Publicidad

Ecuador, 19 de Enero de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Tres ataúdes blancos y la fe del hortelano

Tres ataúdes blancos (Editorial Anagrama S.A. Barcelona, 2010), de Antonio Ungar obtuvo, el mismo año de su publicación, el XXVIII Premio Herralde de Novela, adjudicado por un jurado integrado por Salvador Clotas, Marcos Giralt Torrente, Luis Magrinyá, Vicente Molina Foix y Jorge Herralde.

En la cuarta de forros del volumen, los editores califican al texto de thriller (película o novela de suspenso, policiaca o de terror, que provoca sensaciones fuertes, según el diccionario).

Antonio Ungar, nacido en Bogotá en 1974, escribe cuentos y novelas, crónicas y periodismo. Vive actualmente en Jaffa (Palestina/Israel), donde colabora en varios medios escritos.

Arquitecturada en bloques disímiles, que van desde un “antes de empezar” en el que los que serán personajes del relato son personas o, mejor, se los presenta como tales en una realidad concreta, y llega hasta lo que sucede después de la historia contada en el relato, con lo que se cierra la estructura, que es arbitraria o, como lo subrayan los editores, “una suerte de estructura vacía, un esqueleto en el que la novela crece, salvaje, impredecible, saliendo a borbotones de la voz del protagonista”.

Este entró en un acuerdo con el poder político de Miranda, un país latinoamericano imaginario para sustituir a un personaje gracias a su parecido físico, lo que trajo consecuencias y, como suele suceder en estos casos, la cuerda se arrancó por lo más delgado.

El personaje protagónico de esta historia -la parte más delgada del acuerdo, víctima propiciatoria- es el que paga el pato, y termina siendo perseguido por los beneficiarios del convenio, el gobierno de Miranda, la república latinoamericana, que persigue al que fue su instrumento hasta hacerlo huir del país.

Aquí aparece el último bloque en el que los perseguidos o unos allegados muy cercanos (hijos o nietos) van a dar a Alemania y padecen el exilio (ese “no estar del todo”) con lo que queda completo el ciclo.

Los exiliados se plantean el regreso porque, como dice uno de ellos (sensación que comparten): “Me voy (...) porque sí. Porque no puedo más y no quiero ver cómo empieza otro año en esta ciudad perfecta (se refiere a Bonn) en la que todo me es ajeno”.

Y vuelven, pero sin saber a qué. Pasan la frontera, que solo es una caseta. La sensación de no estar del todo subsiste, el desarraigo se mantiene, ¿hay que empezar de nuevo? ¿O se repetirá lo “sido”?

Novela de grata lectura, a pesar de lo atrevida, con lanza en ristre contra lo rutinario de una estructura y un lenguaje lineales y compactos, es un texto que nos obliga a pensar, a intercambiar, que no admite al lector hembra, con el perdón de las feministas.

Debo reconocer que como señalan sus editores, se trata de un texto que por su polifonía y aparente arbitrariedad se abre y admite diferentes lecturas. Por ejemplo: como una crítica a los políticos de América Latina; una reflexión sobre la identidad, la justicia y la fragilidad de lo real, y muchos otros focos de sentido.

Una excelente novela, sin duda, a la que hay que dejar que fluya sin preocuparnos de su arquitecturización atrevida.

Pasando ahora de coles a nabos, ahí les va la del estribo, que es balompédica (que feo se oye y menos mal que no huele).

Veamos, dijo el ciego y no vio ni madre.
Convocan a la selección ecuatoriana de fútbol. Nos damos cuenta entonces de que somos exportadores de futbolistas, los que juegan en Inglaterra (2), Holanda (1), URSS (1), Brasil (1), Argentina (1) y México (un chingo).

Todo lo enumerado no es pelo de rana. Para aceptar esto hay que tener fe. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver un pelo de rana con la fe?

Recapitulemos. Corra video. Tal vez este sea un flash back.Aparece la “caja tonta” (léase tv).
En la pantalla una señora explica qué es la fe. Dice: “tener fe es creer en algo que no se ve”.
Obviamente se refiere a Dios, que no se ve, pero existe. Creer en algo que no existe es locura.

Tal vez este sea el caso de un pelo de rana porque es algo que no se ve (nadie ha visto) pero ¿existe? La misma pregunta podría hacerse respecto a Dios, pero la fe hace que exista. ¿De qué serviría que un pelo de rana existiera?

Así se plantea la “fe” del hortelano, que ni cree ni deja creer.
Quizá sea suponer que el día menos pensado / podríamos ver una rana peluda (¿un sapo peludo?) / ¡Para!, grita alguien, "no empieces con tus patanerías. / Pasa el tiempo y finalmente un viejo lo repela: / "Tú, muchachillo cierra el pico for ever". / Una vaca se burla de un chivo por su barba puntiaguda. / "Tan jovencito y con barba", le dice. Él replica: / "Y tú, tan grandota con el trasero sucio". / El vejete insiste: "Cállate, mozalbete, los muchachos hablan cuando las gallinas mean".

Contenido externo patrocinado