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El Telégrafo
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Reseña

A Luján (una novela peregrina), de Ariel Magnus

Portada de A Luján (una novela peregrina), la última novela de Ariel Magnus, publicada en 2013. Foto: interzonaeditora.com
Portada de A Luján (una novela peregrina), la última novela de Ariel Magnus, publicada en 2013. Foto: interzonaeditora.com
05 de enero de 2015 - 00:00 - Andrea Torres Armas

—¿Usted cree en lo que está diciendo?

—No, pero tampoco es mi tarea, yo me limito a exponer.

Querido lector: ¿Sabe usted que hay libros que muestran el camino? Mejor aun, ¿sabe usted que hay libros que son caminos? En esta novela usted puede ser un peregrino más —“ingenuamente el peregrino piensa que antes se acabará el camino que su energía y sus ganas de caminarlo”—.

A Luján (una novela peregrina), de Ariel Magnus (Interzona, 2013), está dividida en cinco trayectos: de Liniers a Morón, de Morón a Merlo, de Merlo a La Reja, de La Reja a General Rodríguez y desde allí, finalmente, a Luján. Cada trayecto consta de largos párrafos sin punto y aparte (en realidad, sin ningún tipo de punto), que se suceden como los pensamientos y cavilaciones que se tienen mientras uno, pie tras pie, sigue adelante: caminar y peregrinar no son lo mismo; las oraciones se interrumpen con fragmentos de diálogos cortos oídos al pasar durante la peregrinación:

“—¿Se puede ser de dos Iglesias a la vez?”, pregunta uno de los fieles. “—Tanto como de dos equipos de fútbol, pero uno de la A y otro de la B”, sentencia el confesor.

Novela coral llena de humor y de comentarios políticamente incorrectos, en ella el narrador habla sin filtros y arrastra al lector junto a la multitud de caminantes por los casi setenta kilómetros que separan el tradicional barrio porteño con la basílica en la que en octubre de 2012, el arzobispo de Buenos Aires, un tal Jorge Bergoglio, dio su última homilía antes de ser nombrado papa “…sale Benedicto entra Francisco, a ver si con este jesuita tribunero y de buena llegada el Deportivo Eclesiástico logra revertir el resultado contra el Combinado Evangelista”.

El narrador es una voz que va enlazando un tema con otro, a veces, incluso, temas que parecen no tener nada que ver entre sí. Mezcla cosas que les pasan a los peregrinos con hechos que ocurrieron alguna vez en esta o aquella esquina por la que pasan, con noticias del momento, reflexiones religiosas (y no tanto) y consejos para caminar mejor. La voz va de una cuadra a otra, de un personaje a otro y de un tema a otro como si lo que se escuchara fuese la narración de un partido de fútbol en postas y línea recta:

son las trece horas y dos minutos la temperatura es de veinticuatro grados y tres décimas la humedad es del sesenta y cuatro por ciento el cielo está despejado vientos moderados del sector sudoeste lo que se dice un día ideal para peregrinar.

—Y para escuchar Radio Camino, la radio del peregrino.

—Mueva su cuerpo pero no su día.

Magnus llega a conclusiones teológicas insólitas que funden, dentro de un humor inteligente, lo popular con lo culto, lo controvertido con la moral en turno, lo mordaz y lo sutil. Explora lo mismo el pavimento que lo intrínseco del ser humano (en una multiplicidad de seres); se cuestiona con la misma intensidad si es pecado bañarse desnudo que si el hueso sacro debería cambiar de nombre para ser menos herético.

Una de las particularidades de este libro es que el protagonista no es un héroe o antihéroe tradicional, sino la misma multitud. La voz narradora hace un movimiento de zapping que va de personaje en personaje, de una conciencia a otra, hasta que ese rumor toma cuerpo en el texto —mediante un uso singular de la ortografía, por ejemplo— y en la imaginación del lector.

Cirilo Sánchez camina a Luján con zapatillas robadas y Juan Manuel Baigorria camina con las nuevas zapatillas que se compró luego de que Cirilo le robara las suyas, en cambio Eustaquio Comodoro Álvez marcha descalzo y Herminio Piccio marcha doblemente calzado, en los pies lleva unas 43 y el cinto una 38.

David Voloj le preguntó a Magnus para Ciudad Equis:

A Luján está atravesada por un tipo de humor que roza con lo patético e inclusive se tiñe de cierta inocencia grotesca. ¿Cómo te vinculás con el universo de la risa?

El humor es el lugar hacia el que derrapo con naturalidad, la solución a todos los problemas (o el primero de todos ellos, sin solución a la vista). A veces trato de ser serio, pero dura poco. Quizá por eso elijo temas no humorísticos, como para lograr un equilibrio (y tal vez porque suelen estar menos explorados en ese tono). Creo en el humor sutil, en la fina ironía, pero también en la risotada, y por eso no me amilano ante el chiste tonto. Si es un error, es deliberado. Igual, siempre me prometo subsanarlo. Hasta que aparece el primer juego de palabras y chau, no puedo resistirme.

Su propia novela podría aportar a la respuesta:

—¿Es pecado jugar con las palabras?

—Tanto como jugar con la comida.

—¿Y tanto como jugar con el pito?

—Más vale.

Ariel Magnus

Buenos Aires (1975). Descendiente de inmigrantes alemanes, estudió becado por la fundación Friedrich Ebert Stiftung literatura española y filosofía en Alemania, país donde residió entre 1999 y 2005. Ha colaborado con las revistas SoHo, Gatopardo, el suplemento Radar de Página/12y actualmente con el suplemento El Ángel de La Reforma (México) y ocasionalmente con la revista cultural La mujer de mi vida y el diario Die Tageszeitung (Taz) de Alemania.

Ha publicado las novelas Sandra (2005); La abuela (2006); Un chino en bicicleta (2007) —Premio de novela La otra orilla, traducido al alemán, italiano, rumano, croata y hebreo—; Muñecas (2008)—Premio de Novela Breve Juan de Castellanos—; Ganar es de perdedores (2010); Doble Crimen (2010) y El hombre sentado (2010). Trabaja como periodista cultural y traductor literario.

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