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Música

‘Gangnam Style’: entre la metáfora muerta y el gusano del oído

‘Gangnam style’. Es el epítome de cómo una de las peores canciones de la historia puede hacerse viral sin que lo entendamos del todo.
‘Gangnam style’. Es el epítome de cómo una de las peores canciones de la historia puede hacerse viral sin que lo entendamos del todo.
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Música, única entre las artes, es a la vez completamente abstracta y profundamente emocional.
Oliver Sacks

Las revoluciones musicales empiezan por el cuerpo. Ya lo dijo Bruce Springsteen, durante la inducción de Bob Dylan en el Rock and Roll Hall of Fame, en 1988: «De la manera en la que Elvis liberó tu cuerpo, Bob liberó tu mente». Con la frase, Springsteen le quiso dar realce a la explosión mental que generó el Premio Nobel de Literatura de 2017 cuando llegó a la música popular, en los años sesenta. Pero muy pocos se han enfocado en la primera parte de su enunciado: la liberación del cuerpo como ese momento inicial.

El cuerpo como sujeto de existencia, como campo de transformación, como germen de todo lo demás. Si el cuerpo no consigue librarse de ataduras sociales y de cualquier elemento que lo constriña, culturalmente hablando, la mente no puede hacer nada.

Esa ruptura es posible, es necesaria, es visceral. Desde las maratones de baile en salsotecas hechas para romper la tensión del día a día, hasta la danza como territorio de libertad para que Billy Elliot pudiera dejar de lado su destino de trabajador en una mina y expresarse a través del ballet. El baile es posibilidad para entender las dinámicas del mundo, los esfuerzos, el deleite, la unción entre el cuerpo y el ritmo, los sonidos, las armonías y melodías.

Si bien para el neurólogo Oliver Sacks la música es abstracta —y objetivamente es cierto, no es algo que podamos sostener en la mano; la música, al ser una experiencia auditiva, es pura metáfora—, eso no significa que deba tener una forma y presentación inútil. La emoción que la música genera no puede ser obvia, ni burda, ni sencilla. Existe algo más allá del simple gusto.

El baile no es solo una manifestación de gusto del ser humano por el movimiento, o por el beat. El baile es el punto más alto de la comunión entre cuerpo y sonido. Eso trasciende el gusto, habla de lo más profundo de la humanidad.

        ***

‘Gangnam style’, del cantante surcoreano Psy, es el puntapié que necesitaba el K-pop en el mundo (el término hace referencia a la música pop hecha en Corea del Sur). Es también el epítome de cómo una de las peores canciones que ha dado la humanidad adquirió un estatus viral que no se puede explicar del todo. Hasta el momento de redacción de este texto, ‘Gangnam Style’ llevaba más de tres mil millones de reproducciones a través de YouTube. Y de acuerdo a una nota de la revista Forbes, de junio de 2014, para ese momento —con dos mil millones de vistas— Psy habría recibido más de dos millones de dólares por las reproducciones.

La basura musical da sus réditos.

¿Cuál es el problema con este tema? Que con esa imagen de supuesta revolución, con acciones ridículas en el video y con un paso de baile que asemeja el trabajo de un Fred Astaire ebrio, unido al paseo a caballo de los Monty Python —en la película sobre la búsqueda del Santo Grial— y al movimiento lateral del «Ándale y retaca, taca, taca la petaca» de Chespirito, una canción monótona se volvió de pronto la panacea del planeta.

No hay nada nuevo en ‘Gangnam Style’. Suena como uno de esos éxitos de verano que bailaba en todo lado cuando era adolescente —léase King Africa y compañía—, hechos solo para que saltemos en una pista. Y si vamos más allá de eso, ‘Gangnam Style’ es una de las primeras abanderadas de este tipo de música que comparte un ADN similar y que se construye para que se conviertan en los hits que son. El término en inglés es earworms, algo así como gusanos de oído. Sí, la referencia a la imagen de los parásitos no es gratuita.

De acuerdo al artículo ‘The Wriggly history of Earworm’, publicado en la página web del diccionario de la Merriam-Webster, el significado de la palabra pasó del alemán al inglés, entre los siglos XVIII y XIX, de hacer referencia a una plaga del maíz a convertirse —desde mediados del siglo XX— en el término usado para definir a aquellas canciones que no nos podemos sacar de la cabeza.

El earworm es, entonces, una aspiración del mercado musical, el sueño de todo productor.

Este tipo de earworms es casi una construcción matemática —entendiendo a la música como unión de compases— en la que, en ciertas partes deben suceder algunas cosas según los manuales de la música popular y exitosa, para que los temas se queden grabados en la cabeza de las personas. Y estas construcciones suelen basarse en tres ideas claras: simpleza, repetición y ritmo, que buscan una reacción emocional en el oyente. Pero esa reacción es básica, tribal, como si nuestros cuerpos se hubieran reacostumbrado a ser los cuerpos de los primeros homo sapiens en la Tierra, incapaces de evolucionar, prendados de un tum, tum, tum y ya.

La canción de Psy, como otras diez mil canciones que siguen apareciendo —muchas son el resultado de una larga lista de compositores, responsables de los sonidos más repetitivos del momento— persigue un patrón establecido. Al inicio, ‘Gangnam Style’ anticipa de a poco la explosión de sonidos sintetizados que vendrán luego: el tema arranca con un primer coro con cierta melodía pegajosa, pero sin la emoción que llegará luego.

Inmediatamente suena una estrofa cuya duración se mide en múltiplos de cuatro (cuente las veces que se dice una línea y sabrá si estamos ante cuatro u ocho compases). Es el desarrollo de la canción, de su característica dance, del beat que se va a incrustar en la mente del incauto. Esto da paso al estribillo en que al parecer la tensión crece, y que nos está diciendo que vamos a llegar a algo importante, que nuestra espera va a desembocar en un momento apoteósico, en el que una voz —entre inhumana y abúlica— pronuncia «Opa Gangnam style». Estamos, de golpe, en la misma estructura del arranque, con algunos sonidos más elaborados.
Repita la fórmula hasta que se cumplan casi cuatro minutos. Ahí se debe acabar la canción.

Si quiere hacer de este ejercicio algo más interesante, cambie de intérprete y tema, y cante «I’m sexy and I know it», otra basura que hizo de las suyas en 2012. No encontrará diferencias entre ambas estructuras.

¿Eso es precisamente malo? No, es frustrante.

¿Significa que se debe bailar y divertirse en una sala de baile con conciencia o con una lógica racional? Tampoco. Solo quiere decir que algo como ‘Gangnam Style’ ha sido diseñado asumiendo que en la música contemporánea ya no interesa lo que se dice y que la diversión es la única finalidad posible. No hay nada más que mover el cuerpo, es el último espacio que podemos experimentar como seres vivos: el cuerpo. No importa el contexto, la gramática, el discurso. No hay metáfora posible en un mundo donde la única importancia del baile es el baile en sí mismo.

El baile es importante. El contexto por el cual se baila, también.

        ***

Todo éxito bailable del momento debe tener una letra que atrape, que enganche, el famoso hook, según los estudiosos. En ‘Gangnam Style’ ese gancho está en inglés —«Oooh, sexy lady»—, pese a que el resto de la canción está en coreano. Otra movida más de mercado, el gancho para ser cantado en el mundo, para desvirtuar cualquier posibilidad en la letra, cualquier relevancia posible en el acto de crear oraciones que acompañen las melodías creadas.

La letra debe importar. Y mucho.

Cuando Kurt Cobain dijo en una entrevista en 1991 que la música es lo más importante y que las letras son secundarias, no estaba denostando la lírica. Buscaba mostrar un proceso creativo por el cual él podría demorarse en tener una letra definitiva hasta segundos antes de grabar las voces de las canciones de Nirvana. En la música debe existir una ética de trabajo y no una sentencia de muerte para los compositores contemporáneos, alrededor de la lírica de sus canciones.

Para Psy, la idea es decir algo, contar algo, pero anular cualquier complejidad que pudiera asomar en el discurso. Porque se supone que la música para bailar es eso, ¿no?

¿Lo es?

‘Gangnam Style’ es un conjunto de beats y sonidos que buscaron parodiar la idea de la gente que quiere verse y aparentar ser de una clase social superior a la que es. Gangnam es parte de Seúl, la capital de Corea del Sur y es el lugar que Psy —su nombre de cuna es Park Jae-sang— ha comparado con Beverly Hills. Ese sitio aniñado, plagado de estrellas, de dinero, de glamour, de diversión es ese Shangri-La al que llega la gente que sabe cómo moverse y que ha aprendido los códigos, para aparentar éxito.

Psy lo narra desde la voz del tipo que se considera noble durante el día y que a la noche puede cambiar de chip y buscar a la mujer perfecta, que como él es una cosa por el día y otra por la noche.

Una posición básica, ridícula y floja. Es música para divertirse acerca de gente a la que le gusta divertirse escuchando y bailando música para divertirse.

No es amargura lo que me hace escribir esto. No. Hay música bailable que tiene una potencia lírica que eleva el beat, el compás, la posibilidad de mover el cuerpo como una extensión más de la comunicación humana. ¿Algo superior a Rubén Blades como contador de historias? ¿O hay forma de contenerse a la autorreferencialidad del baile, como un acto de rebelión por parte de un grupo social denostado, como hace el grupo de hip hop Die Antwoord en ‘I fink U freeky’? ¿Hay algo más rebelde que bailar sin beat, al compás del disco Yeezus de Kanye West, escuchando sus letras como manifiestos sobre la vida, la religión, el ser negro en Estados Unidos y el amor?

Psy es solo un vendedor de chicles y el chicle se pega. El excremento también.



        ***

Psy no ha conseguido repetir el éxito que tuvo con ‘Gangnam Style’. Y eso ha sido frustrante para él y claro, dio paso al lugar común del artista que se sumerge en el alcohol y los problemas personales. Con el tiempo aseguró que había hecho paz con la idea de no generar más éxitos, uno detrás de otro.

Después del ‘Gangnam Style’ yo era feliz. Pero, a veces, no me sentía así porque sabía que esa iba a ser la canción más importante de mi vida y que no volvería a estar en la cima nuevamente. Durante un tiempo sentí un poco de presión. Quería ser yo mismo, no el tipo de Gangnam o lo que fuese, quería enfocarme en encontrarme a mí mismo.

Psy, El Mundo (2016)

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No todo earworm es malo, desde luego.

Grandes composiciones son catalogadas como earworm pero no por su deseo de convertirse en ese éxito efímero, sino porque son así: pegajosas, se quedan en la cabeza, se convierten en parte de nuestras vidas.

No son salchichas creadas en una fábrica para ser consumidas en un momento en específico, para triunfar por unos meses y desaparecer.

Ya sea el tema de James Bond, del gran John Barry; el de Star Wars, de John Williams, o hasta ‘El africano’, de Wilfrido Vargas, hay algo en esas canciones que les permite perdurar. Ese ‘algo’ tiene que ver con su propia gramática, la unión de sonidos, esa sintaxis particular, eso que se dice sobre el mundo, la existencia y la vida, sin usar palabras, eso que arroja un resultado poderoso al oyente.

‘Gangnam Style’ no tiene nada. Es un ejercicio de vacío que llamó la atención por un tiempo, un objeto curioso, una trivialidad, un estornudo que se convirtió en un fenómeno por encima de sus capacidades como obra y que consiguió dinero para su creador. Es una reproducción de la fórmula para generar éxito, con unas particularidades que la hicieron saltar por encima del resto —cantante asiático y gordito con ritmo gracioso—, pero que no han conseguido evitar un desenlace obvio: ‘Despacito’ llegó en 2017 y consiguió más de tres mil millones de reproducciones por YouTube y otros reconocimiento que el tema de Psy no pudo obtener.

El 2018 será terreno de alguna otra obviedad sonora, se sabe. (I)

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