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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Trópico en clave de sol

Guayaquil es, posiblemente, la ciudad más cantada del Ecuador. Y lo es por muchas razones. Quizá la principal tenga que ver con su condición de puerto abierto, musical y sonoro que siempre ha sido.

Desde la legendaria grabación de “Guayaquil de mis amores”, del Dúo Ecuador, en 1930, se ha sucedido un sinnúmero de composiciones que hablan de esta ciudad mestiza y mulata, a partir de dos registros o tópicos que distinguen las canciones sobre Guayaquil: el romántico y el realista.

El registro romántico apunta a la exaltación de la naturaleza que rodea a la ciudad, particularmente el Guayas y el Estero Salado, así como su vegetación tropical, la brisa de su malecón y sus cerros, en un tono elogioso y complaciente.

Bajo este tópico se inscriben canciones como el pasillo “Guayaquil de mis amores”: “eres perla que surgiste/ del más grande e ignoto mar/ y que al son de su arrullar/ en jardín te convertiste”; el vals “Mi querido Guayaquil”, bellamente interpretado por la peruana Tania Libertad y compuesto por su compatriota Carlos Hayre: “Los viejos portales, la luna y el malecón/la ría del Guayas, los bananos bajo el sol/traen al recuerdo/el puerto querido”; el pasillo “Guayaquil puerto abrigado”, letra de Chabuca Granda y música de Carlos Rubira Infante: “Guayas, fuerza y milagro/ del Daule y el Babahoyo,/ vas cantando en tus orillas/ al bananero y al puerto”; o el pasillo “Guayaquil pórtico de oro”, del poeta laureado Pablo Hanníbal Vela Éguez: “Ciudad del río grande y del Estero,/ donde el sol es un sol domiciliado,/ que amanece riendo en el primero/ y se duerme jugando en el Salado”.

Pero existe otro registro que aparece en las últimas décadas del siglo XX: el realista, que revela aspectos de la cultura popular, así como contradicciones y complejidades de la ciudad moderna. El primer ejemplo de ello es la guaracha “Cataplún, pa’  adentro anacobero” del boricua Daniel Santos, que narra el altercado que tuvo “El Inquieto Anacobero” en una presentación del Teatro Apolo, en 1956, lo que le obligó a pasar varios días bajo la sombra: “Volaron ladrillos, volaron botellas,/ volaron maderos, sonaron centellas/ y yo sin probarla, comerla o beberla/ al Cuartel Modelo la patrulla me llevó”.

Tampoco podemos olvidar el tema que el pianista Javier Vázquez le compuso a la sonera Linda Leida, donde refiere un incidente ocurrido en la Bahía de Guayaquil, a inicios de los ochenta: “Un día once de agosto, en el Doral me encontraba/ tomándome una cerveza que un amigo me invitaba,/ cuando más contenta estaba alguien vino y me llamó:/ un oficial del Modelo que a la cárcel me llevó/ por unos billetes falsos que a mi amiga le encontró”, ante lo cual, la cantante cubana decidió grabar a ritmo de son montuno, el lapidario coro de: “A la Bahía, yo no vuelvo más”.  

En las últimas décadas predomina la descripción realista en canciones como “Guayaquil City”, de Mano Negra (álbum “Putas fever”, 1989), donde se describe un día de plena sofocación y agitación callejera: “Guayaquil City va a reventar,/ tanto calor no se puede aguantar.../ ¡Oye, pana!, ¿qué pasa por la calle?”. Y en esta línea también están las canciones de Hugo Idrovo y Héctor Napolitano, quienes fueron pioneros de la llamada “música urbana”, a partir de los ochenta.

No podemos dejar de mencionar a un joven cantautor que en los últimos años ha recibido la atención del público por su estilo irreverente: Rey Camarón. En su éxito “Marginal de Guayaquil” hace una acerba crítica a la actual administración municipal, por el carácter excluyente de ciertas políticas de la “regeneración urbana”, respecto al uso del espacio público: “Soy el chiclero en el Malecón/ soy la puta en la calle Colón/ soy el indio en Samborondón./ Soy el marginal de Guayaquil”.

Como vemos, hoy se problematiza el ethos romántico que idealizaba en extremo a un espacio y su gente –recordemos el pasacalle “Guayaquileño” que lo describe como “madera de guerrero, muy franco, muy valiente”, que “jamás siente temor”-, y se abren paso repertorios musicales que aluden a una rica cultura popular, cuyos imaginarios definen, en tintes más realistas, lo que verdaderamente es Guayaquil.

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