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La regeneración incidió en que la informalidad se concentre en esa zona céntrica

‘Un mundo paralelo’ se desarrolla en el Centenario (INFOGRAFÍA Y GALERÍA)

Jacinto Meza Vivero,de 51 años de edad,es quien sana a quienes han sufrido caídas,desviaciones de columna y luxaciones.Sin tener estudios universitarios dice conocer muy bien la estructura ósea del ser humano.Cada día atiende a un promedio de 5 personas.
Jacinto Meza Vivero,de 51 años de edad,es quien sana a quienes han sufrido caídas,desviaciones de columna y luxaciones.Sin tener estudios universitarios dice conocer muy bien la estructura ósea del ser humano.Cada día atiende a un promedio de 5 personas.
08 de junio de 2014 - 00:00 - Redacción Guayaquil

“Oye ‘cachimocho hijuelapatada’ vamos a escuchar al pastor que tanto bien nos hace para aliviar nuestros pecados”. El llamado de José, de 15 años de edad, despierta a un anciano que duerme en una de las bancas del Parque del Centenario, ubicado entre las calles Lorenzo de Garaicoa, Vélez, 1 de Mayo y Pedro Moncayo. El reloj apenas marca las 10:00 y el sitio empieza a convertirse en un ‘tugurio’.

Hay transeúntes que caminan apresurados para llegar a sus lugares de trabajo, desempleados que buscan un espacio para instalarse a conversar y comerciantes que con disimulo tratan de evadir los controles de los guardias municipales.

José mira las escenas, se sienta junto al anciano, pero este prefiere dormir antes que atender la prédica del pastor.

En el parque del Centenario se puede observar a estudiantes que se fugan de clases y caminan con sus cuadernos doblados, grupos de amigos jugando a la raya y otros apostando con un juego de barajas.     

En esa zona todavía está Clarita,  una asidua visitante del lugar a  quien Raúl Vallejo  rescata del anonimato en su libro Apocalípticos de parque. Ahí da cuenta de la existencia de la estrambótica mujer a la que describe como: “una veterana de pelo rubioxigenado, cara embadurnada de colorete, que utiliza todo objeto fálico como micrófono y combina con dicha chistes obscenos y gestos provocadores... ”.

Pero esas historias antiguas y que constan en el texto de Vallejo son similares a las actuales, los únicos que cambian son los personajes.  

Aún siguen trabajando el fotógrafo que cambió la cámara antigua por una digital; los evangélicos que pregonan el fin de mundo y que meten miedo a los creyentes con la llegada del Apocalipsis; el sobador con sus manos milagrosas que libran de todo mal a sus clientes por pocos dólares; y los malabaristas y lanzafuegos que se reúnen a ensayar sus mejores números.

También es el lugar de encuentro de enamorados,  cazadores de palomas que con ‘trigo’ en mano tratan de agarrar una ave para prepararse una suculenta sopa.

El sobador de manos ‘mágicas’

Recostado sobre una banca, ubicada en la entrada de  la calle Vélez, está un hombre de aproximadamente 35 años.

Sus piernas hinchadas y con moretones dan cuenta de la fuerte caída que tuvo hace una semana.

Él espera ser atendido por Jacinto Meza Vivero, quien se dedica desde hace 20 años al oficio de sobador.

Mientras el hombre se retuerce del dolor, Meza, de 51 años de edad, prepara una mezcla para aplicársela en la pierna afectada.

Saca de su maletín un frasco que, según la etiqueta, es linimento de menta y una pomada que contiene ‘manteca de burro y culebra’.      

El ritual empieza y el paciente lanza sus primeros gritos de dolor. Los transeúntes escuchan con indiferencia los quejidos que el hombre, agarrado de las rejas, trata de ahogar. “¡Aguante pana que es para su bien!”, lo anima Meza, pero no logra calmar la desesperación de su ‘paciente’.

El traqueteo de los huesos avisa que el masaje terminó. “Ya está -anuncia el sobador-, ahora sí quedó como nuevo”. El hombre toca su pierna y asegura sentirse mejor.   

Meza no tiene estudios especializados en traumatología ni en alguna ciencia afín a la medicina. Estudió la estructura ósea en el colegio y eso para él es suficiente para dedicarse a una actividad que inició cuando le daba masajes a su padre, quien era un estibador del puerto.  

Cuenta que cada día atiende mínimo a cinco personas que llegan en busca de sus milagrosas manos. Él cura desviaciones de vértebras, luxaciones y zafaduras. Cobra $ 15 y el trabajo está garantizado.    

Aunque prefiere no hablar de cifras, Meza está consciente de que su negocio le deja ganancias. Tiene casa y carro, y como él mismo lo reconoce no le huye a nada. “Yo trabajo a toda hora y todos los días de la semana”.

Fotógrafos digitales

Plantado en medio parque y con una cámara de cajón sobre un trípode está Wilson Intriago. Él es uno de los 10 fotógrafos que trabajan en el sitio. Todas las mañanas se instala en el lugar a la espera de clientes. Hay días en los que no gana ni un centavo y otros en los que puede obtener hasta $ 20.

Intriago trabaja desde hace 25 años en el lugar. Ahí toma fotos instantáneas con una cámara digital y las revela de inmediato en una impresora inalámbrica. “Tuve que modernizar mi negocio,  porque los rollos y el papel de revelado empezaron a desaparecer del mercado.

Mientras conversa sobre su oficio, una mujer llega para que le haga una foto a su hijo Miguel, de 2 años de edad. Ella es María Hurtado, quien pide unas fotos junto a los caballitos de madera, que Intriago compró hace  10 años en $ 200 cada uno.

La mujer, de 30 años de edad y constante visitante del parque, se queja del lugar. Dice que no tiene juegos infantiles ni servicios higiénicos.

Denuncia que muchas veces ha visto a gente que con alpiste engaña a las palomas para atraparlas. Que ha sido testigo de cómo jovenzuelos buscan los huevos de las iguanas para luego venderlos (se rumora que son afrodisiacos).

Y aunque los guardias metropolitanos rondan por el lugar, asegura que no son estrictos y que solo controlan el ingreso de los vendedores informales.

Él interrumpe el diálogo para contar que su jornada diaria inicia a las 08:00 y concluye a las 18:00. Trabaja hasta los domingos, porque son los días en que más gente visita el parque. Agrega que es complicado mantenerse en este oficio debido a que la modernidad relegó a la fotografía profesional de los parques. “Hace 30 años pocas personas tenían una cámara en casa, pero en la actualidad todos tienen una  digital o un teléfono con cámara. Eso hizo que el oficio entrase en declive, pero yo no le hago mala cara a nada y sigo trabajando”.

Un pregonero de la fe

Con micrófono en mano, Alfredo Pin acude los lunes, miércoles y viernes al parque en horas de la tarde. Su misión es evangelizar a los transeúntes y a quienes se sientan en las bancas a descansar. “Es una actividad que realizo con mucho beneplácito porque estoy siendo el portavoz de Dios”. Pero todos los oyentes no ven con buenos ojos la actividad que desempeña.

Algunos lo increpan y le piden que vaya a trabajar; otros se acercan a solicitar que baje el volumen a su amplificador; y no falta el que lo insulta. Eso lo tiene sin cuidado, la palabra que trata de transmitir tiene más fuerza. Varios simulan no escucharlo y ciertas personas mueven de arriba a abajo sus cabezas tras cada una de las frases.

El predicador expresa su descontento con la humanidad, mientras en una de las bancas cercanas un grupo de personas juega naipe y apuesta dinero. La algazara llama la atención de los pocos que están atentos a la palabra de Dios. Los gritos son de doña Eulalia, una mujer de unos 70 años que celebra su victoria con las barajas.

Los mensajes de Pin siguen a pesar de los desaires de la gente, pero eso parece importarle muy poco. “Dios me eligió para que pregone su palabra. Es verdad que muchos no prestan atención, pero hay otras personas que cambian escuchando la palabra y eso me deja tranquilo”.  

Malabaristas y excluidos

Mientras el sol apenas logra pasar en medio de las ramas de los árboles, un grupo de malabaristas colombianos integrado por tres mujeres y dos hombres practica varios números dentro del parque. Toman  jugo y comen pan; dicen que ese es su almuerzo.

Fernanda, de 23 años; Adriana, de 19, y Juanita, de 21, deleitan con sus piruetas a los transeúntes. Las jóvenes bogotanas tienen dos meses en Ecuador, son artistas de semáforos y con su arte se ganan la vida.

Los ensayos tratan de hacerlos en el parque, pero aclaran que los metropolitanos siempre se los impiden. “No sé por qué lo hacen”, dice Juanita. “No le estamos haciendo daño a nadie”, continúa. Manifiesta que dentro del parque han visto mucho desaseo, que no existen baños públicos y que la gente en un descuido de los guardias hace sus necesidades cerca de los árboles.

Katty, un transexual que frecuenta el lugar, dice que el sitio es acogedor, pero que el ruido es abrumador a ciertas horas.

DATOS

En 1891 el Concejo Cantonal, presidido por el Dr. Pedro J. Boloña, resolvió erigir la columna para conmemorar la independencia de la ciudad de Guayaquil.

El lugar elegido y considerado el más apropiado, según el presidente del Comité, Homero Morla,  era la intersección de las calles 9 de Octubre y 6 de Marzo.

El 9 de octubre de 1899 se colocó la primera piedra y se inició la construcción. Doce años después se decidió realizar nuevas expropiaciones en el sector.

El 9 de Octubre de 1920, luego de 29 años de la primera  resolución, el lugar fue inaugurado por el Presidente Constitucional de la República, Dr. José Luis Tamayo.

Aunque no están permitidos los espectáculos públicos, algunos artistas se reúnen en la punta de Pedro Carbo y 1 de Mayo a ensayar sus números artísticos.

Los evangélicos prefieren intervenir desde la parte baja de la Columna de los Próceres, porque aseguran que desde ese sitio todos los visitantes y transeúntes los escuchan.

Todas las entradas están custodiadas por los policías metropolitanos. No se permite ni vendedores ambulantes ni betuneros. Sin embargo, algunos de ellos saltan las rejas e ingresan a ofertar sus servicios y productos.

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