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Escena

Culebra Cascabel rompe muletillas corporales y sonoras

Manolo Larrea empezó esta propuesta con un juego de John Zorn en el que existía un mediador que utiliza guías.
Manolo Larrea empezó esta propuesta con un juego de John Zorn en el que existía un mediador que utiliza guías.
Foto. Karly Torres / El Telégrafo
30 de junio de 2018 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

Culebra Cascabel se ha convertido —al menos por ahora— en un cuarteto. La idea del grupo no es hacer música, menos igualar ninguna propuesta académica que intente ser perfecta bajo estereotipos sonoros que a veces se comprenden poco. Tampoco quiere que la gente crea que tienen un mensaje para dar, ni que hay una explicación sobre su propuesta vinculada a todas las tendencias ecológicas que ahora se ha planteado la humanidad, aunque sí hay algo de eso.

El grupo muta de acuerdo a las posibilidades de sus integrantes. Está conformado por activistas, performers, músicos, gente que constituye de manera individual un universo, con lenguajes distintos de expresión. «Intentamos desaprender. Romper muletillas. Culebra es un ensamble de improvisación sonoro-corporal para romper moldes», dice Manuel Larrea, el fundador y director del grupo. Ellos no hacen música, culebrean.

El escritor argentino-canadiense Alberto Manguel señala en su libro Mientras empaco mi biblioteca que el segundo mandamiento bíblico dice: «No te harás imagen tallada, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra». Lo hace para cuestionar los límites de esa imposición en la creación, que viene, de alguna manera, de un dios desconocido.

«¿La creación es un empeño lícito al alcance de los humanos o estamos condenados a fracasar, ya que todo arte, puesto que es humano y no divino, lleva consigo su propio fracaso? Dios dice que es un dios celoso: ¿También es un artista celoso?», se pregunta Manguel.

En Culebra Cascabel se ejerce la búsqueda de un lenguaje único, una representación individual del mundo, capaz de funcionar cuando todos están juntos y no saben con exactitud qué esperar del otro. En el grupo la sonoridad se produce con las posibilidades de sus miembros y las reacciones que tiene cada uno.

Manuel Larrea es músico, estudió en el conservatorio, luego en la Universidad de Boston, en Berklee. Tiene formación de pianista, a pesar de que la escoliosis le complica su manera de sentarse, en el dolor que le produce mantener la postura de su espalda igual que un pianista clásico.

Le molesta la idea de tocar un instrumento que sea el único que no puede trasladarse cuando da conciertos y que gran parte de la gente distinga entre artes escénicas y musicales. ¿Acaso el músico no gestiona una escena? «Yo no puedo separar mi propuesta de las artes escénicas. Creo que tengo un problema con mi cuerpo», dice Manuel. Para hacer música tiene que moverse, investigar cómo lo hace, a veces, por inercia. Para alejarse de aquella postura formal de pianista, necesita encontrar una propia.

En Culebra Cascabel, Manuel se apoda Derviche Tropical. «Porque mi universo dialoga en pares: mis piernas con la silla, mi espalda con el amplificador, mis nudillos con los cables, mi respiración con las teclas del piano». En escena tiene un teclado que no toca con las yemas de los dedos; y un banco en el que a veces se sienta.

María Coba estudió teatro con su padre, el fundador de Teatro Arawa, Juan. Estudió yoga y dirige el Centro de Prácticas Culturales de la Universidad de las Artes. Es aficionada al deporte. En el grupo, sus implementos deportivos son sus instrumentos para aparecer en escena.

«¿Qué pasa con el sonido de un deportista, qué significa levantarte temprano, cómo es la rutina, cuántos tiempos tiene, cuántas repeticiones, qué te grita el entrenador?», se pregunta Larrea. La figura de María Coba en el grupo tiene que ver con lo que significa entrenar a nivel deportivo, con el juego de las repeticiones, con la música que produce el estiramiento del cuerpo, con los artilugios que utiliza un deportista para no rendirse y llegar a la meta aun cuando se está agotado. «Ahí tienes elementos sonoros: cuando tienes que moverte y hablar. ¿Qué pasa con tu pensamiento cuando tienes que llegar a la meta y ya no tienes más?», dice Larrea.

Su universo, en Culebra Cascabel es el de un gimnasio radial porque se compone de tres materialidades: «una radio que enuncia, un armatoste que evoca y una carne que se desbarata al son-ido y al ru-ido... ido-la del barrio». En escena María Coba tiene una pera de boxeo, colgada de un solterón, un micrófono y un libro, en el que a veces intenta emular el gesto de escribir sobre lo que ya está escrito.

Cada integrante traslada a escena su habilidad, a la que llaman su universo. Ángela Arboleda usa su trabajo como oradora, narradora y danza española. Foto: Karly Torres / El Telégrafo

Ángela Arboleda es narradora oral, es cuentera, necesita la palabra y, aunque no sea a veces tan evidente, también su cuerpo. Esa es su manera de representar el mundo y de movilizarse en escena.

Zapatea como española cuando encuentra adecuado hacerlo o mueve sus castañuelas. En escena la acompañan los cuentos que le gustan, la poesía que prefiere y repite. Habla en el tiempo que cree necesario y rompe el ruido con el ritmo de sus castañuelas para marcar un nuevo compás.

En su interpretación se reconoce como Tablao Hablao. «En una canasta que puede ser la de Caperuza (roja) llevo para el camino un cajón que guarda secretos, castañuelas, crótalos, libros, un mantón, un abanico, mi voz y un par de zapatos rojos que combinan con un pollito amarillo que baila y picotea en corcheas», dice Arboleda sobre su papel.

Jorge Cevallos es un músico frustrado. No estudió música porque no tenía dinero para hacerlo y se metió a la carrera de diseño. «Es un tremendo referente a nivel visual», dice Larrea. Además tiene una maestría en Barcelona. En el grupo, su universo recibe el nombre de Digitador de Estados Alterados. «Mi universo va y viene entre lo tradicional y lo electrónico. Intento encontrar puentes/códigos que amalgamen dos opuestos, pasando/provocando/mirando diversos paisajes».

En escena lleva un violín y controla el eco de los sonidos a través de la computadora. Cuando cree necesario interviene con la dulzura de las cuerdas y su fuerza; o usa su consola de sonido, depende de lo que hagan los otros en el escenario.

La formación del grupo es siempre un círculo. La idea es que los espectadores no estén en sillas, que no respondan a la lógica de los escenarios teatrales. Al contrario, Larrea quiere que quienes los miran sonorizar sus diferentes lenguajes se muevan a su alrededor y, si se atreven, que entren al círculo.

«Pasa algo muy curioso con la disposición del espacio. No sé para qué me sirve el centro. Sé que de alguna manera, con el centro presente, nosotros no nos vemos, nos sentimos a los costados y algo sucede con esta centralidad. Nuestro punto de encuentro es el círculo. Por eso quiero que la gente deambule para imaginar algo desde acá», dice Larrea sobre su espacio en escena.

Culebra Cascabel es una idea sobre lo posibilidad del ruido, del sonido, de los cuerpos que se encuentran y reaccionan a partir de sus impulsos, desde la materia de la que están hechos, sin que se pongan de acuerdo en un compás preestablecido.

Al principio, Larrea trabajó con la formación de un grupo al que llamó Cobra. Tuvo alrededor de quince participantes, que se fueron disipando de a poco. Las posibilidades sonoras de este grupo partían del juego que creó John Zorn. En él los participantes eran improvisadores que respondían a las instrucciones de un mediador. Este entregaba un sistema de reglas u órdenes detalladas, que se ejecutan inmediatamente, a pesar de que no existan secuencias u eventos preconcebidos.

Una vez que el número de participantes decreció, Larrea decidió que podían experimentar mucho más sin responder a instrucciones. «La solución que yo encontré para Culebra, lo que quiero que sea, es que cada uno encuentre su derrotero, que haga lo que es y que, desde lo que es, busquemos cosas».

El año pasado, Culebra hizo ensayos abiertos al público de manera gratuita. Este año estarán en Muégano Teatro, en el Callejón Magallanes, cada primer miércoles del mes, hasta diciembre. En cada sesión habrá algo nuevo. La experiencia corporal es irrepetible, aunque se pueda volver predecible en el ejercicio. Siempre que están en escena, alguien en el público piensa en el cine. Larrea se cuestiona siempre hasta qué punto la fuerza de la imagen cinematográfica funciona y es capaz de evocar aunque no esté. Para él, este es un ejercicio de liberación en el cual los cuerpos encuentran su equilibrio. «Nuestra energía no es una energía de juventud, sí de inercia». (I)

Jorge Cevallos utiliza en escena un sintetizador y un violín, de acuerdo al impulso sonoro de los otros. María Coba lleva su sonido como deportista. Foto: Karly Torres / El Telégrafo

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