Uribe y los suyos, ha hecho también que la gente tome conciencia de que esta negociación es algo importante que no se puede perder. Ha ido pegando un anhelo.
Y, sí, las negociaciones se hicieron afuera, con representantes de la guerrilla, del gobierno, con acuerdos en su gran medida escondidos, no había como una convocatoria real en la gente. Pero creo que eso se ha revertido y el plebiscito es una buena manera de comprometer a la gente para que refrende el proceso. ¿Cuál es el pleito que podría haber? Que eso se quede en una movida política, electoral. Que el plebiscito se convierta en elecciones anticipadas. Si bien hay un ingrediente político importante en todo esto hay un ingrediente mucho más amplio, ético, humano, filosófico. No hay que perdernos la paz.