El FICC: más allá de la muestra
Diarios de festival
Desde el avión, Cuenca es una gran cerámica, rojiza y brillante. Con un resplandor que invita y que acoge. Ya en tierra, el cariño es inmediato. No se siente tanto la presencia de la teja y el ladrillo en el Centro Histórico, como sí sucede en la parte moderna de la ciudad, lo que puede verse tras las ventanas del taller de Eduardo Vega, arriba en el mirador de Turi, donde el artista continúa despertando profunda admiración con su obra y el relieve que despunta en la belleza de la cerámica.
Entre la cuadrícula perfecta del Centro Histórico es imposible perderse. Y siempre uno encuentra un museo, una iglesia o un balcón que sirve de referencia para cruzar la calle de piedra y llegar al sitio indicado. En estos días el sitio indicado resulta el teatro Sucre, diagonal a la plaza central del parque Calderón, donde uno puede sentarse a refrescar bajo las sombras de los árboles atrapados entre las dos catedrales, la vieja y la nueva.
Y es indicado porque todas las mañanas, tardes y noches el proyector ha convocado la presencia de cientos de espectadores, jóvenes en su mayoría, para presenciar la programación que presenta la undécima edición del Festival Internacional de Cine de Cuenca.
En sus 11 años de vida, el festival, impulsado por Patricio Montaleza, sobrevive pese a las adversidades y el insuficiente estímulo económico para que pueda consolidar su existencia. Y, sin embargo se mueve…
Pero el Festival Internacional de Cine de Cuenca (FICC) no ha podido todavía convertirse en el evento comprometido como símbolo de una ciudad y pantalla del cine de la región. Sin embargo, genera público y, sobre todo, incentiva la formación de nuevos públicos. En varias sesiones se han podido ver a niños y adolescentes emocionados, sorprendidos e incluso shockeados tras la fuerza de ciertas imágenes, en la diversidad de las propuestas de las obras que se exhiben.
La película inaugural, El viaje del acordeón, de Andrew Tucker, fue bien recibida por el público. Su director no podía ocultar su satisfacción tras los créditos finales, más allá de que la crítica —dentro de la cual me incluyo— coincidiera en que la cinta podía haber profundizado más en sus personajes y sobrepasar ciertos momentos anecdóticos con mayor investigación. Sin embargo, personalmente me pareció que el relato está bien estructurado. Y la película logró en mí superar el prejuicio que tenía contra el vallenato y poder apreciar sus ritmos y sus componentes culturales, lo cual considero un mérito que quizás a espectadores más entendidos en el tema puedan haber parecido obvios o superficiales.
Pues el contexto resulta fundamental para asimilar una película. Uno de los filmes que más me han gustado dentro de la programación del FICC es una cinta colombiana que se incluye en la muestra del país vecino. Todos tus muertos es un filme diferente que fluctúa entre la denuncia y el absurdo y que parte de una poderosa imagen: una montaña de cuerpos inertes abandonada entre los maizales. Este hecho rompe con la cotidianidad de un campesino, quien intenta denunciar el hecho ante las autoridades, pero que se resisten a reconocerlo.
La película es una apuesta arriesgada llena de sutilezas y referencias a la violenta realidad que vive Colombia con su guerra interna. Todos tus muertos habla de la guerra sin mostrarla, evoca a ríos de sangre sin mostrar una gota y apunta a muchos lados sin señalar ninguno específicamente. Las referencias apuntan a los desaparecidos, secuestrados, muertos sin enterrar de quien ningún representante del poder quiere hacerse cargo.
Todos tus muertos tiene la fortaleza de sugerir más de lo que dice. A partir de una puesta en escena teatral, surrealista y tragicómica exige reflexionar sobre una realidad macabra y dolorosa.
La película doblemente ganadora, elegida por el jurado oficial de la competencia y también por el jurado de la crítica es la argentina Pendejos, de Raúl Perrone. Personalmente me ha parecido de lo más interesante que ha exhibido el festival. Resulta irónico que la deserción del público en la sala haya sido multitudinaria. Pero el lenguaje de la película es complejo, pausado y su metraje es largo.
Pendejos se centra en la vida de los adolescentes de una pequeña ciudad de Argentina. Como lo ha hecho Larry Clark en la mayoría de sus películas y con una notable influencia del cine de Gus van Sant, y sobre todo, de su filme Paranoid Park, Pendejos es un retrato directo de los distintos conflictos que aquejan al adolescente.
La particularidad de la película reside en su forma de presentarlos. Filmada en blanco y negro sin diálogos, la cinta se centra en un grupo de adolescentes que practican skate en las pistas y en las calles. Con escaso sonido directo, el director apuesta por la banda sonora para acentuar las emociones de sus protagonistas en una mezcla entre cumbia y música electrónica. Los efectos sonoros atmosféricos permiten al espectador contemplar la cotidianidad nihilista y desvanecida de los personajes.
El ejercicio resulta complejo, pero coherente. Perrone retrata a sus personajes a partir de su propio lenguaje, subrayando gruesamente temas como la incomunicación con la sociedad y sus distintas autoridades, de la misma manera que la inconexión que tienen con sus padres, en sus casas con familias disfuncionales.
Con el uso reiterativo de cámaras lentas, loops y sobreimposiciones, el director logra hacer un retrato amargo e hiperrealista, a partir de códigos que parten de lo irreal y lo subjetivo, mostrando una sociedad fría y distante que aún tiene cabida para personajes oscuros y fachos que atentan principalmente contra la libertad.
Otra película argentina, en coproducción con Colombia y Noruega, ha sido Deshora. La película sorprendió a los espectadores por la temática y ciertas escenas que rebasaron el pudor local. Ya en una función anterior del filme colombiano Silencio en el paraíso una mano tuvo que oscurecer inmediatamente el proyector para tapar los senos de la protagonista, debido a un desliz de programación que había destinado el filme en un horario donde estaban presentes muchos adolescentes y niños.
En Deshora, el planteamiento del tema parecía ser muy trasgresor. Un joven es enviado a la hacienda de su prima para recuperarse de la muerte de su padre. Allí, el joven encenderá la pasión de su prima, y también de su marido, una pareja con una relación rutinaria, desfogada y venida a menos.
Pero la transgresión no alcanza a llegar. La resolución torpe de la mayoría de sus escenas hace que un filme que intenta centrar su atención y tensión en el erotismo se pierda por una dirección timorata y una actuación poco creíble y, sobre todo, por una utilización de simbología obvia y forzada que pierden la intención del relato.
Y aunque hay filmes como Inercia de México que me resultaron difíciles de soportar, por ser una propuesta melodramática con una visión victimaria de su personaje femenino y en el cual la puesta en escena termina resultando decorativa, cabe aplaudir propuestas más pequeñas y sencillas como Chicama, ganadora al Premio Especial del Jurado. El filme peruano abandona cualquier presunción estética y rechaza de plano los artificios narrativos para contar de forma directa y transparente los sueños de un joven mestizo de un pequeño pueblo que sueña con ser maestro en una ciudad junto al mar.
Además se ha proyectado la ópera prima de un director novel y jovencísimo, Gabriel González, que también desnuda la violencia que aqueja la cotidianidad del pueblo colombiano. Estrella del sur grafica desde la vida de un grupo de colegiales del sur de Bogotá la convivencia cotidiana con el terror provocada por una situación compleja que impresiona por su acercamiento a la realidad.
La competencia incluye filmes de latitudes más lejanas. La cinta War witch aborda el problema bélico de África desde el punto de vista de una adolescente que es forzada a integrar el ejército rebelde y que busca en la magia la forma de regresar a su hogar. La cinta narra la historia de forma impecable, con la más que destacable actuación de su protagonista. Es una historia sorprendente y conmovedora que hurga entre la cultura ancestral de los pueblos africanos para enfocar un problema que ha superado la comprensión de sus propios habitantes.
Y también en la selección estuvo una cinta ecuatoriana. El último filme de Viviana Cordero, No robarás (a menos que sea necesario) compitió dentro del FICC. Aunque la labor de los actores es dispareja, la interpretación de la protagonista Vanessa Alvario impresionó al jurado que le entregó el premio a Mejor Actuación.
Cordero se ubica dentro del universo punk del sur de Quito, para contar la historia de una adolescente que tiene que decidir si robar como sus amigos para poder ayudar a salir a su madre de la cárcel.
La película cuenta una historia lineal que se cierra coherentemente como un relato juvenil urbano. Entre los críticos se cuestionó la verosimilitud y los diálogos del guion. No robarás muestra una visión condescendiente y un tanto moralista y justificativa sobre la delincuencia juvenil. Pero es un filme sencillo y pasajero que se deja ver y que tiene posibilidades de empatar con el público.
El festival perfecto
Recuerdo que hace varios años en La Habana se corría el rumor de que Eliseo Subiela había salido llorando en medio de una proyección de su película Hombre mirando al sudeste. No había aguantado la reacción del público cubano. En el buen sentido. En la escena que el protagonista dirigía a la orquesta que interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven, y los locos bailaban, como locos, en la pantalla. Otra demencia se había despertado en la sala donde cientos de espectadores irrumpían bailando sobre las butacas. El director argentino no lo había aguantado, en el buen sentido, y había tenido que salir sollozando en un arranque intenso y emotivo lleno de felicidad.
Años más tarde cuando entrevisté a Subiela me corroboró la historia. Los cubanos son un público genial y bastante expresivo y esa reacción tan vívida solo podía ser producto de una genuina afectación emocional a partir de su película…
Resulta injusto comparar a los festivales locales con un festival que tiene más de 30 años de recorrido y que cuenta con todo el aparato institucional para su organización. Pero creo que los festivales no son solo muestras de cine. Un festival es una verdadera fiesta que despierta turismo, cultura y patrimonio y que da cuenta sobre la realidad cinematográfica que atraviesa un país. No solamente en cuanto a público, algo que el FICC viene luchando durante 11 años para su formación y que otros festivales como el EDOC —de largo el festival de cine mejor constituido del país— lo ha logrado. Además del público, un festival da cuenta del desarrollo cinematográfico de un país en cuanto a producción, recepción, lectura, crítica y formación a nivel institucional.
Pero es extraño que un país que despierta internacionalmente la imagen de que existe un “boom cinematográfico” haya tenido que prescindir de uno de los mejores festivales de cine de ficción que ha tenido la capital como el Festival de Cine Cero Latitud. Talvez por la propia terquedad de los programadores de las últimas ediciones que vieron en la selección oficial una muestra que satisfaga solo su propio ego intelectual y obviaron por completo que un festival de cine debe ser un diálogo directo con el público. Aquella única oportunidad de acercar el cine fuera de Hollywood al espectador.
Con pena debo relatar que en la última edición del Cero Latitud, cuando fui jurado de la crítica, la mayoría de funciones era presenciada solo por los miembros del jurado. Un escenario muy diferente al de las primeras ediciones, a las que asistí como espectador y donde todo apuntaba a que el festival sea verdaderamente un evento motivador y convocador y una verdadera ventana, casi exclusiva, para poder mirar en qué anda el cine de la región y poder acercarse a sus realizadores.
Por momentos pareciera que solo nos queda la piratería. O escasos espacios para disfrutar a cuentagotas cine de otra magnitud. En este momento tan especial para el cine ecuatoriano en el que se han ganando reconocimientos internacionales casi semanales —el cálculo apunta a cada 10 días— me parece fundamental buscar institucionalizar estos espacios, pero comprendiendo que el festival debe pertenecer a la gente y debe estar programado para ellos. Y que así la realidad del cine ecuatoriano y de la región pueda ocupar un espacio que, en realidad, el espectador ecuatoriano pueda visibilizar y palpar. ¿No es el cine la mayor manifestación popular de todas las artes?