Los saltos acrobáticos elevan a los dirt jumpers a una realidad paralela
La pista de tierra en el sector La Viña (Tumbaco) recibe seca y polvorosa a los ciclistas, no obstante, un poco de agua y unas palas solucionan el problema y enseguida estos deportistas extremos se montan sobre sus bicicletas para bajar por una rampa empinada y empezar a elevarse varios metros en el aire.
Hace más de 20 años el downhill y el BMX empezaron a dominar la escena del ciclismo extremo. Pero poco a poco empezó a surgir otra modalidad del freestyle llamada dirt jump, que consiste en realizar varios trucos en el aire en una pista.
Juan Alfonso Reece empezó a construir en 2003 uno de los circuitos que más tarde fue reconocido como uno de los más visitados por los que siguen el “movimiento”. “A mí me gustaban las motos y lo que quería era elevarme. Tenía una bicicleta de montaña y nadie saltaba en ese tipo de ‘bicis’. Hicimos la pista con un par de lomas y poco a poco empezó a hacerse famosa”, dice Reece.
El circuito fue construido en el terreno de la hacienda de su abuelo en el sector La Viña. Todo fue realizado a mano, sin ninguna máquina y los que querían correr ahí tomaron una pala para dejar a la pista apta para saltar.
Varios ciclistas que luego llegaron al profesionalismo pasaron por allí. Un ejemplo claro fue la presencia de Alfredo Campo, reciente campeón mundial en BMX. “Alfredo saltó varias veces aquí. No creo que haya sido la clave de su éxito, pero cambiar de pista y aplicarla en tu deporte es enriquecedor”, asegura Reece.
Martín Jijón, campeón panamericano el año pasado de downhill, también es uno de los asiduos visitantes a la pista La Viña. Empezó a los 10 años motivado por su hermano Luis Alfonso y desde ahí no ha parado. Se dedica más al downhill y es uno de los talentos profesionales en esa disciplina, pero el dirt jump le ha dado técnica y precisión.
“Son distintas ambas modalidades, porque el downhill es contra el tiempo, es más carrera. En cambio el dirt es más relajado y divertido y para mí es un complemento para lograr una mejor técnica sobre la bicicleta”, afirma el deportista de 17 años.
Al igual que todos los ciclistas, Jijón se equipa con protecciones antes de empezar a saltar. Casco, guantes y rodilleras son elementos necesarios para todos, así se trate del más experimentado corredor. El riesgo lo toma cada uno, nadie alienta a otro a intentar algo complicado y que nunca lo ha realizado antes, contrario a lo que sucedía al inicio de la construcción de la pista.
Según Reece, antes el deporte no era tan profesional como lo es hoy en día. “Cuando empecé siempre estábamos con rock pesado y metal. Era más macho el que se lanzaba como podía y si sobrevivía a la caída era el más famoso. Después se hizo más profesional, más responsable y seguro. Requiere preparación física y técnica; no hacer las cosas porque sí”, cuenta.
Philip Bertogg, quiteño con raíces suizas, es uno de los talentos que surgió de la escuela que fue instalada hace algunos años. Él aprendió a montar bicicleta recién a los 12 años, porque antes se le hizo difícil y su equilibrio no era bueno. “Me di cuenta de que era algo básico y necesario para todas las personas. Después, como adolescente, disfrutas de la adrenalina y empecé a saltar”, relata Bertogg.
Pero fue más allá de solo montar bicicleta, sino de acercarse al peligro desde su medio de transporte. “Para mí el freestyle significa libertad. En tenis, fútbol y otros deportes, los objetivos son más sencillos. En esto siempre estás innovando, hay más combinaciones, puedes mejorar mucho y crear tus propios trucos”, añade.
En la capital es considerado uno de los mejores, porque ha sacado trucos que antes no se habían logrado como el back flip can-can, cannon ball o el side winder. “El nivel en estos últimos años ha progresado mucho en nuestro país, pero aún está bajo en comparación a otros países. Hace falta mejores premios, que exista más motivación para que la gente lo practique”, manifiesta Bertogg.
Él estuvo hace poco en Vancouver (Canadá) en el festival de bicicletas más grande del mundo, donde conoció a muchos profesionales que lo recomendaron y así consiguió auspicios para continuar con su carrera deportiva.
El montar bicicleta y saltar en la pista se ha convertido en un estilo de vida para quienes lo practican. “Es como una adicción. Si no monto dos semanas me siento mal, me duele la cabeza, me pongo mal genio. Cuando lo hago me relajo, encuentro mi escape a la realidad”, resume Reece sobre su afición al deporte.
Ellos seguirían saltando una y otra vez, pero el sol se esconde y con los últimos rayos de luz aprovechan para elevarse por los aires. Mañana volverán a la pista que estará esperando por ellos y por un poco de agua y unas paladas para estar lista para la acción.