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El Telégrafo
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La bondad del musical es la limitada actuación

La bondad del musical es la limitada actuación
17 de marzo de 2013 - 00:00

“Les Misérables” no es una película para todo público, ni siquiera para el que gustó de audiovisuales como “Moulin Rouge”  o “Chicago”, nuevas y frescas producciones del cine musical o de los musicales adaptados a películas, ya que más bien opta por hacer lo mismo que se hizo con la última versión cinematográfica de “Los Productores” de Mel Brooks –guión que fue una película primero, luego un exitoso musical en Broadway y a partir de ese musical volvió a ser una película con el mejor elenco que tuvo en su versión para teatro-. 

Aparecen, cantando más que actuando, Russell Crowe, Hugh Jackman, Anne Hathaway, Amanda Seyfried, Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter o como se los conoce en la cultura popular, por sus personajes más sonados, Maximus, Wolverine, Gatúbela, Valerie  en “Caperucita Roja”, Borat y Bellatrix Lestrange.

Todos ellos con experiencia en el canto, Crowe es músico y tiene su propia banda, Jackman es una estrella tan famosa en Broadway como en Hollywood, Hathaway ha tenido numerosos musicales en la mayoría de sus filmes desde su salto al estrellato en el cine en “El diario de la princesa”, Seyfried es cantante y participó en el filme musical “Mamma Mia”, Baron Cohen es un comediante británico con gran talento para la improvisación lo que le facilita apoyarse en la música para su trabajo, y su compatriota Bonham Carter tuvo una destacada participación en el filme musical “Sweeney Todd”. Para Hooper, que previamente dirigió “El discurso del Rey”, filme que le valió nominaciones al Óscar a sus tres protagonistas - Colin Firth, Helena Bonham Carter, Geoffrey Rush-, al parecer eligió a lo mejor de lo mejor de la meca del cine para filmar, otra vez, una nueva versión de “Los Miserables” de Víctor Hugo.

No es que la prosa de Víctor Hugo pierda valor o sentido en esta nueva adaptación de un clásico de la Literatura, sino que la base real del nuevo filme es el exitoso musical de Broadway que en sus varias versiones incluso ha merecido reconocimientos para Ricky Martin. Quienes triunfan en esta reciente adaptación de una adaptación son los responsables del diseño de producción, dirección de arte, decorado de sets, vestuario y maquillaje - Eve Stewart , Grant Armstrong, Gary Jopling, Hannah Moseley, Su Whitaker, Anna Lynch-Robinson, Paco Delgado y un equipo de al menos 42 personas para maquillaje, peinados, prostéticos y lentes de contacto-, además de los autores de las letras y las melodías del musical para teatro, Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg, quienes figuran también en el equipo de cuatro guionistas para el filme. Sí, la fotografía de Danny Cohen y la edición de Chris Dickens y Melanie Ann Oliver hacen tolerable la historia de 158 minutos de duración, pero nadie puede negar que es el canto el que supera a la actuación, a pesar de los actores elegidos para desempeñar los roles protagónicos.

De hecho Anne Hathaway fue nominada al Óscar a Mejor Actriz de Reparto y lo ganó, mientras que Hugh Jackman perdió con gracia el Óscar a Mejor Actor Principal ante el Lincoln de Daniel Day-Lewis.

Jackman es un excelente Jean Valjean  y Crowe un modesto Javert, sin embargo es más interesante oír la voz del segundo y descubrir que además de un actor de primera, él también es un cantante aceptable. La Fantine de Hathaway es interesante ya que desde el punto de vista de la expresión corporal logra darle una mayor riqueza al personaje interpretado, a pesar de que lo que importa de ese ser, como de todos los demás que aparecen en pantalla, es lo que cantan. Seyfried pasa de año sin pena ni gloria dándole vida a una muy seca y joven Cosette, que si no estuviera en la historia fílmica, no representaría ninguna pérdida para la trama.

Baron Cohen y Bonham Carter se ganan más de un aplauso porque sus peculiares voces y dotes para la comedia oscura británica les permiten hacer aparecer en pantalla al posadero y a su esposa en dos exquisitos números musicales que justifican en cierto modo la vida que se llevaba en la Francia que describe Víctor Hugo en su novela.

No todo es color de rosa ya que una gran visualidad y un agradable y dulce canto no son todo lo que necesita un filme musical para triunfar entre la audiencia. A diferencia de “Rent” que es una adaptación del homónimo y exitoso musical ganador de un Pulitzer y premios Tony que sí funciona como filme, musical y como filme musical, tres niveles muy diferentes, aunque claramente interrelacionados, o de “Dancer in the dark” y “Dreamgirls”, últimas muestras originales e innovadoras de lo que es un filme musical como los legendarios “West side story” y “The sound of music”, “Les Misérables” de Tom Hooper carece de fuerza cinematográfica. No es solo cuestión de que se vea bien en pantalla grande, de un grandilocuente diseño de sonido o de una edición de sonido acorde al costoso audiovisual, sino de que se aprovechen la narración, la composición, la comunicación y la producción audiovisual al máximo. El primer nivel no es lo más relevante en este musical, donde el canto es lo que prima y opaca a otros elementos de igual o mayor importancia, hay buena composición pero nuevamente musical, en especial en cuanto a música instrumental y canciones originales, comunica aunque no enteramente en el plano audiovisual sino en los diálogos cantados a pesar de que los actores estén muy cerca los unos de los otros y, sí hay un gran esfuerzo de producción, pero no es del todo audiovisual, sino más bien para un gran musical teatral, que luego simplemente fue filmado con una cámara para cine. No se siente que exista una conexión lógica y orgánica entre todas y cada una de las partes del supuesto filme para considerarlo una gran película, o una película a secas.

“Les Misérables” tiene potencia musical y sonora, pero muy poca expresividad visual. Sus elementos para la vista son tan perfectos que pierden todo lustre en lo que a significado se refiere. Podrían ubicarse los muebles de otra manera y posiblemente la historia y la trama no sufrirían ni un poco.

El vestuario de cada personaje sí es esencial e inherente a su evolución en la línea de tiempo establecida en la historia de “Les Misérables”, mientras que en un extraño paralelismo, realmente no significa nada para el sentido total de la película. ¿Será que ese es el logro de todos los departamentos encargados de la parte visual de “Les Misérables”, que todo lo que han colocado ahí pase completamente desapercibido o que se siente tan natural como lo que el espectador ve alrededor suyo todos los días? Sería bueno confirmar que así es, pero no, en realidad es una falla grave  que la visualidad tenga tan poco peso semiótico en una mega producción cinematográfica.

Hooper tiene una excelente hoja de vida en lo que a dirigir piezas de época se refiere como lo ha demostrado con “El discurso del Rey” y la mini serie para TV “John Addams”. En “Les Misérables” se gana otro poco de puntos a favor en ese departamento, pero si el mérito de un gran director es el trabajo que realiza con sus actores, esta vez sale perdiendo. No  es que haya cero actuación involucrada en un filme musical, sino que la poca presencia de diálogos no cantados impide que los dotes actorales de su reparto salgan a relucir, ya que el actor trabaja especialmente, no exclusivamente, con la voz.

En este filme laureado parece que mejor hubiese sido comprar boletos para ir a ver “Les Misérables” en vivo en Broadway, aunque ya que no siempre hay tiempo, es bueno que alguien lo haya grabado para la posteridad.

Un verdadero filme tiene que sentirse en su coloración, en su diseño visual, en su diseño sonoro, en su manejo del silencio y sobre todo en actuaciones memorables, no solo en canciones. Las canciones, para quien ya vio el musical en Broadway, no serán nada nuevo ni fuera de este mundo.

Sam Mendes, quien es un excelente director teatral y ahora un laureado cineasta empezó su carrera dirigiendo la filmación de una de las más peculiares puestas en escena de “Cabaret” con Alan Cumming en su reparto. También hay una versión de “Rent” que es una mera filmación de la puesta en escena que se hiciera del musical, en vivo, en Broadway, que salió dos años después de la adaptación fílmica del mismo material.

“Les Misérables” de  Hooper parece precisamente esto último, una mera filmación de una puesta en escena del famoso musical basado en la historia escrita por Víctor Hugo. La historia de Jean Valjean y Javert, que en gran modo inspiró la del filme “El Fugitivo” y que tuvo una de sus mejores versiones cinematográficas a fines de los 90 con Liam Neeson, Uma Thurman y Geoffrey Rush, se siente plana cuando tenemos que oír al frío y moralista Javert cantar su última pena porque no puede acabar con la vida de Valjean, ya que este personaje le perdonó la vida cuando pudo haberlo matado en medio de una rebelión popular.  Hace falta que los actores pongan emoción en sus diálogos y parlamentos, no solo en su forma de cantar para que una historia tan trágica y épica como “Los Miserables” llegue con toda su fuerza a las mentes y corazones de la audiencia.

Ni Wolverine, ni Maximus son malos cantantes, pero es preferible verlos representar a sus personajes no solo como cantores en medio de la decadencia social de Francia luego de su Revolución, sino como seres humanos de carne y hueso cuyos corazones palpitan ante el conflicto humano y la tendencia a estereotipar al prójimo y rechazarlo sin siquiera conocerlo, lo que no siempre se puede transmitir en una canción.

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