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LA VIDA DE LOS PECES: decisiones irrevocables

LA VIDA DE LOS PECES: decisiones irrevocables
11 de mayo de 2013 - 00:00

Una línea telefónica une a Chile con Italia mientras conversan Matías Bize con Diego Fontecilla. Ocurre hace unos cuatro años. El primero es director de cine y el segundo es músico. Son hermanos de madre. No existen todavía ni locaciones, ni casting de actores, ni seguridad de producción para la película La vida de los peces que es su tema de conversación. Simplemente hablan del guion. La historia se tratará de un tipo que salió de Chile a los 23 años para viajar por el mundo escribiendo textos sobre turismo para una revista internacional y regresa 10 años después. El escenario es el cumpleaños en el que “siempre pasaban las cosas importantes”. Allí se reencuentra con la vida que dejó: con sus mejores amigos, con la memoria de ese otro que murió a su lado en un accidente y en especial con Bea, casada, dos hijas, la única mujer a la que ha querido de verdad.

Diego Fontecilla dice que empezó a componer la banda sonora instrumental dejándose llevar por las sensaciones que le causaba la historia. Y esas mismas sensaciones a priori, ahora sumadas a su música, a la dirección delicada de planos cerrados y silenciosos, a la fotografía que difumina objetos en primer plano para quedarnos como espiando en las escenas y a las magníficas actuaciones de Santiago Cabrera y Blanca Lewin, construyen una película que se queda atorada en las venas. Nosotros no decidimos a qué hora llegar. El protagonista de La vida de los peces llega tarde para la reconciliación con ese pasado al que abandonó en un momento crucial y yo llegué tarde a esta película que se estrenó en Chile el año 2010 mientras vivía allí. Como si todo el mundo estaría obligado a esperarnos.

Ya sabíamos que el tema predilecto de Matías Bize, ese delgado treintañero chileno, son las relaciones de pareja, tanto por sus largometrajes (En la cama, Lo bueno de llorar) como por sus cortometrajes (Llamando). Y aquí cierra el ciclo reflexionando sobre la validez de las decisiones irrevocables. ¿Existe algo más importante que lo que nos dictan nuestros impulsos sensibles y nuestros afectos? ¿Transitamos caminos que no tienen —o no deberían tener— vuelta atrás? ¿En la vida —como dice Bea— hay que quedarse con “algo”?

La libertad solo existe cuando se decide dejar cerrada una puerta para atravesar otra. La inmovilidad detiene el tiempo —recordando a los ajolotes de Cortázar— así que las decisiones son las que arrastran las manecillas del reloj. Bea se encuentra ante una encrucijada: vuelve a empezar con el “vida-de-turista” a quien amó años atrás y que la abandonó enferma de tristeza o se hace cargo de su matrimonio y sus dos hijas. De su “algo”.

Bea: ¿Por qué viniste?
Andrés: Porque te quería ver.
Bea: ¿Y qué esperabas encontrar? Las personas siguen viviendo. Es bien fácil andar de viajero en tránsito, viendo el mundo como turista. Lo difícil es quedarse y bancarse el día a día. No puedes aparecer así, removiendo todo como si yo tuviera que pedir perdón por mi familia, por tener algo.
Andrés: Vámonos de aquí, vámonos de aquí en serio.
Bea: Eres tan egoísta.

El poeta griego Homero ya estableció el arquetipo del personaje que regresa. Los pretendientes de Penélope, en La Odisea, aparte de querer desposarla, saquean la casa y gozan de los bienes del que está lejos. Ulises estuvo 20 años afuera y al regresar se vengó de todos y fue reconocido por su esposa e hijo. Andrés no estuvo en la Guerra de Troya pero también quiso regresar. Todos queremos regresar algún momento. ¿Es real que solo la muerte no tiene vuelta atrás? Siguiendo al pie de la letra el consejo aristotélico de unidad de tiempo y espacio, la película se filma entera en una casa de un barrio chileno  donde se desarrolla la fiesta. La hora y media rueda en el tiempo real de los silencios interiores en los que ambos protagonistas se encuentran sumidos. La vida de los peces es un filme honesto que nos muestra a sus personajes heridos y cegados por la duda. En algunas conversaciones —al inicio— se llegan a tocar temas delicados como la pornografía, las drogas en jóvenes menores de edad o niños que han visto todo cuanto ha pasado frente a sus ojos por Internet. Pero, aparte de ser fiel reflejo de la realidad, solo funcionan como preámbulo a lo central de la historia: el regreso de Andrés.

Los peces viven encerrados en sus paredes de cristal. Cada uno se mueve individualmente sin una dirección concreta ni demasiado ímpetu por más que esté el acuario lleno. Miran al exterior con nostalgia. Si algunos piensan que la escena en la que Andrés y Bea conversan con la cámara atravesando el acuario es gritar la metáfora y caer en la obviedad, yo creo que ya solo por esos hermosos minutos vale la película. Sus rostros están enmascarados por el azul del agua y los peces dan movimiento al cuadro. Hablan sobre todas las cosas que no hicieron y sobre “el mejor comienzo posible de una historia”. Aunque los peces nunca tienen finales felices. Ya se han aventurado a decir que esta película tiene el mejor final que ha producido el cine chileno y es inevitable pensar en el final de Rabia de Sebastián Cordero por la fuerza de cierre en ambas. Aquí no hay ni siquiera diálogo: un cruce de miradas que desató lo que hace minutos habían decidido. Un poco antes, Andrés pregunta: “Hicimos lo correcto, ¿no? ¿Estai feliz?”

RECOMENDADOS CARTÓN

ALIENTO, Kim Ki-duk
Cuando Yeon se entera de que su marido tiene una amante, decide ir a la cárcel a visitar a Jin, un preso con varios intentos de suicidio al que conoce gracias a la televisión. Aunque Jin nunca tiene visitas, acepta la de Yeon por tratarse de una mujer, a pesar de ello se muestra esquivo.

Lejos de desanimarse, Yeon sigue acudiendo a ver a Jin, adornando su celda con flores y fotografías, según las cuatro estaciones del año. Antes de que la muerte aceche, el amor surgirá entre ellos con una fuerza especial. El filme coreano se estrenó en 2007. Las críticas al trabajo del director Kim Ki-duk son positivas.

DOGVILLE, Lars von Trier
El film se desarrolla en un pueblo llamado Dogville, en el interior de los Estados Unidos, durante los años de la depresión. Allí va a parar Grace, una bella mujer, de naturaleza bondadosa que huye de una forma de vida que le parece perversa. Grace es perseguida por la “justicia”. Dogville retrata a cada uno de sus habitantes.

21 GRAMOS, Alejandro González Iñárritu
La característica de este film es que logra juntar varias líneas argumentales, esta vez alrededor de las consecuencias de un trágico accidente de automóvil. Sean Penn interpreta a un matemático gravemente enfermo, Naomi Watts, a una afligida madre, y Benicio Del Toro, a un convicto muy religioso.

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