Walter Páez dejó abiertas las ventanas de su taller
En el centro de Guayaquil, en el segundo piso de lo que fue el mítico el Gran Cacao, Walter Páez tenía un “escondite inigualable”.
Este martes, tras su muerte, la puerta está cerrada con un gran candado. El recuerdo de una exposición en la que, como acostumbraba, abrió las puertas de su casa, sigue allí, como un anuncio de su trabajo vivo.
Walter Páez llegó de Quito a Guayaquil en 1970 y se graduó de ingeniero agrónomo. En 1992 ingresó en el taller de serigrafía de la Casa de la Cultura núcleo Guayas, que dirigió Hernán Zúñiga y diez años después de graduarse como ingeniero inició su trabajo como grabador a tiempo completo.
Su afición lo llevó a La Habana, donde fue becado en el Taller Experimental de Gráfica. A su regreso montó un taller en su casa del Cristo del Consuelo y en los 90 dio clases de grabado en la desaparecida dirección de cultura del Banco Central.
En 2005 montó su propio espacio en Imbabura y Rocafuerte, donde hoy tras su muerte permencían las ventanas abiertas. Los vecinos dicen que se había ido a Quito y la “altura lo mató, aunque ya estaba enfermo”. Y es que él, después de su experiencia en Guayaquil y en La Habana decía que prefería las ciudades cerca del agua. (I)