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La exposición estará hasta el 7 de junio EN LA CASA DE LA CULTURA, NÚCLEO DEL GUAYAS

Villa, un empírico que pinta desde la intuición

El artista realizó su primera exposición en la Casa de la Cultura, cuando Abel Romeo Castillo estaba al frente de la entidad. FOto: Karly Torres | El  Telegrafo
El artista realizó su primera exposición en la Casa de la Cultura, cuando Abel Romeo Castillo estaba al frente de la entidad. FOto: Karly Torres | El Telegrafo
21 de mayo de 2014 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Ayer, en la Casa de la Cultura, Núcleo Guayas, se inauguró la exposición ‘Jaime Villa, pintando sus sentimientos’. En sus 80 cuadros, la muestra reaviva las etapas por las que el autor ha atravesado, desde que empezó su curiosidad por el óleo y cambió su apellido de Villafuerte a Villa, hasta aquel proceso que denomina “el desastre”.

En esta muestra se integra una versión de su primer óleo y obras que no había mostrado anteriormente, ya sea porque eran muy pequeñas o simplemente no quería venderlas y con eso perder pinturas muy preciadas, contó.

La exposición tenía pensado llamarla ‘Del primero al último’, pues estaba preparando nuevos cuadros de muy buen ánimo hasta que “lo cogió aquel desastre”, comentó.

Hace 8 meses, Villa ingresó al hospital y pasó 4 en terapia intensiva por complicaciones con la diabetes, por lo que debió someterse a una operación. “No sabía bien qué me hicieron los curanderos hasta que me di cuenta de que no tenía las piernas”.

A pesar de haber perdido las falanges de los dedos de sus manos y la parte inferior de sus piernas, Villa se mantiene con la intención de seguir trabajando y terminar los cuadros que inició y que aún no tienen el acabado que merecen.

Pintar es el oficio en el que decidió no detenerse desde que, impactado ante los cuadros de Aníbal Villacís, que se exponían en una cafetería de Ambato, buscó elementos precarios para lograr los mismos efectos con sus ideas.

Con albayalde, aceite de lino para adelgazar y suavizarlo, se aventuró a una nueva forma de pintura, motivado por su interés hacia el dibujo. No sabía que existía el óleo ni  que era el implemento fundamental de la obra de Villacís, hasta que un día el pintor llegó a la carpintería de su padre para pedir unos bastidores.

Villa se esforzó para terminarlos y al siguiente día dejárselos personalmente. Su interés por la obra de Villacís lo impactó una vez que se enfrentó a todo lo que residía en su taller. “¿Tú pintas?”, preguntó Villacís;“no sé pintar”, replicó. Ante el interés que mostró Villa, su cliente le obsequió 6 tubos de óleo. “Con ellos el resultado de lo que intentaba fue totalmente distinto”, recordó.

A esta anécdota se suma una serie de casualidades una vez que junto a un primo decide viajar a Perú. No llegaron tan lejos, cuando su primo se dio cuenta de que pasaban por Milagro. Entonces pidió detenerse para visitar a un familiar. A pesar de que el primo de Villa no soportó ni 2 semanas por el calor y los mosquitos que abundaban en ese cantón, él se quedó y consiguió trabajo en un taller fotográfico, donde le pidieron pintar un revelado en blanco y negro. Ahí, con la práctica adquirida en el dibujo, siguió experimentando con el óleo hasta que pidió que colgaran uno de sus cuadros en el local donde trabajaba, como lo hacía Villacís.

Fue así como llegó un pintor que preguntó por el autor de esa obra y posteriormente lo invitó a trabajar para un comerciante del ingenio Valdez. En una suerte de mecenazgo, aquel hombre estaba decidido a que Villa viajara a Guayaquil para reforzar su técnica con los estudios, es así como le paga su viaje y le consigue un trabajo para que pueda sostenerse.

En el Colegio de Bellas Artes no duró más que 2 años, pues estaba muy desesperado por aprender y sentía que las cosas iban muy lento. Desde ahí nunca más pensó en la academia. En reemplazo a los estudios formales buscó libros con los que pudo reforzar su pintura, los colores que manejaba, el dibujo y composición.

En Guayaquil empezó a trabajar en un estudio fotográfico, para luego turnarse medio tiempo con una empresa de publicidad en la que diseñó logos y afiches para empresas como Güitig o Vistazo, poco a poco fue ampliando su medio de trabajo en este campo hasta vincularse con la Casa de la Cultura, donde realizó su primera exposición cuando la entidad estaba en manos de Abel Romeo Castillo. “Ahí sí, ya no me paraba nadie”, aseveró.

Así empezaron sus exposiciones dentro y fuera del país, las conexiones, las invitaciones con otros artistas y otras formas de ver el arte, con lo que tuvo la posibilidad de alimentarse y compartir su trabajo.

Decidió entonces abrirse espacio para la venta de sus trabajos en una galería a la que llamó Pachacamac. En sus inicios se ubicó frente al pasaje San Francisco en el centro de Guayaquil y fue una de las primeras galerías de toda la ciudad. En esa época se concentra la mayor cantidad de ventas que tuvo el pintor. “Tanto así que el Banco del Pacífico me compró 24 cuadros”.

Parte del esfuerzo de los primeros 6 años que tuvo esa galería fueron para construir la casa que tiene en la ciudadela Cimas del Bim Bam Bum, frente a Los Ceibos.

Fue entonces cuando trasladó su galería a esa zona y armonizó la exposición de arte con ese ambiente natural del sector. Al inicio tuvo buenos resultados, pero con la ampliación de la parte habitacional fueron imposibilitando la visita de interesados y, actualmente, solo se puede entrar a la galería si se entra a la casa de Villa.

Varios críticos y pintores “de la competencia”, como dice él, han comentado su obra. Entre ellos está el pintor y dramaturgo guayaquileño Eduardo Solá Franco, quien reitera que Villa pinta sus sentimientos. “En su obra se muestra cómo es él. Tiene el don de los pintores auténticos, siendo artistas y artesanos a la vez, como lo fueron en el Renacimiento, hombres de espíritu amplio que sabían cómo se debía interpretar aquello que uno lleva en sí, en la mente y corazón a través del conocimiento de los 3 elementos básicos en la pintura, dibujo, colores y composición”, manifestó.

Una de las características de la obra de Jaime Villa, que permanece latente desde sus primeros intentos, es el retrato de la naturaleza, la mezcla de personajes que se funden con el paisaje que los rodea y en ocasiones los empequeñece.

Villa reconoce en su obra una labor empírica en la que se pinta desde la intuición. Desde su trabajo comentó que lo que actualmente hacen varios artistas locales es priorizar la forma para impactar, más que trabajar en el arte. Y para él, eso ya no es crear.

DATOS

Jaime Villafuerte Herrera nació en Baños, provincia de Tungurahua, en 1931.

Estudió entre 1954 y 1956 en el Colegio de Bellas Artes de Guayaquil.

Ha recibido varios galardones por su trabajo. El primero fue el Primer Premio XI Salón de Pintura Luis A. Martínez (1962).

En 1971 ganó el Primer Premio Salón de Octubre; Patronato Municipal de Bellas Artes.

En 1987 le fue otorgada la condecoración Eugenio Espejo a la ‘Orden Nacional al Mérito Artístico’.

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