La Perla del Pacífico, al acecho de los piratas
El término “piratas” no es otra cosa que los delincuentes del mar. Sus fechorías datan desde hace cinco siglos antes de Cristo, de modo que -con el descubrimiento de América- estos maleantes ya estaban presentes con sus incursiones delictivas en los mares del Sur, dado que las potencias enemigas de España: Inglaterra, Holanda y Francia, patrocinaban estas operaciones de rapiña, sin poder disimular la envidia frente a los éxitos coloniales de la Madre Patria. En este escenario, Guayaquil no estaba libre de estas amenazas desde inicios del siglo XVII. Al respecto, el historiador Jorge Núñez hace notar que la Perla del Pacífico “nació bajo el signo del temor a la piratería”.
En 1624 el Puerto fue atacado en dos ocasiones por cuatro barcos piratas holandeses, pero en ninguna lograron su objetivo en vista de que sus habitantes supieron repeler los ataques con oportuna valentía, gracias al apoyo de un batallón de milicias compuesto de 350 hombres de las plazas de Guayaquil, Riobamba y del puerto peruano de Chimbote. De hecho, el propósito de estas incursiones piráticas era tomarse el golfo de Guayaquil; así, adueñarse del comercio marítimo en la ruta Panamá – El callao. Esta vez, no lo lograron.
Uno de los piratas que sembró mayor incertidumbre en las costas del Pacífico fue el inglés Edward Davis. En su expedición desde el sur, allá por el año 1684, se unieron otros piratas como Swan y Peter Harris; juntos, elevaron velas hacia el norte, saqueando algunas ciudades peruanas y los pueblos de Manta, Colonche y Santa Elena. Ingresaron al golfo pero no llegaron a Guayaquil por tener poca tripulación y porque en la noche prevista para el ataque, la ciudad estaba iluminada, dando a entender que sus habitantes estaban en alerta. La verdad es que Guayaquil festejaba la fiesta de la Santísima Cruz. Al no lograr el saqueo, cambiaron de rumbo, sin antes hacer una parada en Galápagos.
No pasó mucho tiempo cuando la ciudad fue atacada por aproximadamente 500 piratas, entre ingleses y franceses, al mando del capitán George D´hout. Era el 21 de abril de 1687. Pese a que Guayaquil había sido reforzada por 250 milicianos comandados por los capitanes Nicolás Álvarez de Avilés, Domingo del Casar y Diego Ruiz de Eguiño, el ataque pirático fue todo un éxito en vista de que la ciudad, tanto como los encargados de la defensa, fueron sorprendidas en sus mejores horas de sueño. Con todo y refuerzos, se impuso la experiencia combativa de los bandidos, consiguiendo así la rendición de Guayaquil luego de ocho horas de combate. Una vez izada la bandera negra con la calavera y los dos huesos peroné, los maleantes del mar tomaron todo lo que pudieron y capturaron cerca de 600 rehenes, entre ellos el corregidor, don Fernando Ponce de León y su esposa; el gobernador, don Juan Álvarez de Avilés; el alguacil mayor, don Lorenzo de Sotomayor y otros personajes de la localidad.
Ante la noticia del asalto a Guayaquil, el presidente de la Audiencia, don Lope Antonio de Munive, convocó a una Junta de Guerra en la que se decidió enviar al Puerto una tropa de 200 infantes milicianos: 50 de Quito, 50 de Latacunga, 50 de Riobamba, 25 de Ambato y 25 de Chimbo. Además, se consideró en dicha Junta que para la defensa de Quito y Guayaquil se requería de un cuantioso presupuesto y decisiones inmediatas, pero como la burocracia y la falta de fondos económicos eran diques principales de la estrategia defensiva, apenas se formaron cuatro compañías de milicias de caballería, al tiempo en que los rehenes eran liberados en el Golfo de Fonseca, Centroamérica.
En aquel 21 de abril de 1687, Guayaquil cayó en manos de los piratas. La reconstrucción de la ciudad tardó mucho tiempo, sin que por ello se hayan extinguido las constantes amenazas de aquellos maleantes que sembraban la zozobra en los mares del Sur. (I)