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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

Las izquierdas escogieron el enemigo y aliado equivocados

En el discurso hubo poca consistencia y hasta ciertas incoherencias que no sabían cómo explicar en las entrevistas. Y en la práctica (spots, banderas, slogans y titulares de comunicados) escogieron como enemigo (¿de clase?) fundamental a Rafael Correa. Por eso coincidieron con la derecha y con la prensa privada. Basta ver dónde colocaron su publicidad, a quienes negaron entrevistas, con quienes sí dialogaron extendida y afablemente, para entender por dónde perfilaron su estrategia para llegar a Carondelet.

Y no pueden hablar de ausencia o carencia de publicidad. La hicieron de muchos modos, preferiblemente escogieron las redes sociales y el mundo cibernético. Todo ello sin descontar que hubo vallas enormes y afiches por todas partes (de la Ruptura en particular) para fijar en la retina de los electores a unos personajes en detrimento de sus propios compañeros incluso.

Revisados sus programas de gobierno (los de Pachakutik, MPD y Ruptura), antes del inicio de la campaña se pudo comprobar algunas inconsistencias y contradicciones que luego se expresaron en los pronunciamientos de cada uno de sus candidatos para la presidencia como asambleístas. ¿Por qué no participó un

César Rodríguez o un Paúl Carrasco con más entereza en la campaña?
Si tenían un programa alternativo al de PAÍS, no se encontró más que proclamas apelando a las libertades, la moral y ética políticas, como baluartes de un proceso donde las tensiones y las contradicciones no se resuelven necesariamente desde la espiritualidad. La gente no come rezos ni proclamas “bondadosas”. Y la izquierda sabe que en ese terreno hay una larga historia de desastres políticos que solo sirven a los intereses de la derecha.

Lo cierto es que las izquierdas hicieron al revés de lo que ellas  proclamaron hace seis años: generar política y propuestas para cambiar la política sin atacar ni hacer proselitismo con ciertos resentimientos, odios y hasta “venganzas personales”. ¿No era un principio reiterado aquel que reza: “Duro con los temas, suave con las personas”? No escatimaron adjetivo para tachar a su aliado natural y no supieron calibrar cuánto de ese adjetivo recaía sobre ellos mismos.

La Ruptura y la Unidad Plurinacional recogen una votación muy baja (los dos movimientos juntos casi suman lo mismo que Suma). El procesamiento de ese resultado hasta ahora ha sido cargado de buenas intenciones, de apelar a los valores morales, de nuevo. Nunca reconocerán que si algún momento tuvieron un reconocimiento y votación fue por el arrastre de ese fenómeno llamado Correa y PAIS. ¿Si no, cómo se entiende que ahora esos “baluartes” morales de la Revolución Ciudadana no obtengan ni la décima parte de lo que recibieron en abril del 2007 y en abril de 2009?

En la práctica: las izquierdas no hicieron política de izquierda, de ruptura y de absoluta insurgencia. En el sentir popular además cargaron con un sustantivo fuerte y doloroso: traición. Habrá que evaluar con más tiempo hasta dónde este aspecto pesó en el electorado, tomando en cuenta que somos todavía una sociedad judeo-cristiana donde las culpas y las traiciones tienen un peso en la valoración de actuaciones personales.

¿Cómo queda el movimiento indígena después de este proceso? ¿Hasta dónde el magisterio y el movimiento sindical, con sus proclamas particularistas y corporativas, van a poder levantar cabeza para representar adecuadamente a sus organizaciones y afiliados?

Los indígenas tienen estos días mucho para pensar y reflexionar. El mismo instante en que uno de sus más antiguos militantes hizo alianza con Guillermo Lasso se sintió la fractura. La respuesta a la candidatura de Auki Tituaña fue el peor síntoma de lo que pasaba al interior de la Conaie y de Pachakutik. Y ahora la votación de Alberto Acosta en las provincias donde la Conaie, supuestamente, era un fortín, nos pone a imaginar qué mismo hizo esa organización con sus representados para que votaran por Correa, en su mayoría, por Lasso y por Gutiérrez.

Revisemos las cifras y el retrato electoral debe causar un impacto doloroso en los dirigentes históricos que ya advirtieron el riesgo de meterse en la lógica electoral. ¿El fortín de Salvador Quishpe, la provincia de Zamora, no es la prueba de que algo no funciona para las izquierdas étnicas, plurinacionales y magisteriles?

Y el MPD soportó (¿cosechó?) todo el peso de una larga trayectoria política cargada de obstruccionismos a las políticas públicas en función de sus intereses corporativos. No tuvieron otra propuesta que “liberarse” del tirano como si estuviesen en el Chile de los setentas y ochentas.

Más allá de eso, ¿qué propuso MPD a sus electores? ¿Con las figuras que tiene no pudo definir a su enemigo principal en un proceso de cambio de estructuras? ¿Están convencidos sus militantes de que son perseguidos, a tal punto que estarían a punto de pasar a la clandestinidad? ¿Si es la expresión radical de la izquierda, dónde está la radicalización de sus propuestas sobre la pobreza?

Por último, la apuesta de la Ruptura, MPD y Pachakutik es a las elecciones municipales del próximo año. Lo han dicho abierta y solapadamente. Por eso, así como ocurre con CREO y SUMA, veremos en las próximas semanas acciones y discursos para posicionar a determinadas figuras en ese plano. Y para ello, evidentemente, lanzarán sus dardos contra los alcaldes y prefectos de PAIS.

Nos hace falta una clara reflexión del rol de la izquierda ecuatoriana en procesos de cambio. Indudable y necesario. Y para ello hay que contar con un insumo fundamental: la política no es una herramienta de propaganda ni un revanchismo fatuo. Ante todo es una expresión de un pensamiento y un arma para el cambio cultural de fondo.

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