Un lugar donde a Oshima no lo alcance la censura
La ciudad de Kanagawa ha visto morir el martes pasado a uno de los mayores referentes de la llamada nueva ola del cine japonés: Nagisa Oshima, de 80 años.
Oshima fue, por decirlo de alguna manera, un proletario del cine. Siempre audaz, crítico y polémico, durante toda su carrera se dedicó a grabar aquello que no le gustaba al statu quo. Dejó una huella imborrable cargada de una fuerte dosis de desencanto y acidez.
Nacido en 1932, Oshima ha muerto 13 años después de su última película, Tabú (Gohato).
Procedente de una familia de inclinación socialista, Oshima filmó casi una treintena de largometrajes entre 1959 y 1999, aunque fue “El imperio de los sentidos” (1976) el que lo consagró como una figura de culto afuera de su país.
Aquella cinta, llena de erotismo y escenas de sexo explícito, fue censurada en Japón y en el Festival de Cine de Nueva York. La trama de “El imperio de los sentidos” estaba basada en una historia de la vida real, sobre un caso de obsesión sexual fatal en el Japón de la década de los 30.
Oshima, siempre crítico con la censura y contrario al humanismo de su contemporáneo y colega Akira Kurosawa, había decidido que en “El imperio de los sentidos” tendría que haber escenas pornográficas.
No se equivocaba con lo de la censura: debió trasladarse a Francia para terminar la historia tal como la había concebido. Sobre la película, dijo que “el erotismo es propio de la burguesía, mientras que la pornografía es más bien proletaria”.
Una vez presentada en el Festival de Cannes, “El imperio de los sentidos” se convirtió en el título más famoso de su carrera.
Con esa fama alcanzada en Francia, pudo filmar en coproducción con ese país otra sincera obra acerca de la fuerza del deseo, “El imperio de la pasión”, en 1978, año en que volvió a participar en Cannes y obtuvo el premio al Mejor Director.
Oshima estudió Derecho en la universidad. Destacó por su activismo de izquierda y desarrolló su afición por la escritura y el teatro.
Nunca llegó a ejercer la abogacía. Una vez egresado, ingresó como aprendiz en la productora Shochiku, donde empezó con ‘cachuelos’, muchas veces como asistente de director. En pocos años rodó su primer largometraje, “Ciudad de Amor y Esperanza”, en 1959.
Luego rodó títulos como “Cruel historia de juventud” (1960), que le valió un premio a la dirección novel, y “Noche y niebla en Japón” (1960), una cinta cargada de contenido político que fue censurada por la productora. Así, Oshima abandonó Shochiku y creó su propio estudio, Sozosha, en 1960, proyecto que fracasó al cabo de dos años y se vio obligado a trabajar en televisión hasta 1964.
Pero volvió al cine para convertirse en el más revolucionario de los cineastas japoneses de la posguerra. Oshima rechazaba las tradiciones cinematográficas niponas de autores como Yasujiro Ozu o Akira Kurosawa, de patrones más clásicos de la escuela hollywoodense.
Influido más bien por Jean-Luc Godard y Luis Buñuel, su cine desbordaba una crítica profunda a la sociedad y política de su tiempo. Era dado a venerar menos lo tradicional, ser más analítico con el “milagro japonés” de la economía y las contradicciones sociales. A esa “nueva ola” se sumaron directores como Shoehi Imamura (“Los pornógrafos” y “La balada de Narayama”).
En esos años, de Oshima destacan las cintas “Los placeres de la carne” (1965), “Los Ninjas” (1967), “Diario de un ladrón de Shinjuku” (1968), “El muchacho” (1969) o “Murió después de la guerra” (1970).
Tras la polémica con “El imperio de los sentidos”, Oshima siguió filmando sus cintas con productoras extranjeras, como hizo con la también polémica “Max, amor mío” (1986), una extraña historia de amor entre una mujer y un chimpancé, con Charlotte Rampling, Anthony Higgins y Victoria Abril.
En 1996 sufrió un derrame cerebral en Londres, pero volvió a dirigir en 1999, con “Taboo”, que narraba las ambiguas y turbulentas relaciones de miembros de una milicia samurái, ambientada en 1865.
Es sabido -un consuelo no tan vano- que es mayor la relevancia de una obra cuando ha sido prohibida. Es común pensar que lo mejor que le puede pasar a un artista es ser censurado. Hoy sigue siendo poco probable conseguir “El imperio de los sentidos” en Japón. Oshima, siempre ácido, siempre pesimista, se ha ido como un Cid Campeador posmoderno, uno que es censurado hasta después de la muerte.