Reseña
La razón blindada: El lenguaje creador del loco
En ‘La contingencia del lenguaje’, primer capítulo de Contingencia, ironía y solidaridad (1989), Richard Rorty escribe lo siguiente: “Una percepción de la historia humana como la historia de metáforas sucesivas nos permitiría concebir al poeta, en el sentido genérico de hacedor de nuevas palabras, como el formador de nuevos lenguajes, como la vanguardia de la especie”. Para Rorty, la poesía —y, en general, toda forma literaria— es filosofía en su más alto nivel y, por lo tanto, solo los verdaderos poetas son verdaderos filósofos.
Esta afirmación concibe a la filosofía como un área de cuestionamiento perenne y de ‘desocultamiento’, como diría Heidegger, de todo aquello que los léxicos vetustos no nos permiten entender. Lo que Rorty nos dice con su aseveración es, en realidad, sencillo y complejo a la vez: el poeta, al igual que el filósofo, redescribe el mundo. Redescribir el mundo significa ampliar, modificar, transformar la manera en que lo pensamos y nos pensamos dentro de él. Los poetas-filósofos, como apunta Gadamer, buscan la palabra ‘diciente’, aquella que en verdad nos diga algo de nosotros mismos. La poesía y la filosofía son, entonces, gestos revolucionarios, pues buscan romper un ‘statu quo’ de pensamiento y llevarnos más allá de sus límites. Sin esa intención, ninguna de estas dos expresiones tendrían sentido.
Lo anterior sirve para un intento de aproximación a una relectura del Quijote, elaborada por el dramaturgo argentino-ecuatoriano Arístides Vargas en su obra La razón blindada, porque creo que la literatura que nunca muere y que se posiciona dentro de los clásicos universales es aquella que acierta a redescribir el mundo de una forma tan humana, tan ‘diciente’ respecto a nuestra propia interioridad, que a pesar del tiempo sus palabras siguen diciéndole cosas importantes a las personas. El Quijote está vivo, más que por su historia, por su lenguaje. No me refiero a las palabras con las que está escrito, sino a las que conforman el mundo del caballero de la triste figura: un lenguaje de la locura que desenmascara la hipocresía, la crueldad y la mediocridad del lenguaje normativo.
Así como Shakespeare hizo que Hamlet usara el lenguaje de la locura para develar las verdaderas intenciones de los miembros de la corte, Cervantes hace que las palabras del Quijote se conviertan en las metáforas más apropiadas para renombrar el mundo, ampliarlo y liberarlo de sus apariencias. Hamlet y el Quijote son personajes modernos y sus lenguajes, sumidos en lo que otros definen como demencia, por primera vez nos muestran una complejidad humana que hasta el día de hoy nos estremece. Esta complejidad en el lenguaje constituye el corazón de La razón blindada, una obra de teatro que establece relaciones entre el Quijote, Kafka y las dictaduras latinoamericanas de los años setenta. En esa misma década Arístides Vargas huyó de la Argentina de Videla y se refugió en Ecuador, donde fundó, en 1980, el grupo teatral Malayerba, que se ha convertido en uno de los más potentes de la escena teatral en nuestro país. La razón blindada, estrenada en 2006, ha sido representada durante los últimos años en gran parte de Latinoamérica, Estados Unidos y varios países europeos.
La razón blindada construye, desde una relectura contemporánea del Quijote de Cervantes y del microrrelato La verdad sobre Sancho Panza de Franz Kafka, un espacio donde es posible replantearse la función del lenguaje creador a través de la palabra desarticulada del loco. La recreación a partir de la imaginación, el acto de renombrar y de subversión de los léxicos comunes es el motor de esta obra teatral cuyo espacio es la nada; el minimalismo escenográfico en donde prima la palabra.
La obra, en todas sus representaciones, mantiene su minimalismo escenográfico: apenas hay unos pocos objetos a la vista de los espectadores, lo que busca focalizar la atención en los dos únicos actores que interpretan a De la Mancha y a Panza. Sin embargo, no se encuentran en España, sino en un lugar opresivo, encerrados y, sobre todo, vigilados por un cuerpo invisible. Dentro de su encierro, De la Mancha y Panza representan, cuando nadie los ve, partes reformuladas de las vidas del Quijote y de Sancho, como si actuaran dentro de su actuación y llevaran a cabo una obra de teatro dentro de una obra de teatro. Sin embargo, estos momentos de libertad son siempre interrumpidos por el vigilante invisible y por el choque ineludible con la realidad del encierro. En una entrevista, Arístides Vargas confesó haberse inspirado en la experiencia de su hermano, preso político en Argentina, quien en su encierro creaba, junto a sus compañeros, micropiezas de teatro para soportar la realidad brutal que lo rodeaba. El teatro era, entonces, un momento de quiebre necesario para reformularse un sentido o un sin sentido, un momento para la metáfora, para la libertad.
Lo que los románticos expresaban al afirmar que la imaginación, y no la razón, es la facultad humana fundamental, era el descubrimiento de que el principal instrumento de cambio cultural es el talento de hablar de forma diferente más que el talento de argumentar bien.
Richard Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad
El Quijote nos permitió hablar de una forma diferente, es decir, pensar y leer de una forma diferente. Por eso, Arístides Vargas supo que su obra tendría que ser una relectura de la de Cervantes, porque la historia de su hermano, que es la historia de muchos latinoamericanos durante las dictaduras de los años setenta, es también la historia de un hombre, y de muchos personajes de la literatura, que se refugian en el lenguaje de la ficción para reinventar la realidad, reformularla o entenderla. Es la creatividad, entonces, la que permite la conformación de nuevas descripciones del mundo que logren anclarse en lo profundo del sujeto. Así, el discurso de la razón frente al de la sinrazón, no es más que el del encierro frente al de la libertad. La locura se convierte en una metáfora para hablar de lo que significa entender y elaborar con un lenguaje distinto, fuera de la lógica normativa, el mundo. “Las manecillas de la razón dan las cinco”, dice De la Mancha, quien siempre anuncia la hora de esa manera, como si el tiempo fuera en sí mismo un discurso que le resultara opresivo. “¡Ha perdido la razón, dios mío”, dice Panza. “La he perdido junto a mis aventuras; mi locura será una locura sin razón”, dice De la Mancha, y luego, sobre la locura, erige el siguiente discurso:
La locura, y creo que usted lo sabe, no es estar loco. Es volver loca la realidad donde vivimos. Usted tiene que comprender una cosa: nuestra principal tarea es la libertad profunda. Aunque estemos tristes y desamparados. Presta atención a lo que voy a decir, es importante. La libertad profunda es el último escalón de la paranoia. Recorrí el muro que separa nuestros pabellones y de pronto lo toqué y me di cuenta de que estaba allí, más allá de nuestras vidas. ¿Se da cuenta? Voy a tratar de ser más concreto. No es fácil. Preste atención, lo voy a decir una sola vez porque estoy cansado. La libertad formal está afuera, nosotros estamos dentro y no estamos en la libertad. La locura no es puente entre estas dos islas. No, la locura de la que hablo es otra. Es estar aquí, aquí… en una forma de libertad. Es suplantar lo bochornoso y lo triste porque ya no se necesita tener razón. Es trágico eso.
Arístides Vargas, La razón blindada
Ni De la Mancha ni Panza se sienten derrotados en su encierro porque todos los domingos, en sus propias palabras, hacen un “túnel intangible”. Ese túnel está hecho de palabras que parecen escapar a la lógica común del lenguaje, pero que son las únicas capaces de decir lo que les ocurre. Igual que en El Quijote de Cervantes, en La razón blindada existe un humor que sirve de catalizador para críticas muy profundas al poder, a la violencia y a una “razón” que aparece absurda y terrible en contraste con una locura liberadora. Esto también es una cuestión del lenguaje, pues la locura solo puede existir dentro de este y dentro del desorden de las palabras: palabras que no dicen nada o que dicen cosas contrarias a lo que para otros tiene sentido. El discurso del loco es, para la sociedad, el que carece de significación y de agencia. El loco tiene un lenguaje que no es un lenguaje porque no le sirve para comunicarse con los demás. El Quijote, sin embargo, puede comunicarse con Sancho igual que De la Mancha con Panza. El discurso del sin sentido y de la sinrazón encuentra sus interlocutores y, entonces, se gesta un intercambio que ya no es más el de la soledad y el aislamiento. Arístides Vargas toma el microrrelato de Franz Kafka, La verdad sobre Sancho Panza, para armar su trama teatral. En el relato, Kafka hace una relectura del Quijote en donde Sancho es quien imagina al caballero de la triste figura, como un álter ego, para salvarse a sí mismo de su quieta y rutinaria normalidad.
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
Franz Kafka, La verdad sobre Sancho Panza
Panza, en La razón blindada, es el personaje que imagina a De la Mancha, quien se convierte en su luz al final del “túnel intangible”, en el álter ego que le permite triunfar por encima de “la mediocridad, la estupidez y el cerco”. A este héroe inventado lo concibe protegido con una armadura; su razón, que es la cima de la sinrazón para los otros, se encuentra salvaguardada tras el metal.
Inventemos un tipo. Un tipo. Su propósito será salvarme. O salvarnos. Un héroe personal que no se quiebre. Que aguante. Que tuerza los barrotes de esta cárcel como si se tratase de fideos chinos. Un héroe goleador. Se internará en el área enemiga y causará estragos en sus defensas morales. Un mago, un Golem. Un héroe no humano. Efectivo. Un Frankenstein chiflado. Un loco, cuya locura sea tan violenta y extraordinaria que nos saque de la locura ordinaria en la que estamos metidos.
Arístides Vargas, La razón blindada
De la Mancha es un nuevo lenguaje para Panza y el único que le permite sobrevivir a las condiciones en las que se encuentra. Esta visión, presente en el relato de Kafka, es la que piensa a don Quijote como una metáfora del interior de todo ser humano, un espíritu de rebeldía que se atreve a vivir su propia redescripción del mundo. La fuerza literaria del Quijote está en ser la encarnación de una nueva palabra que los demás son incapaces de comprender. Los otros quieren que él vuelva al léxico común, pero el Quijote solo está vivo cuando elabora su lenguaje. Este es el gran aporte de Cervantes a la literatura universal: su Quijote añadió una capa más a la complejidad de la condición humana.
Arístides Vargas entendió esto y por ello tituló a su obra La razón blindada: porque la razón de Panza está blindada gracias a la sinrazón, o, mejor dicho, a la imaginación creadora de De la Mancha; porque todos, sin excepción, necesitamos construir nuestra propia descripción del mundo y, a veces, esa descripción está hecha con palabras que son indescifrables para los demás. La locura es ese espacio íntimo de incomprensión.
A pesar de ello, Panza admite al final de la obra que su héroe “no tiene trascendencia práctica” y que “no sirve para nada”, solo para proporcionarle, cada domingo, una alegría, un regocijo, y esa es quizás la forma que tiene Arístides Vargas de entender el arte. Pero el arte no solo es eso: también es lenguaje. Y el lenguaje es aquello que nos permite construirnos a nosotros mismos, ampliar nuestra empatía y ser más humanos. Al fin y al cabo, la obra de Cervantes y la de Arístides Vargas nos replantean lo que es ser un ser humano y lo que es hablar desde fuera de la normatividad de la palabra, allí donde se expresan los locos y, también, los escritores.
BIBLIOGRAFÍA
1. Rorty, Richard (1989). ‘La contingencia del lenguaje’. En Contingencia, ironía y solidaridad (pp. 23-42). Madrid: Paidós, Espasa libros S.L.U.
2. Gadamer, Hans-Georg (2012). ‘Acerca de la verdad de la palabra’. En Arte y verdad de la palabra (pp. 7-27). Barcelona: Paidós.
3. Vargas, Arístides. 2006. ‘La razón blindada’. En Teatro ausente. Cuatro obras de Arístides Vargas (pp. 123-167). Buenos Aires: Instituto Nacional de Teatro.
4. Kafka, Franz (1946) ‘The truth about Sancho Panza’. En The Great Wall of China. Stories and Reflections (p. 442). Nueva York: Schocken Books.