Petroleras y nativos, desafío mutuo
La llegada de las petroleras a territorios ancestralmente indígenas provocó más de un conflicto entre ambos actores.
Estos últimos sintieron que sus tierras fueron invadidas por las grandes transnacionales y vieron cómo su espacio y los animales de los que se alimentaban cada vez iban desapareciendo.
Los años han transcurrido y la relación ahora es más cordial, pero a pesar de ello existen tribus y aborígenes que aún son difíciles.
Pego no es un waorani más de los que habitan en las inmediaciones del campo 16, operado por la compañía Repsol, en la provincia de Orellana.
A diferencia de la mayoría, es un nativo de poco acceso, al que no le gusta la presencia de los blancos en su chacra y es capaz de derribar enormes árboles para bloquear las únicas vías, si es que no le cumplen sus deseos como la entrega de una Coca Cola. Así es de radical.
Otros, como Humberto Ahua, de la comunidad Guiyero, son más abiertos a la llegada de extraños y a la ayuda dada por la empresa que está en sus tierras.
Su chacra está a un costado de la carretera que conduce a las instalaciones de NPF (Facilidad Petrolera del Norte) y SPF (Facilidad Petrolera del Sur), en la entrada al parque nacional Yasuní-ITT.
Para llegar al sitio hay que navegar cerca de una hora y media a lo largo del río Napo. Cuando se arriba a un lugar en tierra conocido como Pompeya 2, hay que tomar un vehículo que recorre unos 40 kilómetros selva adentro hasta hallar la comuna.
Al igual que Pego, la casa de Ahua está rodeada de inmensos árboles de unos 40 metros de alto. La temperatura en esta zona supera los 36 grados centígrados y a pesar del calor, las aves no dejan de trinar ni sobrevolar entre el espeso arbusto. Desde 1993, los aborígenes y la petrolera española firmaron un Acuerdo de Amistad, Cooperación y Respeto Mutuo, que luego se renovó y vence el próximo año.
Ese convenio beneficia a 33 comunidades de aproximadamente unas 2 mil personas. Otorga asistencia en salud, educación y en la dotación de infraestructura.
Algo similar se da con cofanes, sionas, secoyas, kichwas, entre otras nacionalidades, que conviven con las compañías en sus respectivas zonas. En la que está Repsol hay waoranis, y más adentro, en el Yasuní, los taromenane y los tagaeri, que no han sido contactados.
A lo largo de la historia se han registrado enfrentamientos y reclamos de los aborígenes en las cortes con millonarios juicios. Para evitar estos incidentes y la afectación al medio ambiente, la legislación en materia petrolera se ha ido modificando en defensa de los territorios, de los indígenas y especialmente de los pueblos aislados. Estas mismas normas obligan a las compañías a dar asistencia gratuita a los nativos en distintos ámbitos.
Humberto Ahua reconoce la ayuda que le da Repsol a su conglomerado familiar compuesto por casi 25 personas, entre hijos, yernos y nietos. Junto a su nanicabo (choza) se encuentra la casa de cemento que le construyeron en la que tiene agua y energía. Este guerrero que asegura que su padre se convirtió en jaguar después de morir, mantiene intactas sus costumbres y se preocupa porque sus descendientes así lo hagan.
Al momento de recibir invitados, junto a sus hijas Carolina, Patricia y Gloria interpretan canciones en su lengua relacionadas con los animales, la selva o los espíritus. Tras ese ritual untan achiote en el rostro de los recién llegados en señal de amistad. Estos grupos conservan sus artes de caza. Las flechas que lanzan con sus cerbatanas son elaboradas con una hoja de navaja.
El curare (veneno con el que matan a sus presas) lo siguen preparando en sus mismas casas con distintas hierbas. Tapires, monos y huanganas (cerdos salvajes) son los animales que más consumen. Empero la búsqueda de cualquiera de estas presas puede demorar hasta cinco horas.
El sentido de la orientación lo tiene muy desarrollado, por ello jamás se pierden en la selva. Para los waoranis no existe el concepto de trabajo y pueden estar acostados en sus hamacas por largo tiempo, lo cual constituye una actividad.
Las relaciones sociales permiten el intercambio de productos, pero además establecen vínculos matrimoniales con el fin de aumentar su dominio en un territorio. Humberto y otros aprendieron a vivir con la Repsol, pero la empresa no tiene idea de cuándo Pego volverá a demandar algún producto occidental. Solo sabe que debe cumplirle.