Uno de los argumentos en la disputa política es que la reelección de cualquier autoridad, de por sí, es antidemocrática. Y el mayor peso de esos argumentos es que esa autoridad busca la reelección usando los recursos públicos y el aparato de su institución. Si así fuese, no se entendería por qué varios alcaldes y prefectos que optaron por la reelección en las elecciones pasadas no lograron su objetivo. Y si es cierto que usaron los recursos, ¿por qué sus sucesores no fiscalizaron y levantaron la denuncia correspondiente? Hubo una época en la que nadie dudaba ni discutía por qué se reelegían alcaldes como Paco Moncayo (en Quito), Fernando Cordero (en Cuenca), Jaime Nebot (en Guayaquil) y otros más.

Incluso, hay alcaldes y prefectos que estuvieron tres y hasta cuatro períodos y jamás se discutió como un acto antidemocrático su reelección.

El mejor argumento para el debate  sería revelar qué han hecho o han dejado de hacer quienes buscan la reelección y qué ofrecen los otros.

Bajo ese ‘paradigma’ liberal de que la alternancia garantiza mejor democracia se ocultan otras falacias. Una, la más discutida fuera de ese ámbito, es que la alternancia no tiene que ver con las personas sino con los proyectos, las visiones o las ideologías.

El ejemplo más gráfico es el de EE.UU.: si hay alternancia en las personas y partidos, no hay absolutamente ninguna en determinadas estructuras que son las base del modelo económico y político de ese país. ¿El aparato e industria militar tienen una alternancia en sus doctrinas y proyectos de dominación hegemónica mundial?

En nuestra Constitución están muy claras las reglas sobre la reelección. Y sobre el uso de recursos públicos, ahí están instituciones como la Contraloría y la misma ciudadanía para fiscalizar, además de la misma oposición, que muchas veces dice, pero no demuestra con pruebas.

Lo de fondo es otra cosa: la reelección es un derecho de los ciudadanos. Darle otro período a una autoridad es una decisión absolutamente democrática de los ciudadanos. Y por lo visto, en los últimos años hay varios alcaldes y prefectos, no solo del movimiento en el poder político, sino de otras tendencias ideológicas.

El mejor argumento para el debate político, en estos tiempos electorales, sería revelar qué han hecho o han dejado de hacer quienes buscan la reelección y qué ofrecen los otros. A la luz de los hechos, algunos aspirantes solo hacen campaña con la crítica de la gestión de su oponente y muestran cifras y datos que no revelan nada ni proponen un cambio efectivo. Pero también hay quienes se quieren reelegir con discursos que no se compadecen con su gestión ni con la historia de sus pueblos. Por eso los argumentos deben ser más complejos.