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La Gloriosa, 28 de mayo de 1944

La Gloriosa, 28 de mayo de 1944
El Telégrafo
30 de octubre de 2020 - 00:00 - Kléver Antonio Bravo

En aquellos años gobernaba el Ecuador don Carlos Arroyo del Río, guayaquileño. Y gobernó sin vicepresidente, porque así lo establecía la Constitución. De él se conoce que fue un político de impecable trayectoria y un académico de prestigio en su ciudad natal. A sus 47 años de edad llegó a la presidencia de la República, iniciando su período con la página más ingrata de la historia del Ecuador: la Guerra del 41 y la firma de Protocolo de Río de Janeiro. De allí que sus funciones políticas anteriores, que por cierto eran de buena imagen, tanto como su labor académica, fueron desdibujadas en el imaginario nacional por una simple cosa… Era un mal comunicador, carecía de un liderazgo natural y cargaba la etiqueta negra de la derrota del 41.

En noviembre de 1942, Arroyo del Río emprendió una gira por Estados Unidos México, Cuba, Venezuela y Colombia. Regresó a la patria con el compromiso de ceder espacios nacionales a los Estados Unidos para la instalación de bases militares en Baltra y Salinas. Otras obras avivan su memoria: la creación del Banco Nacional de Fomento, la construcción de las carreteras Cuenca-Loja y Baños-Puyo, la fundación de la Universidad de Loja y el colegio Montúfar de Quito…

Su falta de popularidad condujo a un intento de golpe de Estado el 28 de mayo de 1942. Estaba encabezado por el mayor Leonidas Plaza Lasso y el líder político Luis Felipe Borja. El golpe fracasó, por lo que los grupos políticos de la oposición: conservadores, liberales, comunistas, socialistas, hicieron una mezcla que en el mundo político se llama coalición, cuyo nombre adornaba el cóctel ideológico: Acción Democrática Ecuatoriana, ADE. En esa cacería política también nació el movimiento CONDOR, Compañías Organizadas Nacionales de Ofensivas Revolucionarias, más tarde transformadas en el partido político Acción Nacionalista Revolucionaria Ecuatoriana, ARNE.

Mientras sus obras eran subestimadas, el aire revolucionario agitaba las protestas contra Arroyo del Río, quien tenía cierta predilección por el Cuerpo de Carabineros, encargado de reprimir los manifestantes y cuidar las espaldas del Ejecutivo. Este sesgo empezó a incomodar a la oficialidad del Ejército, especialmente a los grados subalternos, y muy en particular a los cuarteles del Puerto Principal: el batallón de infantería Carchi, el grupo de artillería Villamil y el batallón de ingenieros Chimborazo.

En el mes de abril de 1944, la idea de derrocar a don Carlos Arroyo del Río ya estaba fraguándose entre los jóvenes oficiales y los representantes de la ADE. Allí estaban: el capitán Enrique Girón, los tenientes Luis Mora Bowen, Oswaldo Merino, José Aurelio Naranjo, Guillermo Prado, Carlos Arregui, Jaime y Héctor Aguilar, Eudoro Naranjo, Francisco Zambrano y el subteniente César Ruales; por el lado de la ADE: Armando Espinel Mendoza, Enrique Barrazueta y Pedro Jorge Vera. El acuerdo era muy claro: atacar el cuartel de Carabineros, destituir a Arroyo del Río y en su lugar ponerle al exiliado Velasco Ibarra para la “reconstrucción nacional”. Pero antes, debían tomarles prisioneros a los oficiales de alta jerarquía de la plaza junto con las autoridades civiles.

El ataque empezó a las 10 pm del 28 de mayo, operación ofensiva a la que se unieron cientos de civiles que apoyaron la maniobra. No fue fácil la toma del cuartel. El comandante Lutgardo Proaño, jefe de Carabineros, arengaba a sus hombres hasta cuando se rindió, luego de nueve horas de combate. Se entregaron sin mayor resistencia 40 carabineros, al tiempo en que ingresaba la muchedumbre con ínfulas depredadoras. La toma del cuartel se convirtió en saqueo, y lo más cruel, incendiaron el cuartel donde se quedaron bajo las llamas algunos muertos, heridos y la supuesta noticia que también murieron quemados algunos caballos que servían para patrullar la ciudad.

Con esta revuelta, los políticos formaron una Junta de Gobierno integrada por el mayor Manuel Hidalgo y los señores Francisco Arízaga Luque, Ángel Felicísimo Rojas, Alfonso Larrea Alba, Efraín Camacho y Pedro Saad. El mismo 29 de mayo, Arroyo del Río presentó su renuncia porque este episodio se repitió en algunas ciudades del país. Así es como Retornaba Velasco Ibarra a su segunda presidencia, para luego ser destituido por el Manchenazo. 

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