“Correa brinda herramientas para la toma de la palabra”
A casi una hora de Buenos Aires se encuentra la Universidad de La Plata. La rodean casas modestas y unos amplios espacios verdes. Y el martes pasado, a dos cuadras de la institución, cerca de las 14:00 ya había un doble cordón de seguridad, conformado por vecinos de la zona, con camisetas en las que resaltaba “Rafael Correa, premio Rodolfo Walsh”. No hubo ni un policía. El acto debía empezar a las 16:00. Correa llegó puntual en un helicóptero tras almorzar en Buenos Aires con la presidenta Cristina Fernández, en la Casa Rosada. Esos vecinos trabajan coordinadamente con los estudiantes de la universidad y en esta ocasión, igual como sucedió con Hugo Chávez y Evo Morales, fueron los más confiables ‘agentes’ de la zona.
Martín Rodríguez, uno de ellos, es feliz haciendo este trabajo. ¿No se siente como policía o guardaespaldas? “¡No, jamás!”, responde enojado: “Yo estoy muy orgulloso de hacerlo, con estos chicos que son muy comprometidos y sobre todo para presidentes como el suyo, que merecen no solo seguridad sino nuestro cariño”, acota. Y como Martín, alrededor de 200 personas trabajaron en el apoyo al evento. Pero los más activos fueron ocho mil estudiantes “comprometidos”, “peronistas de corazón” y “admiradores de nuestros líderes latinoamericanos”, según expresaban muchos de ellos ante las preguntas de periodistas de Ecuador, Chile y de la misma Argentina.
Sorprende oír a cada uno de ellos declararse peronista. “Somos peronistas, de corazón”, canturrean una joven de hermosos ojos verdes y su novio, un muchacho de 20 años con una larga barba. Los dos se sentaron casi al borde de la tarima donde hablaría más tarde Correa. ¿Por qué peronistas? ¿Eso es ser de izquierda? Responden que eso es esta universidad, así se define y por eso estudian aquí. Y no es de izquierda si por ello se entiende cierto comunismo, dice él. Y ella acota: “Estamos por un cambio, de acuerdo con nuestra cultura, a la argentina, nada más. Y eso es ser más que de izquierda”.
Les cuento que en Ecuador ninguna universidad se declara o declararía correísta o marxista, ni nada por el estilo. “Allá ustedes. De lo que se pierden”, dicen en medio de una risotada contagiosa. Entre los invitados especiales, más de 700 en total, estaban integrantes de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de otras agrupaciones y organismos de derechos humanos, legisladores, funcionarios y docentes de esa casa de estudios. Todos, de un modo u otro, apoyan a su presidenta, creen en ella y consideran que la nueva era iniciada por Néstor Kirchner no se termina con Cristina Fernández.
En la parte posterior se ubicaron estudiantes de esa institución universitaria, pero también llegaron algunos de Buenos Aires, además de ecuatorianos que cursan estudios de posgrado y maestrías. Un bonaerense “fanático de Correa”, como se autocalifica, dice: “No sé cuándo lo pueda volver a ver. Fui el lunes por la noche y me sorprendió que cantara e hiciera chistes. ¡Che! ¡Hasta bailó!”. Al final del acto de premiación le hizo firmar su camiseta a Correa, prácticamente empapada. Besó varias veces la “remera” que la llevará a su padre, quien fue “un montonero de los de verdad, que nunca se rajó de nada y yo quiero ser como él, la diferencia es que ahora nadie nos persigue, tortura ni desaparece”, comenta en medio de su inocultable emoción.
Con casi 35 grados de temperatura, durante toda la mañana y tarde del martes pasado, la sede de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad de La Plata era un hervidero de gente, cables, vallas, micrófonos, banderas, camisetas y cero ventas ambulantes. La inclemencia del Sol se mantuvo así durante los 110 minutos que habló Correa, desde que le entregaron el micrófono. No paraba de sudar y varias veces se disculpó con los estudiantes e invitados por someterles a tremendo calor. Él se había preparado para un auditorio cerrado, casi como para dar una clase o una conferencia magistral, “con toga y todo”.
Cerca de diez mil personas se congregaron en los jardines de la facultad. Cuando hablaba Correa nadie se movía y la atención era absoluta. Había quienes grababan en sus celulares el discurso, otros afirmaban con su cabeza las “sentencias” más contundentes del Jefe de Estado sobre comunicación.
Más de 50 enormes banderas hacían sombra a algunos, que por su color de piel ya tenían las espaldas, rostros y pechos sonrosados y otros colorados. Todos llevaban sus botellas de agua o refrescos. Para poder conseguir una botella de agua había que caminar cerca de cinco cuadras. “No hace falta comprar. La gente trae lo suyo, otros ya vienen comiendo. Lo más importante es oír a Correa”, dice Andreína, estudiante de Periodismo, de 19 años, que al terminar el evento y al volverla a encontrar, cerca de las siete de la noche, lucía toda su espalda quemada, su pelo rubio mojado de sudor, pero feliz de haber visto a uno de sus “presidentes favoritos”. ¿Cuántos más tienes?: “Néstor, Cristina, Evo y Chávez”, responde con una sonrisa abierta y franca.
Como otros, ella cuenta que la decisión de entregar el premio a Correa fue unánime, por todos los claustros de la facultad: docentes, estudiantes y trabajadores, en sesión ordinaria realizada el pasado 20 de noviembre, del Consejo Directivo, en la categoría de “Presidente Latinoamericano por la Comunicación Popular”.
¿Hubo otros candidatos?: “¡Qué va! No había discusión, Correa se lo merecía desde hace rato”, afirma Andreína, con plena seguridad. La diferencia es que la estatuilla ya no es la misma que se entregó a Evo y a Chávez. “Se la modificó en estructura y diseño en función de la ampliación de las categorías del galardón”, explica la decana de Comunicación, Florencia Saintout.
Y cuando se le pregunta por los motivos del premio, Florencia, con una gran firmeza en las palabras y en sus gestos, sin retocarse su cabellera rubia, señala que esto ocurre como parte del proceso cultural y social de cambio que atraviesa América Latina, “a partir de la decisión política de los Estados y de los pueblos de romper con las lógicas neoliberales, es pos de políticas inclusivas y populares en todos los ámbitos, fundamentalmente, en el terreno de la comunicación”.
De hecho, la resolución del Consejo Directivo reza: “Durante décadas, debido a la lógica de concentración de los medios de comunicación, las organizaciones sociales comunitarias, sociales y culturales, las cooperativas de trabajo, las experiencias de participación social formales y no formales no tenían posibilidad de que su voz circulara y fuera escuchada ni entre los miembros de su comunidad inmediata, ni ante quienes deberían escuchar en las instancias estatales sus problemáticas. El proyecto político ecuatoriano encabezado por Correa propone precisamente lo contrario: brindar herramientas para la toma de la palabra y la construcción del propio relato de los sectores pobres y marginados de la sociedad”. “Rafael Correa es uno de los referentes actuales en la batalla contra la voluntad hegemónica que pretende encorsetar la palabra y, a través de ella, a los sujetos individuales y sociales”, concluye la resolución.
El mismo mandatario ecuatoriano en su discurso se sintonizó con este argumento: “No somos intolerantes con la prensa. Somos intolerantes con la mentira, la corrupción, la mediocridad, la mala fe. En América Latina la prensa miente amparándose en la libertad de expresión”, sostuvo y remarcó más adelante: “Esos medios en mi país no entienden que las verdades a medias son doble mentira y dicen que debemos tolerar la mentira en nombre de la libertad de expresión”
Antes de arrancar con los discursos, el galardonado recibió otras distinciones, como la designación de Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires, a cargo del vicegobernador Gabriel Mariotto; una remera y un mate, por parte de la Agrupación Rodolfo Walsh; un recipiente con tierra de las islas Malvinas, entregado por el Centro de Ex Combatientes; y un libro, de parte del Movimiento Estudiantil Liberación
La decana pronunció un discurso corto, pero muy sentido, refirió varias veces los motivos de que el premio lleve el nombre del periodista Rodolfo Walsh, citó frases de su última carta, antes de ser desaparecido por la dictadura. Minutos antes estaba preocupada de que todo estuviera a punto, pero no hizo falta: las decenas de organizadores tenían todo en orden, incluido un programa de televisión en vivo, con conductores de la misma facultad, con su “control máster” en pleno lobby del edificio Néstor Kirchner.
Terminado el discurso de Correa parecía que todo concluía ahí, pero no. Por más de veinte minutos firmó autógrafos, recibió regalos, cartas, banderas, camisetas, bufandas, abrazos, besos y muchas palabras de aliento. Más de veinte personas querían tomarse una foto con él. Su camisa estaba empapada. Sus asistentes ya no atinaban dónde poner tanto regalo. Había una euforia poco común para con un mandatario en una zona, en una pequeña ciudad en la que se registraron centenas de desaparecidos y miles de presos en tiempos dictatoriales y fascistas.
Y cuando ya todo parecía desierto, la noche caía (en Argentina, estos días el sol se oculta pasadas las ocho de la noche), una pareja de esposos, en un aparato pequeño comienza a hacer cuentas de la venta, sentada en la vereda. Ellos fueron los únicos vendedores, pero no de cualquier cosa, ni de legumbres ni de refrescos o cigarrillos. Vendieron botones, escarapelas, sellos y más aditivos con las efigies de los esposos Kirchner, Eva Perón, Domingo Perón, Hugo Chávez, Evo Morales.
¿Y la de Correa? les pregunto. “No la hacemos todavía, pero si la hacíamos vendíamos el doble”, dice sonriente Alfonso. En esta jornada vendió casi 1.000 pesos. Al cambio del dólar serían 250 dólares. Antes de despedirse pregunta cómo está Ecuador y acota: “Dicen que la pobreza ha bajado mucho”. Le contesto: “Visítenos y lo podrá comprobar. Será bienvenido”.