Fotografía
Las miradas de Karla Gachet
Su casa es un campo abierto para los sueños, alejada de todo ruido que desvíe la atención de los pensamientos. Un sendero de piedra y una mesa al aire libre acogen a los visitantes. Hay juguetes por doquier y un par de piececitos llenos de polvo se cruzan por todos lados. Ella desacelera el ritmo y lo abraza: su hijo Nahuel es el causante de algunos cambios.
Karla Gachet, de 37 años, fue seducida por el fotoperiodismo cuando cursaba sus estudios de diseño gráfico. Una inconformidad la hizo buscar respuestas por los caminos del periodismo, primero en la escritura y, de manera definitiva, en las historias visuales.
Confiesa que al principio no sabía manejar la cámara y uno de sus amigos le enseñó las cuestiones básicas de su instrumento de trabajo. Su lenguaje suelto y vivaracho hace juego con el look espontáneo. Así se muestra.
En 2005 y durante dos años trabajó para El Comercio, donde aprendió un poco más del oficio. La decisión de hacer fotos freelance no fue fácil, pensar en la posible inestabilidad económica y en las miradas reprobatorias no le hizo desistir. Esto le llevó a publicar en medios como National Geographic Magazine, Smithsonian y The New York Times, así como dos libros junto con Ivan Kashinsky —su compañero fotógrafo y esposo—: Historias Mínimas, en el que se documentan 14 crónicas durante un viaje por tierra a través de cinco países, desde la Mitad del Mundo en Ecuador, hasta Tierra de Fuego, en Argentina; Gypsy Kings recoge las historias que encontraron en una comunidad de gitanos millonarios en Rumania.
Conforma el colectivo Runa Photos a partir de 2011, con el que publica la primera edición de la revista Waka el pasado 21 de abril. Ha sido reconocida en concursos como World Press Photo en 2010, POY en 2010; así como el tercer lugar en mejor fotógrafo del año del POYi Latin América (2011). Y el primer lugar en la edición de este año en la categoría El mundo de la comida en el que relató la fiesta de la Santa Cruz en el estado de Guerrero, en México. La fotógrafa retrata en seis instantáneas un pedazo de la realidad latinoamericana, incrustada de colores vivos y rostros crudos que logran establecer un vínculo con quienes estamos del otro lado.
En una conversación, inocentemente interrumpida por los requerimientos de Nahuel y La Morocho, su mascota, Karla cuenta lo que envuelve el oficio del fotoperiodismo.
¿Cómo fue tu encuentro con el fotoperiodismo?
Siempre quise ser artista, en algún punto del programa de diseño que estaba estudiando, me harté por el tiempo que tenía que esperar por las clases. También me gustaba contar historias y entré a la facultad de periodismo, allí hubo una charla de fotoperiodismo y dije: “yo quiero hacer eso, definitivamente”, algo que ni siquiera sabía que existía y fue el resumen de lo que quería hacer de mi vida. Como el punto medio entre el arte y la comunicación. Además yo sabía que no iba a ser la próxima Picasso.
Mi primera foto fue de una bailarina de danza del vientre, en ese tiempo me pareció espectacular. Era, por supuesto, uno de los primeros ejercicios en la facultad, además que yo no tenía idea de cómo usar la cámara y para ese punto ya debía saber por lo menos lo básico. Después ya empiezas a educar tu ojo, gracias al contacto diario con el trabajo de los demás y sus opiniones.
Las locaciones de tus fotografías han sido variadas. De todo esto, ¿qué es lo que más ha llenado tu cámara?
No me gustó hacer las fotos de los gitanos en Rumania porque no nos permitieron entrar en sus vidas. Fue difícil y creo que no capté lo que yo quería.
Hay una historia en la provincia de Los Ríos que hemos venido haciendo desde 2008. Es la familia Aguayo, que conocimos en un rodeo montubio. Siempre vamos allá y retratamos lo que son y lo que hacen. Es hermoso porque ya tenemos la confianza de hacer lo que quieras con la cámara. Hemos visto a los niños de la casa crecer, muchos de los viejos han fallecido. No es controversial la historia, pero es una cultura increíble que ni ellos mismo se dan cuenta de lo que tienen.
¿Cuál es el hilo narrativo de las fotos de Karla Gachet?
Es como hacer una crónica escrita, pero para nada noticiosa. Ya hice eso mientras estuve en el periódico, y la verdad, no volvería. Es igual que el periodismo, pero la herramienta es distinta.
Yo trato de contar historias con mis fotos, algo que te deje pensando un rato, que trascienda. Es como resolver una ecuación matemática visualmente, los fotoperiodistas no somos tan iluminados como para hacer clic y ya está la foto del año. Es cuestión de pensarla, de imaginarla.
A mí me cuesta mucho pensar primero en el concepto de las fotos y creo que no todo lo que he hecho ha sido bueno. Pero depende de si haces las cosas con el corazón, eso facilita mucho el trabajo. Además, la idea es hacer consciencia de cosas que la gente no sabe a través de tus historias, y de lo que uno tampoco sabía antes de hacerlas. Aprendes tanto de los seres humanos, de las diferencias, de las semejanzas, que nunca sales siendo la misma persona.
¿La mirada ha cambiado desde la llegada de la maternidad?
No sé todavía, más bien ahora no me puedo concentrar al 100% porque siempre estoy pensando en mi hijo. Nunca me he separado de él desde que nació. No me siento mal pero he dejado de lado un montón de cosas. En eso me cubre Iván.
Ahorita prefiero ser mamá y ya he hecho las paces con esa decisión. Cuando eres freelance tienes en la mente que no puedes rechazar ningún proyecto, pero ahora hago las cosas que realmente me gustan. No sacrifico ni su tiempo ni su espacio.
Hoy tengo la oportunidad de ser mamá y me encanta. Eso ha cambiado ahorita, quizá después de esta especie de distanciamiento pueda ver alguna diferencia a la hora de visualizar mi trabajo.
Se dice que el arte debe llegar a todos, pero a veces son los mismos de siempre los que se enteran de lo que hay en el medio, ¿todavía falta educar la mirada?
Los fotógrafos empezaron a evolucionar y a pensar diferente. He visto cosas muy interesantes por acá, en los premios de Fotoperiodismo por la Paz, por ejemplo; los jóvenes ya tienen otro chip para hacer fotos, pero en cuanto al público, no sé, la gente ya es más visual pero desde una perspectiva un poco básica.
Y no es algo que pasa en Ecuador nomás, el acceso a las tecnologías ha mediatizado la fotografía, pero todavía no se sabe distinguir qué es una buena foto. Miras, por ejemplo, los miles de likes en fotos del osito panda que se ha visto un montón de veces.
Aunque el hecho de que se hagan muestras en la calle es beneficioso, porque sacas las fotos de la web o de las revistas y les das un nuevo acceso, también fácil. Porque no es que la gente busca y compra.
En efecto, creo que lo que hacemos se queda encerrado entre el círculo de amigos, son los mismos de siempre. Entonces te preguntas “¿para quién mismo haces fotos?”.
Entonces tus fotos, ¿para quiénes son?
En primer lugar para mí, es emocionante publicar en papel más que en web. La idea es llegar a la mayor cantidad de gente posible, por eso hemos hasta regalado nuestras fotos.
Pero no sé si la historia de la familia Aguayo (que ya había mencionado) le interese a alguien más, quizá después como documento histórico de la cultura montubia. Pero por ahora también es para ellos, les hemos hecho álbumes de fotos de quinceañeras y ellos son felices viéndose. Pero para mí es documentar algo que casi nadie mira.
Estás acostumbrada a estar detrás del lente. ¿Qué miras cuando eres quien está en la foto?
No me gusta, me da vergüenza, nunca me ha gustado ser el centro de atracción. Me siento cómoda estando del otro lado, creo que por eso escogí esta profesión.
Me da escalofríos que capturen una foto de mí.
¿Qué necesita un buen fotógrafo?
Primero, no enamorarse del trabajo de uno, pero sí amar lo que haces (aunque suene un poco cliché). La vocación es todo.
Yo pienso que ahora ser fotógrafo está de moda, pero no es tan fácil. Tienes que ser objetivo con lo que haces y no creer que tú eres la estrella o sino hazte modelo.
El periodismo es un servicio a la comunidad, debe tener un sentido de comunicar algo a otro… algo importante y/o diferente. El trabajo por cuenta propia implica precisamente balancear lo que te gusta hacer y lo que tienes que hacer, hay cosas que simplemente te pagan y lo haces.
Y la foto, ¿qué elementos tendría?
Debe tener alma, el factor sorpresa. Una mano, un ave o un bostezo le dan la característica especial y a la vez evoca la cotidianidad. Cuando ves eso en una foto, sabes que la persona que la hizo se detuvo a pensar.
Una foto para mí es un minimilagro, estar justo en el momento y estar atento; eso hace que ese instante quede impregnado en el papel, o bueno, en el digital también. Hay tantas cosas visuales que están pasando en todo el mundo y el asunto es capturar eso.
¿Cómo manejar la profesión con una pareja que la comparte?
Creo que si me hubiera casado con alguien más ya se habría cansado de oír hablar de fotos. Tenemos suerte porque los dos somos muy nerds y lo compartimos. Por otro lado, también es difícil, incluso la decisión de tener un hijo fue un tanto complicada.
En todo caso, siempre tienes a alguien que te critica el trabajo y no te permite enclaustrarte en un solo concepto. Si yo veo algo que no me gusta, le digo, y viceversa. Es importante tener gente que sea honesta contigo y yo tengo a Iván.
¿Qué representan para ti los premios obtenidos?
Sí son referentes de lo que los otros fotógrafos están haciendo. Es necesario darse una vuelta por lo que se está haciendo. He ganado algunas cosas, pero va más allá de eso; por ejemplo, escuchar a los jurados del Poylat en vivo (vía streaming) fue superbueno porque es gente talentosa y de trayectoria que evalúa tu trabajo. Eso te permite crecer.
Y después de todos los años de transitar en la independencia ¿se puede vivir de ello?
Para ser freelance tienes que arriesgarte. Cuando me fui de El Comercio todo el mundo me decía que estaba loca. Pero Iván me ayudó mucho con sus contactos y su forma de vender nuestro trabajo. Sin embargo, la labor es constante, no te puedes decir “soy demasiado bueno y me quedo”. Es difícil porque hay mucha competencia y es necesario especializarse. Pero quedarse en un medio también es válido, son simplemente formas de ver las cosas. Pero en este ámbito también hay que reinventarse todo el tiempo.
Es necesario, sobre todo, lidiar con el ego propio y el de los demás. Pero sí, definitivamente se puede.
¿Qué te falta por hacer?
Tener otro hijo. Nuestra vida no es normal, siempre vamos de un lado a otro y no quiero que esté solo. Va a necesitar un compinche.
Los proyectos van a seguir y quiero seguir tomando fotos por el mundo, pero ahora tengo que darle la teta a mi hijo.