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El Telégrafo

Editorial

Con flores no erradicamos el machismo

Editorial
09 de marzo de 2014

Siendo  un asunto estructural, el machismo es la ‘mala palabra’ en el Día Internacional de la Mujer. Y por eso mismo hay que hablar de la sustancia que obliga a las mujeres del mundo a hacer de ese día una jornada de reflexión, debate y lucha para imaginar otro futuro. Pero sobre todo corresponde a los hombres ayudar a eliminarlo en todas sus expresiones.

El machismo actual tiene unos soportes aparentemente invisibles: toda la maquinaria ideológica, mediática y política que en todo el planeta propende a afirmar una cultura patriarcal; los discursos de determinadas figuras de la farándula y de la política más retrógrada; el conjunto de acciones y normas ‘sociales’ para que el cuerpo de la mujer sea un objeto sometido a toda clase de intereses, e incluso vejámenes. En todo ello se edifica la consolidación de ese machismo, quizá como dicen algunos autores, para garantizar la misma reproducción social de siempre en favor de unas tendencias económicas y culturales, de modo que nada cambie para sostener el mismo patrón de conducta política.

A todo esto hay que añadir un elemento pernicioso: la violencia ejercida por los ‘machos’ contra las mujeres de muchos modos y a través de diversos medios. Para algunos, esto se reduce a las diferencias sexuales y a los apetitos sexuales de los hombres. Y no es así. La violencia contra la mujer no es un problema o un simple asunto sexual. Al contrario, para empezar a deconstruir ese edificio cultural, esa violencia tiene que ver más con un problema de poder: donde unos seres humanos quieren obligar a otros a hacer, por la fuerza y la ‘tradición’, las tareas que son de absoluta responsabilidad de cada uno.

Una de esas formas de violencia, por ejemplo, es la prostitución. Mientras un país o nación no pueda resolver aquello no puede sentirse satisfecho de haber avanzado socialmente en la desigualdad y en la exclusión. Y esto va para los gobiernos nacionales, locales, las organizaciones políticas, indígenas, de mujeres, deportivas, etc. El peor agravio  a lo largo de la historia es  ‘hijo de p...’, el cual hasta hoy se emplea como un arma contra toda clase de diferencias, enemigos o enemistades. Mientras se mantenga esto como un molde, columna vertebral del machismo, nada se habrá hecho. De ahí que  los homenajes a las mujeres y los discursos  feministas,  aunque suenan bonitos, a veces solo sirven para vender más flores.

Para erradicar el machismo -fundamentalmente-    se debe dejar atrás  hechos y valores que sostienen  esa perniciosa estructura cultural, política y económica.

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