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El Telégrafo
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Entrevista

Jorge Massucco: «En cultura hay que trabajar aunque nadie te financie»

Jorge Massucco: «En cultura hay que trabajar aunque nadie te financie»
Foto: Lylibeth Coloma / EL TELÉGRAFO.
26 de septiembre de 2016 - 00:00 - José Miguel Cabrera Kozisek

Un día, a Jorge Massucco (Buenos Aires, 1936) se le ocurrió hacer una investigación llamada ¿De qué habla la gente? Es una pregunta sencilla, pero esencial. Cuando se estudia las teorías de la Comunicación, se plantea que la gente busca la prensa, en principio, para tener temas de conversación en la esfera pública, o en la calle, como preferiría llamarla Massucco, que cada vez que puede critica las grandilocuencias en los medios. Por ejemplo, cuando escucha la palabra «culto» como sinónimo de «ilustrado», se le activan las alarmas. Y después no deja de repetirla como quien pronuncia las cosas en cursiva.

A mediados de los setenta, tras trabajar veinte años en un banco, Massucco partió de Argentina con rumbo a Caracas. Pero nunca llegó. En Lima se unió a Toto Villaroel, un amigo suyo marionetista, con quien siguió el camino hacia el norte y llegó a Guayaquil, donde, a los cuarenta años, empezaría otra vida. Trabajó filmando y editando videos —había estudiado Cine en la universidad, en Córdoba— de títeres que se movían con la técnica de la cámara oscura, que es el mismo principio del Teatro Negro de Praga (la persona que manipula los objetos está vestida toda de negro para que sus movimientos no se puedan ver), y eventualmente llegó a la docencia en la Facso y en la Católica, donde fue profesor de más de treinta promociones de periodistas, a los que les dictó materias como Fotografía,Televisión y una que es invención suya: Animación Cultural.

Jubilado hace unos años, ha acelerado su ritmo para escribir. De sus cinco libros, dos los publicó en el último año: De la risa a los referentes compartidos, que plantea que la prensa tendría que fortalecer los referentes locales para construir una ciudadanía integrada desde la identidad, y Quince cuentos para fotógrafos y una carta indignada, un título que se explica solo.

Podría decirse que esto de las cosas que se explican solas es una línea que atraviesa su trabajo en la docencia. Animación Cultural, por ejemplo, propone que los estudiantes dejen de ser consumidores para ser productores de cultura, con actividades que al mismo tiempo deben atraer a la comunidad. Es cierto que se trata de una clase que hay que pasar, pero Massucco explica que «cualquiera que haga algo da por aprobada la materia». Más allá del éxito o el fracaso, lo que propone es que exista «una reflexión sobre lo que se hace para generar cultura».

¿A qué responde Animación Cultural?

A que hay una cierta indefinición sobre lo que es cultura. Creo que se ha avanzado mucho con este gobierno, pero no consiguen formular una manera de actuar. Estoy leyendo un editorial interesante de la revista de la Casa de la Cultura. Se llama ‘La interculturalidad en sentido único’. Nosotros queremos hacer la interculturalidad con los montuvios, los indígenas y los afrodescendientes, pero es una interculturalidad unidireccional, desde la mirada del blanco hacia el otro lado. En muchos aspectos, el trabajo de Animación Cultural responde a estas inquietudes. Hay cientos de miles de jóvenes universitarios de los que no se piensa que pueden trabajar en el orden de la cultura. A lo sumo un concurso de pintura o una lección de violín. Y eso no es una actividad integradora. Y creo que es limitado que se haga solo en la UCSG: si esto mismo se hiciera en la Universidad de Guayaquil, funcionaría distinto, porque hay muchos estudiantes que vienen de sectores marginales. Trabajar con ellos sería una alternativa a esos procesos de integración a los que tiene que responder la cultura.

¿Y no lo intentó en la Facso?

Claro, pero no se podía.

¿Por qué?

Porque faltaba lucidez en todos los estamentos. En la Católica, profesoras como Gilda Holst, Cecilia Vera o Carolina Andrade —se me escapa algún nombre— lo vieron como un proyecto válido, necesario, que daba a los jóvenes la posibilidad de acercarse a la ciudad. No digo de apropiarse, aunque me gustaría poder decirlo...

En la Facso me preguntaban «¿por qué no haces aquí lo que estás haciendo allá?». Y bueno, allá lo había hecho con el respaldo y el interés de los directivos.

Uno de los retos en la clase era que no se la entendiera como organizar eventos. Y esa es una discusión muy parecida a la que ocurre en el nivel político. Por ejemplo, en torno al Ministerio de Cultura está el debate sobre si su papel es financiar eventos o desarrollar políticas culturales. Y en esto último hay un problema porque aún no se ha aprobado la Ley de Cultura.

Estoy leyendo, por curiosidad, el proyecto de Ley de Cultura. Encontré grandes discursos: que tenemos que amarnos los unos a los otros, que la cultura es el futuro... Los encuentro vacíos de contenido. Claro que tendrá que hacerse, pero no creo que va por el lado de disponer de recursos, y esto no quiere decir que eliminemos los fondos.

Se trata de dejar de ser consumidores para ser productores de cultura. Lo primero es entender que deporte, gastronomía o diseño también son alternativas culturales. Lo otro es que hay que buscar cómo hacerlo. La primera vez que di la materia, hace veinte años, un alumno me decía —fastidiado y con razones—: «La universidad no apoya, la Casa de la Cultura no tiene recursos para nosotros y el Municipio tampoco». Entonces, ¿no hacemos nada? En cultura hay que trabajar aunque nadie te financie. Y entonces, bueno, empezamos a polemizar el tema, y las actividades se fueron haciendo.

Y eso me recuerda a algo que decía Fabián Mosquera, de la Universidad de las Artes. Hablaba de centros industriales que habían recuperado su estatus de ciudad con la cultura: en Bilbao, con el Guggenheim; en Londres con el grafiti... En Guayaquil tenemos, por ejemplo, un problema con el grafiti.

... que el Municipio te corre...

Hay ahora este proyecto de Daniel Adoum, Litro x mate... ¿Cómo mira usted estas cosas? O pongámoslo de otra forma: ¿Qué nota tendría en Animación?

Habría que ver todo el proceso. En la academia todo se tiene que reducir a un número. Pero el proceso académico se cumple en varias etapas: la concepción del proyecto, el desarrollo e incluso la financiación. Cualquiera que haga algo aprueba la materia, mientras que lo que se hace mal o bien permite una reflexión sobre lo que se hace.

Ahora, no creo que debamos buscar los modelos afuera. Los procesos de Europa y EE.UU. son distintos a los de nuestros países. Sobre esas diferencias hay que trabajar.

Mencionaste el Guggenheim, pero no tenemos que asumir aquello. Es algo que nos llega a diario e inconscientemente lo recogemos como referente. Creo que la gente de cultura tiene que parar un poco, hacer una introspección, observar el entorno. Siempre me hago una pregunta: ahora que acabo de escribir este libro de cuentos para fotógrafos, pero ¿cómo funcionará en la Isla Trinitaria?

Bueno, se ha intentado. En la Trinitaria, Jackson Jickson y José Daniel ‘Chavo’ Cuesta hicieron su película.

Lo del Chavo es un trabajo maravilloso.

Y ahora se está produciendo un documental sobre cómo Jecson el ‘Destructor’ Preciado impulsa el box en la Trinitaria.

¡Pero eso tendría que estar en los medios y ser un referente en todas partes! Esto del referente es todo un tema. A nuestra propia gente no la usamos como referente. Se habla de un pintor cuando presenta una muestra y cuando se muere. Solo existe Miranda cuando se habla de Miranda. Pero cuando hablan de Massucco, nadie dice que en su casa hay tres cuadros de Miranda.

Yo trato de ponerlos en mis cuentos. He tomado algunos, no muchos porque tampoco soy muy erudito... Pero por ejemplo en uno cito una anécdota de Sergio Román Armendáriz, que fue guerrillero y que estuvo en la política en los tiempos de Roldós... Es una historia que no tiene importancia desde el punto de vista literario: hace años vino a Guayaquil y me pidió que lo acompañara a dejar unos libros suyos en la biblioteca a la que iba cuando era chico.

¿Vio Soliloquio épico coral, de Arawa? Román escribió parte del texto.

Con Arawa me siento permanentemente en deuda. Sé que debería ir a verlos, y nunca pude ir. Sé que están en la Casona, y que tienen un evento en el Guasmo.

El festival de teatro Entepola...

... Y ese tendría que ser un referente todo el tiempo, salir en la prensa mañana, tarde y noche. Pero no. Alguna vez pregunté en clase: quién es la mujercita de la farándula internacional que tiene nombre de ciudad y apellido de hotel. «Paris Hilton», respondían todos. Y después preguntaba quién es el músico guayaquileño que tiene una orquesta de caña guadúa. En general, no sabían que era Shubert Ganchozo.

Paris Hilton sale todo el tiempo en la televisión... y siempre por porquerías: porque estaba borracha, porque le pegó a un policía. Toda la maquinaria y los medios se hacen eco de eso... ¡Por Dios, hay que ser honestos, mínimamente. Hay que vender, sí, pero no a ese punto!

Usted ha estado pensando en eso todos estos años. ¿Cómo se hace?

Hay que trabajar en los referentes. Cuando en Guayaquil hablamos de literatura no podemos ignorar a Velasco Mackenzie. Pero en los discursos no existe una frase que lo cite. No escuchas un «Velasco Mackenzie lo dijo mejor que yo». Podremos construir nuestra identidad cuando nuestra propia gente sea el referente que compartimos. La gente, las cosas y los lugares de la ciudad tendrían que estar presentes, salirnos espontáneamente. Tenemos muy metido a Superman y a Angelina Jolie.

En alguna clase hice una lista de palabras y los estudiantes tenían que relacionarlas con algún personaje. Una de esas era «fortaleza», y ponían a Superman, a Tarzán... Nadie dijo Rumiñahui, ni por error. Los medios no nos están dando estos referentes.

Pero pongámoslo en perspectiva: históricamente, estos productos en que los medios tratan a los referentes locales tienen una fijación con la corrección política. Es una mirada casi institucional. Sucede con los cómics que hablan de la independencia de Guayaquil, o con películas como la de Narcisa de Jesús, que son argumentos que se caen, realmente.

Insisto: no estamos hablando de nuestra propia gente, porque aun lo mal hecho puede ser un referente.

Eso me recuerda a esta frase: El subdesarrollo es no poder relacionar las cosas.

¿Quién lo dijo?

Sale al inicio de La muerte de Jaime Roldós. Sus autores la tomaron del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, que a su vez lo sacó Memorias del subdesarrollo, libro del también cubano, Edmundo Desnoes.

¡Pero eso hay que señalarlo! Y hay que ponerlo más cerca de nosotros. Pongamos en juego estas frases que deben ser repetidas. Nosotros acudimos siempre a los referentes internacionales.

Yo rescato las conversaciones informales que no tienen lugar en la bibliografía. Mucha gente me ha dicho cosas, y ellos también son autores... Pero te piden que cites a los más publicados. Cuando te metes a hablar de Nietzsche, Schopenhauer, te envuelven... Una profesora de la UCSG en una maestría recomendaba «citar a los más citados». Y eso en muchos casos despierta admiración. «¡Cómo sabe este tipo!». ¿Para qué me sirve? Eso no sé. Por ahí vi un chiste: «En la escuela no me enseñaron cómo liquidar los impuestos, dónde se pagan, cómo se hace un reclamo. Pero gracias a Dios me enseñaron el Teorema de Tales».

Es que los más citados están legitimados.

Claro, entonces al citarlo, te integras a la legitimación de ellos, y te perdiste de la tuya. Ese es el problema, meterse en un rollo al que nadie le para bola. Si te mantienes con referentes nuestros, estás perdido... Eres un inculto.

Y eso me recuerda: La orientación que tiene CartóNPiedra es muy europea. Hay mucha información que es interesante, pero para mi parte europea, no para la parte guayaquileña. Salvo excepciones. Por ejemplo, es interesante lo que se hizo con Sebastián Cordero. Pero hay que volver a él, tiene que ser un referente.

Usted ha dado clases a unas 35 promociones de periodistas de Guayaquil. ¿Cómo ve el trabajo de la prensa?

Es incapaz de ver a los costados.

Hace años, en la Facso di la materia de Televisión. Un día pedí que trajeran redactada una noticia para un ejercicio de locución, frente a cámaras, de veinte segundos. Al día siguiente, toda la información era de incendios, asesinatos, muertes, asaltos. Y otros traían deportes (fútbol, más bien). Así que les pedí otra noticia para la siguiente clase: algo que suceda en el barrio en el que vivían. Una alumna saltó. Dijo que en su barrio no pasaba nada: solo había una chica que hacía bulla todo el día ensayando con su grupo musical. «¿Y te parece poca noticia?», le dije. Tenemos los valores distorsionados. Sería noticia si a la chica de la banda la atropella un carro. Pero no sabemos qué música hacían, o sí lo hacían bien o mal. Se hacían evidentes en el barrio porque estaban trabajando. Esa era la noticia.

Está interiorizada la idea del crimen... Cuando se dice la palabra «crónica», muchos le agregan, en su mente, «roja».

Y es en toda la prensa. No puede desplazarse de esas anteojeras que se les han puesto.

En deportes, me llama la atención, por ejemplo, Ecuavisa, que tiene una tradición liberal, y que su dueño es un tipo... culto. Te dicen: «Ahora, deportes», pero es fútbol, fútbol, fútbol. Y eso es lo que me pasaba en las clases de Televisión. Un día les pedí que hagan una lista de los deportes que se practican en Guayaquil. Eran más de cuarenta...

¿Federados?

Ah, bueno, ya te me pones muy lúcido tú... Hay tiro con arco, ajedrez, rugby, boxeo, y estos pocos son significativos... Lo otro se limita a fútbol. Pero los chicos que entrenan halterofilia, para levantar cien gramos más tienen que entrenarse semanas haciendo fuerza para lograr un poquito más. Y no hay un reconocimiento.

Pero otro de los problemas que tiene la prensa —estoy muy profesor— es que va a los hechos consumados, no al tránsito. Nadie me informa qué está ensayando Arawa o el otro grupo. O qué está pintando Tábara... Están esperando a que la gente se muera para hacerles algo.

Pero hay otro problema. Los artistas contemporáneos, que se formaron en la academia, tienen la idea de que hay que exigirle a la audiencia y eso suele significar que no responden preguntas sobre lo que quieren decir con su obra. Dicen que las conclusiones las debe sacar el espectador. ¿Qué conclusiones puede sacar alguien que no tiene la misma formación?

Eso debería estar en el tapete de la discusión. El arte contemporáneo tiene algo positivo: ha puesto la cuestión artística al alcance de cualquiera. El valor de una obra radica en la capacidad que tiene de transmitir algo. Y es algo que se puede entrañar desde una u otra perspectiva. Por ejemplo, a finales de los noventa, pusieron en medio del río una cabina telefónica que sonaba, y nadie podía atender. Eso creo que le llegaba a muchos, especialmente porque se trataba de la época de la migración. Ese teléfono de repente podía funcionar para el montuvio o para el que vive en la Isla Trinitaria...

Amaury Martínez me dijo algo que a mí no se me había ocurrido sobre uno de mis cuentos, ‘La Meri’, en que el protagonista deja a una chica negra y se va con una blanca, y el destino de ambas relaciones es parecido. Eso a Amaury le recordó al revelado fotográfico: primero es el negativo, que tiene los colores invertidos... y después está la positivación. Son importantes esas lecturas que el autor no ha hecho.

Clics*

Con su escritura, Jorge Massucco ofrece un panorama de miradas y perspectivas; la historia desde la caja-cámara de los fotógrafos del parque Centenario hasta las fotos digitales, y toda una gama de cuentos de misterio, policiales, de amor y desamor, de rabias y envidias, de dolor, cuentos metaliterarios que aluden al escribir y leer fotos, documentos como ‘Carta indignada’, microcuentos, en increíble y proteica amalgama posmoderna.

En la mayoría de sus cuentos, hay simultáneamente dos problemáticas o historias narradas, tal como Ricardo Piglia define al cuento corto, el buen cuento, diría yo, y que lo podríamos comparar con la estructura del sueño de lo manifiesto y latente, o con los propios procesos fotográficos del negativo y el revelado o el encantamiento brujo de la transformación hacia finales asombrosos. No es por nada, pero a las fotografías —en sus remotos orígenes— las llamaban brujerías.[...]

Estos cuentos son fotos que están por todas partes, en un pasillo, una foto de familia, por donde el personaje pasa todo el tiempo, sin fijarse, hasta que se decide bajarla de la pared, fotos que se regalan para que no los olviden, cajas, fotos rotas como verdades «hechas trizas», archivos o revistas de fotos donde faltan páginas, pero más que nada es una construcción de metáforas contundentes sobre el ser humano.

En el magnífico cuento ‘Autorretratos’, se conjuga la autorreferencialidad literaria, lo policial y el juego empieza: «Voy a inventar un cuento en el que todo comienza como un juego. Érase una vez un joven que, como tantos otros, quería ser original y lograr cierta notoriedad». El estilo implementado por este joven fotógrafo —y con el que alcanza absoluto éxito—, era incluirse en lo que fotografiaba, ya sea con una mano, o disfrazado, o en fragmentos, o espejeado en una superficie, y que termina en una increíble dispersión de cristales de un parabrisas roto. Jorge Massucco, en varios clics geniales, cristaliza la dispersión de sentido o el polisentido del lenguaje, o muestra la dispersión de nuestros instantes de vida, lo que constituye también la implicación del escritor-lector o el fotógrafo-fotografiado y el juego-desafío con el lector y con uno mismo.

*Este es un fragmento de la lectura de Gilda Holst en la presentación de Quince cuentos para fotógrafos y una carta indignada.

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