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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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No hay daguerrotipos, ambrotipos ni ferrotipos en las fototecas públicas de Guayaquil

La fotografía y su olvido histórico

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La fotografía es un campo de la cultura visual que ha permanecido a la zaga frente a otras manifestaciones, como la pintura y los medios audiovisuales. No siempre los museos de nuestro país atesoran fotografías como obras en sí, sino como papeles que registran acontecimientos. El paradigma documentalista aún se cierne sobre aquella, a más de una general indiferencia sobre las condiciones históricas de su producción, el rol de los imagineros en la construcción de visualidades nacionales y el  desarrollo de la técnica.    

Pocas son las exposiciones museísticas que recuperan -tras un riguroso estudio- el aporte de individuos cuyas obras no han podido salir del anonimato, porque no se les reconoce su autoría.

Pese a que en muchas placas de vidrio y papeles amarillentos consta el nombre del fotógrafo o establecimiento fotográfico, generalmente no se menciona al creador. Y aún hoy los fotógrafos siguen bregando con este problema.

Si bien en los últimos años se han multiplicado libros y ediciones sobre fotógrafos ecuatorianos contemporáneos, muy pocos son los dedicados a la fotografía histórica y casi todos se publican desde Quito. Y es que Ecuador es un país que aún no descubre su riqueza fotográfica. No somos conscientes del extraordinario legado que nos dejaron estos visionarios del lente. Se impone, entonces, la necesidad de precautelar, incrementar y difundir los acervos, tanto públicos como privados.  

Hay que poner en valor los archivos fotográficos del país, no solo porque atesoran parte de la memoria visual de las comunidades, sino porque representan la posibilidad de conformar un fondo de la memoria in progress, un acervo en construcción que deberá incrementarse con el aporte y contribución de ciudadanos preocupados por recuperar la memoria de su familia, barrio, pueblo, ciudad.

Es necesario, asimismo, recurrir a una visión más abierta y dinámica del patrimonio fotográfico. Hay que superar el discurso que giraba en torno al ‘rescate’ de la memoria, para acercarnos a la posibilidad de que un mayor número de ciudadanos se involucren en la construcción, preservación y difusión de su propia memoria social, como recurso y creación cultural. Esto nos ayudaría a superar el carácter elitista que históricamente ha existido en los criterios de formación de colecciones y se convertiría en una práctica democrática dirigida a que los individuos e instituciones elaboren su propio ‘banco de la memoria’, donde la fotografía juega un rol muy importante.  

Si entendemos que la fotografía conlleva el registro de información relevante para individuos y grupos, y contribuye a la permanencia de su memoria a través del tiempo, el apoyo a la preservación y difusión del patrimonio fotográfico no solo favorece la renovación del horizonte visual, sino que propicia la visibilización en la escena pública de identidades culturales con escasa o nula presencia en las exposiciones museales del país. Se trata de introducir una mirada antropológica incluyente que reconozca y privilegie las nociones de identidad, diversidad y diferencia cultural, en la formación de colecciones fotográficas y en las políticas de conocimiento y difusión de ese patrimonio. La fotografía, como recurso, producto y proceso histórico de la sociedad ecuatoriana, debe ser salvaguardada por el Estado.  

En el caso específico de Guayaquil, el Fondo Documental Fotográfico del Archivo Histórico del Guayas (AHG) es el único archivo público de la región de la cuenca del Guayas que concentra un significativo material histórico fotográfico (5.739 originales), entre negativos en placas de vidrio, acetatos y fotografía en papel, cuyos ejemplares más antiguos datan del siglo XIX.  Contiene -además- un Fondo Digital Fotográfico y un Fondo Contemporáneo, con 4.500 y 400 piezas, respectivamente.  

La importancia del Fondo Documental Fotográfico radica en que ahí se encuentra el trabajo de fotógrafos de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, prácticamente desconocidos, como los pioneros de la fotografía moderna en nuestro medio:  Menéndez y Jaramillo, Enrique Lasarte, José Rodríguez González, Enrique de Grau e Iscla, Miguel Ángel Santos; así como de Rodolfo Peña Echáiz, fotógrafo aficionado que realizó una obra de interés, por su particular visión de la burguesía guayaquileña a inicios del siglo XX. Algunos fotógrafos posteriores que siguen presentes en la memoria colectiva como retratistas y registradores de eventos sociales, como Jordán, Carchi y González, casi no aparecen este repositorio documental.  

Se encuentran, en cambio, los negativos originales de las fotografías que fueron publicadas en el monumental libro de publicidad comercial, El Ecuador. Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República, de 1909. También consta buena parte del archivo de Prensa Ecuatoriana, empresa que perteneció al editor Carlos Manuel Noboa (1893-1982), quien dirigió importantes revistas, como Patria y Comercio Ecuatoriano, y publicó los tres tomos del álbum América Libre (1920-1934).

La mayoría de las fotos que conserva el fondo van desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Abundan las fotografías de tema urbano arquitectónico, imágenes de haciendas de la Costa y retratos de familias acaudaladas.  

No hay daguerrotipos, ambrotipos ni ferrotipos en las fototecas públicas de Guayaquil, pero existen contadas colecciones particulares que resguardan estos bienes, aunque no están abiertas al público, por lo que se dificulta el acceso de los investigadores a los pocos ejemplares que quedan de esas antiguas técnicas del siglo XIX. Mucha de la historia visual del país, que aún espera ser desentrañada, reposa en viejas gavetas, expuesta a la inclemencia del clima y sin ningún procedimiento que favorezca su conservación.   

Parte del problema de la irremediable pérdida de nuestro patrimonio fotográfico podría resolverse buscando mecanismos legales que exijan que las instituciones públicas y fundaciones que reciben dineros del Estado, alimenten bases de información con respaldos electrónicos destinados a los archivos y bibliotecas públicas de las cabeceras cantonales y provinciales.  

La iniciativa también debe venir de los productores. Los gremios, sociedades y clubes de fotógrafos están llamados a estimular el trabajo de aficionados y profesionales, así como el conocimiento y difusión del acervo fotográfico nacional.

Los archivos de la imagen deberían generar proyectos para que la actual producción fotográfica sea incorporada como patrimonio. Nuestros fondos necesitan curadores, restauradores y gestores culturales que tengan claro el papel que juegan estos sitios de conservación de la memoria, sin caer en sesgos historicistas, como creer que lo antiguo es sinónimo de patrimonio. Los fotógrafos contemporáneos, en buena medida, permanecen alejados de las fototecas porque no hay políticas de apoyo a estos espacios que podrían impulsar su actividad profesional.

Hay que repensar el patrimonio cultural como recurso y derecho inalienable de los ecuatorianos, y apostar por la puesta en vigencia de una ciudadanía cultural que sustente su horizonte de acción, tanto en la autogestión responsable de los productores como en el trabajo competente de los organismos estatales. (O)

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