“Somos expresión de la indignación de los ecuatorianos”
¿Por qué el proyecto que usted preside es una revolución?
Este es un proyecto alternativo. Lo definimos como un cambio radical, profundo y rápido del sistema vigente, pero insisto, teniendo un sistema alternativo. Muchas veces no se puede tener todas las cosas claras. Se tiene que hacer camino al andar, pero con los principios claros de lo que se puede hacer. No se trata solo de oponerse por oponerse, cambiar por cambiar. La pregunta es: ¿cambiar hacia dónde? Tiene que ser hacia algo mejor, y eso es lo que está sucediendo en Ecuador.
¿Y por qué todavía no es una revolución ciudadana?
Yo creo que sí es una revolución ciudadana. Ha sido la voluntad de los ciudadanos, fueron los indignados los que nos trajeron aquí. Ecuador se indignó mucho antes que el resto del mundo. Y gracias a esa indignación, a los forajidos, el decir basta a tanta destrucción, se generó el gobierno de la Revolución Ciudadana. Si usted mira los gabinetes itinerantes y la participación de la gente en muchas acciones, le puedo asegurar que esta es una revolución de los ciudadanos.
¿Cree que el “Club de Tobi” es el que quiere gobernar el país?
Gran parte del “Club de Tobi” continúa en el Gobierno. Ahí está Fander Falconí, Augusto Barrera, Javier Ponce, quien le habla, por supuesto, y todos rendiremos cuentas a la historia. Estoy de acuerdo con que exista lugar para disentir, para criticar, pero tratar de desestabilizar, obstruir, hacer fracasar a este gobierno, jamás. ¿Cuál es el objetivo? Lo que están haciendo es a favor de los grupos de derecha que tanto daño nos hicieron. Aquí no esperamos que mande el “Club de Tobi”, queremos que manden las grandes mayorías en procesos democráticos. Esencial en ese proceso son los programas que se han presentado al escrutinio del pueblo.
Le digo esto porque algunos contradictores ahora dicen que ya no es de los ciudadanos, sino solamente del Presidente...
La mediocridad ha llegado hasta el punto que ha satanizado hasta el liderazgo. ¿Usted me puede decir de algún proceso en el mundo que no haya tenido un liderazgo fuerte? Este Gobierno ha sido mucho más participativo, con equidad de género, gabinetes itinerantes, socialización de leyes, la misma elaboración de la Constitución de la República, con todos los espacios de participación y en jornadas extenuantes, el Presidente recibiendo a todos los estamentos, gremios, alcaldes, visitas a cada rincón del país.
Para Gustavo Larrea, quien es el que dice esas cosas; y para Alberto Acosta, participación es que nosotros ganemos elecciones y decidan ellos. A ellos les tengo la mala noticia: mientras yo sea Presidente, aquí va a prevalecer la voluntad del pueblo ecuatoriano, el programa de gobierno votado en las urnas; y no los caprichos de los que nunca han ganado media elección. Nos pueden acusar de cualquier cosa, menos de incoherentes: hacemos exactamente lo que propusimos al pueblo ecuatoriano y lo que este aprobó mayoritariamente en las urnas.
Tras cinco años, ¿cuál cree que es el factor real emancipador de la Revolución Ciudadana?
Nosotros somos la expresión de la indignación de la gente, y esa indignación tenía que sentirse correspondida y útil. Creo que eso hemos logrado. Si usted me pregunta cuál es la principal obra del Gobierno, respondería: hemos logrado superar esos complejos a los que tanto tiempo nos condenaron la prensa, los estamentos, las élites y hasta ciertos grupos eclesiásticos, de que éramos inferiores al resto, de que así nacimos y así vamos a morir, de que somos los más perezosos, los más corruptos. Un ejemplo concreto: carreteras. ¿Quién se iba a imaginar que Ecuador podía tener las mejores carreteras de la región? Ya era un destino ineluctable, una ley física, que nosotros no podíamos tener buenas carreteras. Eso es uno de los grandes descubrimientos. Yo, como economista, sé que la infraestructura es fundamental en el gran desarrollo, que la infraestructura es importante. Lo que nunca me imaginé era el efecto en la autoestima de la gente. Por lo tanto, hemos recuperado esa fuerza interior, esa voluntad de cambio, de victoria, que es fundamental para que los pueblos salgan adelante.
¿Cómo le suena la siguiente frase al Presidente: La Revolución Ciudadana mató a la partidocracia, pero todavía asiste a su duelo?
Yo creo que tiene mucha razón. Lo peor que podemos hacer es caer en el exceso de confianza. Hemos cambiado la relación de poder, pero ese otro poder, la partidocracia, todavía sigue vivo, debilitado pero vivo. Ya no controla el país, pero existe y al menor descuido puede retomar su poder. Esa clase política que teníamos está tremendamente debilitada, pero de repente los medios generan una mentira creíble, nos desestabilizan y esa partidocracia puede volver al poder. Ese es un desafío. Sé que en nuestro gobierno no vamos a resolverlo todo. Este proceso requiere de diez o quince años. Dios quiera que continúen gobiernos sucesivos de la Revolución Ciudadana.
Muchas veces se le escucha hablar de que no es un político, ¿qué le impide todavía definirse como tal después de cinco años de hacer política desde el poder?
Yo siempre he sido político, si define político en su forma etimológica, es decir: buscar el bien público. En ese sentido creo que todo ciudadano tiene el deber de ser político. La política, peyorativamente entendida en el Ecuador, es terrible y yo la rechazo. Para mí, la política es servir, independientemente de lo que logre o no logre. Si no logré servir, si no logré cambiar nada, fracasé totalmente en política.
¿“Política” está dejando de ser una mala palabra?
Nunca fue una mala palabra. La estigmatizaron los politiqueros de aquí, la destruyeron; y ese es uno de los retos: rescatar la validez de la política.
¿Qué aprendió de bueno, o qué hay de bueno en la política o haciendo política durante estos cinco años?
Esa disposición de servir, siempre lo dijimos. Uno puede servir desde cualquier rincón, desde cualquier lugar, pero no nos engañemos: aquí hay injusticia estructural, siempre habrá desfavorecidos por la naturaleza, discapacitados, gente que necesite de la solidaridad de uno, del cariño, del acompañamiento, pero esa inequidad, esa injusticia social económica es estructural; y para cambiar eso se necesita cambiar el poder. No nos engañemos, yo puedo hacer fundaciones, apostolados y muchísimas cosas, pero tan solo va a sostener un sistema tremendamente excluyente si la sociedad siempre quiere beneficencia, caridad. Lo que es intolerable son los pobres socioeconómicos. Y para remediar esa pobreza intolerable tenemos que cambiar estructuras; y para cambiar las estructuras se necesita un poder político.
Presidente, en cinco años usted insiste regularmente, y me parece que ya ha calado mucho en el imaginario de la gente, que no puede haber un cambio cultural en cinco años, profundo, transformador, de un día para el otro. ¿Qué ha frenado en cinco años ese proceso de cambio cultural y cómo están dadas las condiciones para que ese cambio ocurra en los próximos años?
Yo creo que sí hay un cambio cultural. Le decía hace un momento: hay que recuperar la confianza en nosotros mismos, el no tener ese derrotismo histórico, de que no podemos salir adelante. Eso ya es un cambio cultural, pero falta avanzar mucho más. Muchas veces ese cambio cultural se acelera por graves acontecimientos que, Dios no quiera, pasen en el país, como las guerras mundiales que hicieron cambiar radicalmente ciertas sociedades. Entonces es un proceso donde tiene mucho que ver la educación, el liderazgo, la religión. La cultura está tremendamente condicionada por la religión. Si hay una religión que te dice: “Yo nací pobre y moriré pobre, porque después en el paraíso seré rico y voy a vivir feliz, porque así Dios me hizo y todo depende de Dios y nada de mí”, se inmoviliza. Son esas cosas las que tenemos que cambiar. Y para ello hace falta un proceso político y un proceso que hay que acelerarlo.
Cada vez estoy más convencido de que necesitamos una segunda etapa; en una segunda etapa la relación de poder será distinta. Eso implica, en términos económicos, mejor asignación de recursos. Si antes iba todo a la deuda, ahora va todo para educación, salud, etc. Pero ahora viene una segunda etapa. El desarrollo, el punto de partida fundamental es que cambie la relación de poder. No es un problema solamente técnico, pero también es técnico. Y ahí viene lo de cultura: buscar la eficiencia, la responsabilidad, hacer las cosas extraordinariamente bien.
Estoy convencido de que los países que han logrado el éxito son los países donde el lustrabotas, el conserje y hasta el gerente general de la compañía hacen las cosas extraordinariamente bien. Eso se llama cultura de la excelencia. (OP)