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El Telégrafo
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Su pasión, las montañas; su objetivo es reforestar

Su pasión, las montañas; su objetivo es reforestar
30 de diciembre de 2012 - 00:00

Ser guía de montaña y subir en un año al menos 100 veces a la cima del Cotopaxi hicieron por instantes rutinaria la vida del escalador José Jijón. No era a lo que esperaba dedicarse por el resto de su vida, entonces decidió dar mayores desafíos a su carrera deportiva.

Mientras disfruta de la comida árabe, en un restaurante de Quito, comparte un instante con El Telégrafo. Son pocos los momentos que pasa en la capital y “hay que aprovecharlos al máximo”, comentó.

Como explorador, está acostumbrado a cualquier tipo de alimentación. No se hace problema.

Su nombre hoy es muy conocido entre los escaladores. Al menos una decena de artículos de revistas locales e internacionales hablan de su vida como explorador, que la  inició en 2001 con el proyecto de la conquista en solitario de las 7 cumbres más altas del mundo.

Estaba convencido de que su sueño podría ser real y eso lo plasmó en cada visita a la empresa privada en busca de apoyo. Al principio le fue complicado convencer a todos de que  era posible, pero lo logró.

Reunió la suma necesaria para la expedición -alrededor de 60 mil dólares- y emprendió el trayecto. “Cuando no te conocen es difícil que te ayuden, pero al momento que consigues tu sueño las puertas automáticamente se abren y todo es más sencillo. La clave es encontrar a la persona ideal que te apoye”.

Conoció 78 países durante 3 años y puso la bandera ecuatoriana en los picos más elevados de los nevados en cada continente. Su última travesía con la que cerró la expedición fue la cima del Everest en la cordillera de los Himalayas en Asia, en 2006.

Un año más tarde ascendió al Karakórum en Pakistán y doce meses después llegó su mayor logro. Ir a  Groenlandia y escalar ahí un nevado no explorado al que puso de nombre “Monte Ecuador”. “Fue una aventura muy emocionante, en la que viví momentos bastante extremos, como soportar por 18 días temperaturas de -80º bajo cero o halar un trineo de 90 kilos y sufrir ataques de osos polares. Pese a todo fue genial la expedición”.

Esos ascensos alimentaron su deseo de acercarse a la naturaleza. Gracias a la invitación de la Cruz Roja, en 2010, viajó por las 24 provincias del país.

En cada una subió a la montaña más alta para sembrar árboles, una labor que  compartió con las distintas comunidades. “La idea es motivarlas para que tengan sus propios viveros y eso se convierta en una forma de sustento para sus familias. Una forma de autogestión comunitaria”.

Su pasión son las montañas, pero entiende que eso no le permite subsistir, por eso su otra afición es la agricultura. Mantiene en la provincia de Imbabura (norte del país) una finca con cultivos de café, que él mismo se da tiempo de atender entre expedición y expedición.

“Sembrar café es más complicado que escalar cualquier nevado, depende de fertilizantes, de la tierra, de que no exista maleza y un sinfín de cosas, pero también te permite estar en contacto con la tierra y darte cuenta de lo mal que le hacemos a veces sin meditarlo”.

“Pepe”, como todos lo llaman, pasa varios meses fuera de casa. Se perdió de instantes especiales en la familia, pero no cruza por su mente abandonar la actividad que le emociona al extremo. Y eso lo demuestra en cada palabra que pronuncia.

“Gracias a Dios he tenido una buena compañera y unos hijos que han comprendido que hago lo que me gusta y soy feliz con eso. Esa alegría es la que les transmito y siento que ellos también la perciben. Eso es lo más importante para mí”.

Lleva 15 años de matrimonio con Domenic y es padre de José y Kassandra, los seres con los que se encuentra en cada retorno. “Esto es como una fuente que siempre se vuelve a llenar”.

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