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Juan, el sobreviviente

Juan, el sobreviviente
26 de agosto de 2013 - 00:00

En estos tiempos que transcurren, hablar de zombis o de muertos vivientes, está de moda. Incluso se han dado casos reales de hombres que atacan a otros y se los comen, como el de Miami, en 2012, cuando un hombre le comió la cara a otro mientras los policías lo acribillaban a balazos y este ni se inmutaba.

 

Parecería que el apocalipsis zombi no es solamente exclusividad de la ficción.

 

Pero, ¿qué pasa cuando estos personajes son descontextualizados (supuestamente) y de repente los vemos aparecer en una ciudad latinoamericana como La Habana? La respuesta es la película premiada con el Goya de 2012, Juan de los Muertos. En un principio podría resultar difícil pensar en una cinta de este género en Cuba, donde los realizadores y sus filmes no han dejado de mostrar los problemas que viven y sufren a diario desde los inicios de la Revolución Cubana, con la aclamada película de Tomás Gutiérrez Alea Memorias del Subdesarrollo, hasta la actualidad. Particularmente, este film, del director Alejandro Brugués (Personal Belongings, 2008), toca estos mismos temas pero con una mirada muy diferente, donde el pretexto son los zombis.

 

Un virus desata la locura en La Habana, no sabemos de dónde proviene, pero eso no interesa. Lo importante aquí es cómo Juan, su hija (que no lo quiere y es española), su amigo, el hijo de su amigo, un travesti y un afrocubano muy fuerte, pero que se desmaya cuando ve sangre, saldrán de esta incómoda situación. Primero la afrontan con temor; es un fenómeno nunca antes visto en Cuba, un problema que los medios y la revolución endosan al imperialismo del norte. Juan y su grupo deciden aprovecharse de la situación y ofrecer el servicio de “matar a sus seres queridos”, no sin antes intentar reclutar a más gente diciéndoles que estos “son enemigos reales, no como los americanos”.

 

“Ante este apocalipsis la ausencia del Estado, representada por la policía o el ejército, es evidente...”.El filme está plagado de frases o reflexiones de este tipo rodeadas de humor negro. En realidad son verdades de un país que solo desde sus entrañas y su cotidianidad, puede sentir y expresar lo que realmente le sucede. Una de estas verdades que parecería ser el origen de la historia es la inmovilidad, la quietud; en una escena del film una muchacha contempla como los zombis caminan sin rumbo por la calle, como si nada pasara, “yo lo veo igual que siempre”, dice. Estos zombis que llevan la etiqueta de disidentes (cubanos opositores al régimen) parecerían ser las mismas personas de siempre. Caminan al ritmo de la nostalgia y la costumbre. Quizá la analogía más importante del filme sea esta, que los zombis no son seres extraños, son la mayoría de la población que no tiene rumbo fijo y lo único que busca es satisfacer sus necesidades primarias.

 

Ante este apocalipsis, la ausencia del Estado, representada por la policía o el ejército, es evidente. La única opinión que se escucha del Estado es a través de la televisión, donde una vez más elogian al pueblo cubano por su resistencia, pero la verdad es que en este caso, no pudieron resistir y La Habana es destruida por sus propios habitantes devenidos en zombis. Lugares emblemáticos se destruyen, como El Capitolio, al caer en su cúpula un helicóptero fuera de control.

 

Juan y su grupo se las ingenian para huir de los disidentes y buscar el escape último en un carro-anfibio fabricado por ellos mismos al puro estilo de Los Magníficos (como muchos cubanos lo hicieron en los noventa, sus autos los convirtieron en balsas para huir. Estos autos son parte de la imaginería cubana, incluso se habla de un Chevrolet que sirvió de balsa y está en algún museo en los EEUU).

 

En el auto están la hija de Juan, su amigo, el hijo de su amigo y un niño que Juan rescató de las manos de su padre quien se convirtió en un zombi. Lograron saltar una multitud de zombis que se encontraba agolpada en el malecón y lo hicieron gracias a una rampa hecha con cuerpos de zombis muertos o, mejor dicho, eliminados.

 

Todos suben al auto con dirección al norte, al Yuma, como le dicen en Cuba, todos menos Juan, quien una vez más, al igual que en la primera escena del film, les dice: “Yo soy un sobreviviente, sobreviví al Mariel, sobreviví a Angola, sobreviví al Período Especial y a la cosa esta que vino después y voy a sobrevivir a esto”.

 

En una frase Juan resume los momentos más difíciles que ha tenido que sufrir el pueblo de Cuba posterior al triunfo de la Revolución en 1959 y a la caída de la Unión Soviética a fines de los ochenta. Es su manera de sentir y la forma en que el director-guionista se “protege” un poco de todo lo anterior y quizá quiere enviarnos un mensaje esperanzador, que en Cuba todavía existen personas que lucharán hasta el último por su país. No es un happy ending, sino más bien un, final romántico desde todo punto de vista.

 

Lo último que vemos es un zombi con un agujero redondo en todo su tronco, se lee en la espalda: “Hasta la Victoria Siempre…”.

 

Juan de los Muertos arriesga, se atreve en todo sentido. No es fácil contar un relato que requiere de una producción ambiciosa, sin embargo, este filme está bien logrado en su forma, al estilo más bien de películas de Cine B o de los homenajes a este tipo de cine que ha hecho Robert Rodríguez con Machete, donde se vale de todos los recursos posibles en postproducción para lograr su objetivo.

 

El guión, en cambio, muchas veces decae y se siente forzado. Aparecen personajes que si no hubieran estado allí, no influirían en el desarrollo central del relato. En fin, lo positivo de esta película es que existe y que, como dijo el actor que interpreta al travesti al recibir junto al director el premio Goya a Mejor Película Iberoamericana: “Un saludo muy grande para todos los cubanos, para todos los que hacen posible el cine también en Cuba, donde no hay de nada pero hacemos de todo”.

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