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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Diálogo

El paso de J.M. Coetzee por Guayaquil

El paso de J.M. Coetzee por Guayaquil
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Seis años después de ganar el Nobel de Literatura, José Saramago estuvo siete horas en Guayaquil. Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa son otros autores que han visitado el país, pero todos antes de recibir el premio de la Academia Sueca. Ninguno de ellos ha llegado para asistir a una feria del libro. En ese sentido, la FIL de Guayaquil, cuyo comité de contenidos preside Cecilia Ansaldo, ha logrado lo que ninguna otra con la presencia de John Maxwell Coetzee.

El escritor sudafricano, cuyos libros no se habían traducido al español hasta que recibiera el Nobel en 2003, es autor de una obra que aborda temas sensibles, como el sistema de segregación racial que rigió en su país hasta 1992 y que, tras perder la granja mal administrada por su familia, donde pasó los mejores días de su infancia, lo llevó a migrar en una especie de autoexilio.

La obra de este autor tiene un sello particular: un continuo cuestionamiento a su propia condición. En una entrevista con Revista Ñ, de Argentina, explicaba esto:

Las bibliotecas públicas durante mi niñez estaban llenas de libros de Inglaterra que celebraban el imperio británico. Devoraba estos relatos imperiales y, sin duda, absorbí los valores que venían con ellos: galantería, estoicismo, devoción al deber y más. Pero al no ser yo mismo de descendencia británica no lograba identificarme completamente con los héroes anglosajones de estos cuentos. Lo que fue, a la larga, afortunado.

Otro tema caliente que Coetzee aborda es el trato a los animales, el cual representa, dice, uno de los peores modelos de la crueldad humana. Y en eso es categórico, como explica en una breve entrevista vía correo electrónico con EL TELÉGRAFO:

La matanza de animales a escala industrial con métodos mecanizados plantea profundas cuestiones éticas para la humanidad. No deseo defender la ganadería previa a industrializarse, pero en cierto punto, la cantidad se convierte en calidad: las miles de millones de ejecuciones que se llevan a cabo en nuestro nombre cada año, de una manera impersonal, deberían pesarnos en la conciencia. Si quieres pruebas de que la ganadería industrial es mala para el alma, no necesitas ir más allá de los nazis, que adaptaron los métodos de los mataderos de Chicago para llevar a cabo el asesinato en masa de seres humanos.

Discurso

El día de la inauguración de la FIL se cerraba con una charla de Coetzee sobre la censura. Ahí empezaba contando que cuando se mudó, en 2002, a Australia, se sorprendió al saber que ese país ofrecía financiamiento para escritores que estuvieran trabajando en nuevos libros. Era distinta la cosa en Sudáfrica, un país en el que «tenías suerte si el Estado no te prestaba atención».

Esta última frase es esencial. A mediados de la década pasada, Peter McDonald desarrollaba una investigación sobre el sistema de censura en Sudáfrica, y se comunicó con Coetzee para mostrarle los documentos en los que distintos académicos se referían a su obra en las décadas de los setenta y los ochenta. «Nos dio una visión muy íntima de cómo el enemigo leía nuestro trabajo», puntualizó Coetzee en su conferencia, la cual dictó en México el pasado mes de abril.

Resulta que Coetzee conocía a varios de los censores. Eran académicos y literatos que, en algunos casos, frecuentaban los mismos círculos que él, o habían entrado en su casa, o lo habían invitado a alguna reunión de fin de semana. Estas personas estaban encargadas de cuidar que los libros que circularan en Sudáfrica no ‘envenenaran’ a la población con las ideas de occidente. Y una de esas ideas de occidente incluidas en las novelas del futuro Nobel tenía que ver con temas raciales. En sus libros hay escenas en las que se cruza la «línea de color» y algunas nociones sobre la moralidad: narran relaciones sexuales —consentidas o no— entre gente blanca y gente negra.

Coetzee sospecha que hay tres razones por las que sus obras no fueron censuradas. En primer lugar, porque es blanco. En segundo, porque era, como los propios censores, parte de la clase media. Y por último, porque no era popular, es decir que el gran público siempre sería inmune al ‘veneno’ que le podría haber dado al gran público. «Mis censores creían sinceramente en la distinción que entre lectores comunes y expertos», dice el autor, antes de darle un giro a la perilla.

Aunque el del censor es un trabajo sucio, Coetzee sospecha que estas personas —«que encontraban aceptable tener relaciones cordiales con escritores a los que juzgaban en secreto»— creían que su labor era clave. Se dedicaban a censurar libros, pero al aceptar ese trabajo, se aseguraban de que las obras no pasaran por las manos de políticos sin ninguna preparación literaria. Varias veces invocaron en su favor una disposición legal creada para que los libros de anatomía pudieran mostrar cuerpos desnudos. Bien podrían haber pensado su trabajo como un rescate de la literatura. «Ante sus ojos, estaban de mi lado».

Me quedé anonadado cuando Peter McDonald me reveló estos secretos. Pero luego llegué a la conclusión de que mi sorpresa era realmente ingenua. Las personas que daban sus juicios sobre mis libros no se veían a sí mismas como guardianas de principios morales y la seguridad del país, sino como guardianes de la república de las letras.

Coetzee encuentra matices en la labor de sus censores, quienes se veían a sí mismos como personas que, en un tiempo histórico muy difícil, «salvaguardaban un orden social frágil, y que cumplían un papel de orientación y guía sobre el autor».

Todas estas palabras pueden parecer condescendientes (lo que explicaría cierto desconcierto posterior), pero no lo son. Es un recordatorio de que la pretensión de callar u ocultar ideas o información, desde esferas con o sin poder, está en todos lados, y que nunca va a faltar quien argumente las mejores intenciones para justificarla.

Después del discurso

«No entendí bien, ¿dijo o no dijo que la censura es mala?».

La pregunta se repitió más de una vez entre el público a la salida de la conferencia de Coetzee. Es cierto que en su ponencia el autor nunca dijo de forma textual que la censura es mala. Pero tampoco era necesario. No solo que se había referido a los censores como «enemigos», sino que además en las breves palabras que pronunció en español dijo: «Es un placer estar en el país que ha ofrecido asilo diplomático a Julian Assange, un gran enemigo de la censura».

A medida que contaba su experiencia con los censores, relucían detalles como que una de las razones por las que su obra pasaba los filtros era que se trataba de un autor blanco en la Sudáfrica del Apartheid. Si hubiese nacido negro, no habría sido publicado. Punto. En otras palabras —y para complacer el hambre maniquea—, la censura es mala.

Toda la charla se fijó en detalles que trascienden los juicios: por ejemplo, la relación entre el autor y esa figura oscura que es el censor —al que los autores sudafricanos sentían «como si estuviera presente en la habitación»—; o de cómo la censura es casi como una condición natural en el ser humano. De hecho, Coetzee ha hablado acerca de la que practica sobre sí mismo:

La autocensura aparece en dos formas: consciente e inconsciente. La autocensura inconsciente es la más interesante, pero, por la naturaleza de las cosas, es invisible para el sujeto. En cuanto a la autocensura consciente, ciertamente la practico. Por ejemplo: no me pronuncio en público sobre lo que pienso de algunas formas de religión organizada, ya que creo que nada bueno se consigue mediante la expresión de opiniones críticas sobre asuntos muy cercanos a los corazones de ciertas personas.

Se pronuncia Cuutsí

En septiembre de 2009, en la sección How to Say (Cómo se dice), la web de BBC explicaba cómo pronunciar el nombre de varios autores que no están del todo claros. Ahí, el medio decía que el de Coetzee es uno de los nombres más difíciles de pronunciar, sobre todo porque en el propio país del autor, dependiendo de la geografía del hablante, la gente no se ha terminado de poner de acuerdo con la fonética. «Muchos sudafricanos, ya sean afrikaaners o no, pronuncian Kuut-SEE-uh (cutsía)». Sin embargo, aclara BBC que al sur del país, de donde proviene el autor, es “KuutSEE” (cuutsí). En una carta dirigida al medio británico —en respuesta a la duda—, el mismo Coetzee pidió que así se lo pronunciara.

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