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El Telégrafo

“Taitico Rafael Correa, Alin shamushca capaychi”

“Taitico Rafael Correa, Alin shamushca capaychi”
30 de mayo de 2013 - 00:00

Toma la tablet con sus manos, gruesas y ásperas. Su atención se centra en el pequeño artefacto que por primera vez conoce y sostiene con mucho cuidado. Lo mueve despacio –de un lado al otro-  mientras sonríe  y piensa que es un teléfono gigante. Las imágenes salen y emocionada grita: (Caypimi canchi, caypimi canchi) “Allí estamos, allí estamos”.

María Cabascango (63 años)  no sabía –hasta el mediodía del martes- que su imagen y la de su esposo, José Manuel Andrango, aparecían en el spot publicitario “La Bicicleta” junto con el presidente Rafael Correa.

Cuenta conmovida que lo conoció en septiembre, cuando un grupo de personas le pidieron ingresar a su casa y metieron muchas cámaras. “Pensamos que eran ladrones y nos iban a robar las cosas”, recuerda Andrango, mientras enseña un tarro grande de morocho, que guarda como reliquia dentro del dormitorio.

Seguramente aquellas personas les contaron de qué se trataba todo, pero Andrango y Cabascango no saben lo que son los spots publicitarios.

En su modesta casa, en el barrio Pucará Alto, en Otavalo, no tienen televisor, tampoco energía eléctrica, pese a que un foco cuelga del tumbado y el poste de alumbrado público está a metros de su casa. Para iluminarse usan una débil vela.

El martes pasado, a través de una tablet, vieron por primera vez su imagen en el spot publicitarioLos gritos de Cabascango llaman la atención de su esposo, quien rápidamente se reclina en la cama, en donde la mujer reposa,  afectada por el frío y un dolor intenso en el pecho  desde el sábado pasado, luego de asistir a la posesión popular del presidente Correa en el Parque Bicentenario de Quito. A la mujer también la mortifica el hecho de que un hijo suyo esté en la cárcel desde hace un año.   

La tablet los hipnotiza. El hombre abre los ojos y suelta una carcajada que contagia a sus hijas Elena (41 años), Cristina (22 años) y Rosa (36 años), tres de los nueve que tiene la pareja. Todos observan y se tiran a la cama riendo. Las mujeres les traducen a sus padres lo que el comercial dice y sonríen mucho más.

Andrango afirma que el Presidente es muy bueno y que hace dos años les regaló la casa en la que viven. Y eso le expresaron cuando lo esperaron en el umbral de su puerta aquel día: “Pagui wasita karashkamanda, taita Rafael (Gracias por regalarnos la casita, papá Rafael)”.

El Mandatario, en cambio, saludó a taita José y mama María y les preguntó sobre su estado. “Nos dijo que está aprendiendo a hablar kichwa poquito”, recuerda la mujer que a ratos esconde su rostro entre las cobijas.

En el dormitorio, la pareja que lleva 42 años de casada tiene colgados más de cuatro pares de alpargatas y en una soga su ropa (chompas, anacos y blusas), además de cobijas para aplacar el frío. Encima de la cama y junto al sombrero Andrango colocó las dos credenciales que recibieron en el Parque Bicentenario, cuando entregaron la banda presidencial a Correa que en septiembre dejó al pie de su casa en aquel comercial.

“Artistas” se lee en la insignia, que lleva la fotografía de Correa y del vicepresidente Jorge Glas. Ambos la miran y otra vez estallan en carcajadas. “Primera vez que un presidente viene acá, yo me pregunto cómo así, antes los presidentes robaban y jamás compartían con los pobres, para mí conocerlo me puso feliz”, afirma el padre de familia.

A pesar de su edad y las marcadas arrugas instaladas en su rostro, Andrango es fuerte. Camina velozmente en medio de la chacra de maíz que cultiva y detrás de un ternero que se zafó del cinto. La hazaña no es sencilla. Toma la soga verde con las dos manos y despacio camina detrás del animal, que se asusta y sale corriendo. El correteo, en el que también intervienen sus hijas, termina luego de 10 minutos, cuando el agricultor  somete al cuadrúpedo.

La casa de Andrango y Cabascango está en las faldas del parque El Cóndor, a los pies del Árbol Lechero, que según sus moradores es una especie que les inyecta “fuerza y energía”. Don Manuel cuenta que hace muchos años -a los pies del árbol- se enterraba a los bebés que arrojaban las mujeres solteras.

Elena ratifica aquello y asegura que cuando era pequeña veía huecos entre la tierra. En marzo, junio y septiembre, al pie del árbol, los más de 500 moradores de las comunidades de la zona Pucará Alto y la vecina Pucará Bajo se reúnen y realizan ceremonias. Les rinden culto  a los pequeños muertos y le piden al árbol que los siga protegiendo.

Hace poco los indígenas decidieron cercar la zona porque muchas personas iban al sitio y en una ocasión   incendiaron el árbol de más de 10 metros de alto. Tuvieron que cultivar otro junto al existente, con la esperanza de que el nuevo tronco lo recupere y se fundan en uno solo.

Pero en realidad, a la planta no la llaman Lechero por los bebés muertos, sino porque al raspar –con cuidado- el tronco bota una especie de leche dulce (pinllu). Frente a él, cierran los ojos por un minuto y al hacerlo sienten paz.

En Pucará Alto viven más de 33 familias que recibieron casas por parte del Ministerio de Vivienda. Aquí, a diferencia de otras zonas, las viviendas entregadas son de construcción rústica, elaboradas en cemento y madera. Antes Andrango y Cabascango (también reciben el bono)  vivían en casa de adobe, por eso ahora se sienten más seguros. Ellos esperan que Correa vuelva a visitarlos y no los olvide.

A media jornada llega  Yolanda Andrango, quien todos los días los alfabetiza. El nombre y el número de cédula es la lección que ambos conocerán ese día. Cuenta que José es más participativo y receptivo. “En dos días aprenderá a hacerlo”, augura, pero él cree que lo logrará en uno. Se para y prefiere caminar hasta la zona más alta de la montaña Pucará, en donde viven. Se detiene y desde allí señala Otavalo, Cotacachi y Atuntaqui. “Cuando era niño, eso ser haciendas San Vicente y San Aguirre, ahora ser casas”, describe con un español bastante fluido, a pesar de que prefiere hablar en kichwa.

La cocina de su casa ha cambiado desde la filmación del spot publicitario. Artefactos como los candelabros que se ven en la imagen -cuentan- no eran de ellos.  La gran mesa en la que se sientan con Correa ya no está en el centro, sino junto a la puerta. Sobre ella y tendida con mantel blanco reposan más de una decena de mazorcas de maíz amarillo y morado. Hay granos tirados por toda la mesa. De las paredes de la cocina cuelgan los cubiertos y en el piso unas cuantas ollas de aluminio.

El olor que emana una de las ollas, que hierve en una cocineta amarilla, seduce. “Es sopa de cebada”, enseña Rosa, una de las hijas, que llegó con sus hermanas a preparar la comida para sus padres. Son las 14:00 y todos corren junto a la estufa llevando jarros y pequeños platitos de lata. Elena sirve el caldo que es consumido en el dormitorio, junto a su madre, y mientras lo hacen repiten: “taitico Rafael Correa, Alin shamushca capaychi (presidente Rafael Correa, bienvenido siempre)”.

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