No ha dejado de sorprender la sabiduría de los jóvenes de decenas de países en el XVIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (FMJE), reunidos en Quito en la semana que termina. Con su perspectiva crítica han colocado debates y reflexiones a favor de cambios más profundos en los procesos políticos que viven algunos países del planeta.
En la mayoría de sus expresiones hay una síntesis de los mayores indicios de lo que ya es una realidad: el cambio de época. Son talentosos pensadores de la contemporaneidad a partir de informaciones y datos que superan a muchos políticos tradicionales y a supuestos analistas que los ven de reojo como bichos raros porque se expresan mucho mejor que ellos cuando tenían su edad, pero sobre todo porque respaldan los movimientos antihegemónicos en cualquier lugar del mapamundi.
En sí misma, su presencia en Ecuador puede leerse desde dos posiciones: un respaldo y admiración al proceso político en marcha y también como un punto de quiebre a aquellas posturas que señalan que los jóvenes de América Latina, por ejemplo, están políticamente apagados o solo concentrados en el consumo pleno.
Según lo que se escuchó en las mesas hay una marcada tendencia a contrarrestar esas posturas banales de que el único papel que le corresponde a la juventud es estudiar y divertirse. Cero compromiso y participación política parece que se quisiera inocular en sus mentes.
Pero estos diez mil jóvenes reunidos en el Parque Bicentenario han dado la cara diciendo cosas y verdades muy suyas: no queremos transnacionales contaminando nuestras vidas; abogamos por una transformación a favor del Buen Vivir y no sometida al mercado; tenemos derecho a la voz y la expresión más abierta; no somos auxiliares de nada, sino actores políticos de esta época.
Humildes, modestos, sensatos, frontales y carentes de toda vanidad, con sus estéticas y lenguajes hicieron de esta semana un luminoso espacio para imaginar lo que tendremos en el futuro: generaciones mejor preparadas y formadas para procesar cambios éticos y revolucionarios.
No cabe duda de que fue un aire fresco, un devenir de las mejores enseñanzas de los líderes y mártires, pero también una oportunidad para comprobar que podemos aprender mucho de las nuevas generaciones.
Lástima que la cobertura mediática peque de lo mismo: el prejuicio y el ideologismo más rancio. Llegan a conclusiones marcadas por aquello que constituye su tumba: no sintonizar la transformación y pensar que desde los medios se puede hacer oposición camuflada de moralismo.
