Mujeres liberales, entre el control y la transgresión
Hace cien años, pocas mujeres escapaban del molde tradicional de esposas dedicadas a su casa, sosteniendo las apariencias en matrimonios “arreglados”. A las mujeres que aspiraban a emanciparse de esas rígidas estructuras les quedaba tres caminos: quedarse solteras, recluirse en un convento o volverse transgresoras. La mayoría de quienes cuestionaban las estructuras de la familia cristiana eran tildadas de malas, pecadoras e impías.
Buena parte de las luchas que enfrentaban las mujeres en la cotidianidad se relacionaban con la “moral sexual”. Los “límites” a sus comportamientos venían impuestos desde la niñez: la idea de la “virtud femenina” implicaba proyectar una imagen de sencillez y recato, lejos de las “frivolidades” del mundo. En marzo de 1920, la revista guayaquileña Variedades publicaba una lista de “consejos” dedicados a las mujeres ecuatorianas donde se decía que los principales deberes de la mujer eran: “Ser sencilla sin exageración y modesta sin vanagloria; Amar su casa, honrar a sus padres y no extraviarse mucho en bailes, reuniones y paseos (…) No dejarse arrastrar por amoríos pasajeros y solo atender a los hombres formales, huyendo de los galanteos de los jovenzuelos; moderar los impulsos de la imaginación. Ser poco romántica (…) Ser sobre todo honrada, y no dar motivo para que los hombres tengan que ocuparse en hablar de ella”.
Sólo el acceso a la educación, en el período liberal, hizo posible la virtual “liberación” de la mujer. Sin embargo, cuando algunas se atrevieron a seguir estudios universitarios fueron reprobadas por los censores de turno. Las más temerarias vencieron los prejuicios y obstáculos, al punto de convertirse en precursoras, como ocurrió con Aurelia Palmieri, Rosaura Emelia Galarza, Matilde Hidalgo de Procel, Amarilis Fuentes Alcívar, entre otras.
Fue por el acceso a la educación que la mujer tuvo la posibilidad de convertirse en sujeto y ejercer ciudadanía. No obstante, el cambio en las costumbres y mentalidades operó muy lentamente y resultó muchas veces contradictorio porque, si bien en el discurso político se hablaba de la necesidad de que la mujer intervenga en la vida pública, al interior del mundo privado y de la vida cotidiana prevalecían costumbres y prácticas que colocaban a la mujer en una situación de inferioridad.
Guayaquil fue una de las ciudades ecuatorianas donde la “cuestión femenina” se discutió con mayor intensidad, en el contexto de una naciente esfera pública. Desde fines del siglo XIX, aparecieron revistas ilustradas dirigidas por mujeres donde se ventilaron temas de diversa índole como la participación política, los derechos de la mujer al trabajo y el sufragio femenino. La Ondina del Guayas, La Mujer Ecuatoriana, El Hogar Cristiano, Nuevos Horizontes, Flora y La Aurora fueron algunas donde se publicaron artículos, ensayos y poemas de reconocidas intelectuales y escritoras, como Zoila Ugarte de Landívar, Adelaida Velasco Galdós, Rosa Borja de Icaza, entre otras.
Si bien las políticas de los liberales radicales sentaron las condiciones para la transformación que, efectivamente, se dio, aún reinaban prejuicios sobre el rol social de la mujer. En su informe de labores de 1900, el ministro de Instrucción Pública e ideólogo del radicalismo, José Peralta, decía que “la mujer pobre necesita crearse una situación independiente y holgada por medio del trabajo; necesita del taller para elevarse y ennoblecerse, y poder así llenar cumplidamente sus deberes; necesita un salario honrado que venga a ser defensa de su virtud y centinela de su dignidad”.
Sostenemos, por ello, que los grandes cambios sociales y políticos que experimentó el Ecuador a partir de la Revolución Liberal no lograron “abrir” completamente las mentalidades, más allá de la paulatina liberalización de las costumbres, la secularización de la vida cotidiana y el establecimiento de la educación laica, procesos que, evidentemente, resultaron clave en la afirmación de las ideologías modernas.
Con el paso del tiempo, el ascenso de las mujeres se concretó porque consiguieron espacios tradicionalmente reservados a los hombres, a partir de las arduas luchas sociales que emprendieron. Así, la sociedad demandó finalmente su participación en la vida pública, particularmente en la esfera laboral, lo que perfiló el reconocimiento de sus derechos políticos, civiles y sociales, en el agitado siglo XX ecuatoriano.