«El castigo, el delito y la prudencia criminal»
En todas las épocas el transgresor es un enigma. Y el cómo enfrentarlo, el castigo a darle, la forma de recordarle que ha desafiado el poder y los valores dominantes en la sociedad, ha sido siempre dura. Y no pocas veces peor que el delito cometido.
El “Cautio criminalis”, o sea, la cautela o prudencia criminal, fue un texto que en el siglo XVI trató de ponerle algo de orden jurídico y, sobre todo, clemencia a las penas.
Escrito por el jesuita alemán Friedrich Spee, cansado de las brutalidades e inequidades de las que era testigo (se dice que era el encargado de confesar a las “brujas” de su comarca antes de que las quemaran), este documento se convirtió en una fuerte crítica al poder punitivo.
Lo más contundente del “Cautio criminalis” es que evitó caer en la trampa usual que desvía el problema o delito solo hacia la gravedad del mal que se combate. Así, en plena época en que la quema de brujas era usada para dominar e intimidar contra quienes se vayan en contra del poder constituido, Spee no se anduvo con enredos sobre el poder de Satán o de las brujas.
Sobre él se puede decir claramente que proporcionó buenos argumentos para demostrar por qué la tortura no es el método correcto para obtener la “verdad” y criticaba, desde ya, el cómo, en nombre de la justicia, se permitiesen aberraciones y la quema de personas.
Un punto adicional: Friedrich Spee cuestionó la “ignorancia de la población”, es decir, la desinformación que se reforzaba, en ese entonces, por los “comunicadores” que usaban plazas y púlpitos para reforzar ideas, prejuicios y pensamientos del poder: entiéndase, desde ya, el rol de quienes comunicaban, hoy en día comparado con los medios de comunicación.
(* Resumen del capítulo 3 de “La Cuestión Criminal”. Autor: Eugenio Raúl Zaaffaroni).