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“Nunca dejaré de ser (un) alumno de Miguel Donoso”

“Nunca dejaré de ser (un) alumno de Miguel Donoso”
13 de julio de 2011 - 00:00

A Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 1931) le sobran discípulos. El escritor/maestro, que cumplirá este miércoles 80 años, dirige un taller literario desde la década del setenta. Al principio en México, luego en Quito y después en Guayaquil, de este espacio de formación han salido tantos narradores que Donoso ya ni los recuerda a todos.

Algunos se han perdido en los desdoblamientos de la realidad, otros han merecido un discreto reconocimiento y pocos, en cambio, han logrado ser conocidos y publicados en medio mundo. Este es el caso del mexicano Juan Villoro, premio Herralde de novela, colaborador asiduo de El País y, en general, uno de los autores contemporáneos más difundidos de México.

Villoro se unió a la disciplina de Donoso en el DF, cuando apenas tenía quince años. Ahora, ya cincuentón y con el peso que le da su calidad de intelectual, sigue reconociendo al ecuatoriano como su maestro y asegura que siempre lo hará. De aquella época como estudiante, a principios de los setenta, Villoro recuerda las largas pláticas que entablaba con Donoso mientras juntos se dirigían en bus a la Universidad Nacional Autónoma de México, donde la actividad se llevaba a cabo.

Se acuerda también del rigor en las correcciones que tenía Donoso, de sus comentarios, sus bromas y su filoso sarcasmo. Define la experiencia formativa como legendaria y está seguro de que nunca se graduará de aquel taller que lo marcó, y en el que aprendió que un maestro maneja la carta menos común en la literatura: la verdad. 

Usted formó parte del taller literario de Miguel Donoso en México. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

Entré a su taller a los 15 años. Yo era el más joven del grupo porque el taller sesionaba en la universidad. A pesar de mi edad, Miguel Donoso Pareja me tomó en serio. De hecho, fue la primera persona en tomarme en serio. Esto me marcó para siempre. Él me hizo sentir que yo podía ser un escritor, con todas las obligaciones que eso comporta.

Estuve cuatro años en su taller, me recomendó lecturas, me prestó libros, se ocupó de mí con una atención que no deja de asombrarme. Conservo esas sesiones en mi memoria como una experiencia legendaria. Oigo su voz, sus comentarios, sus bromas, sus sarcasmos. Nunca me graduaré de su taller ni dejaré de ser su alumno.

¿Cómo era el Miguel de ese entonces, era un maestro duro, quizás cascarrabias?

Era riguroso, que es distinto. Cuando le hicimos un homenaje, en uno de sus regresos a México, leímos ponencias bastante estrafalarias sobre nuestro idolatrado maestro y él comenzó su intervención diciendo: “Ya saben que me gusta corregir...”.

A continuación, hizo un taller de lo que habíamos dicho. Su generosidad tiene muchas formas de medirse. Por principio de cuentas, siempre buscó las mejores posibilidades para cada escritor. Un autor de cuentos de ciencia ficción recibía fecundos estímulos para su estética, lo mismo que un autor de cuentos eróticos o políticos. Miguel trataba de que cada uno de nosotros se desarrollara en sus propios términos.

Luego se dedicó a sembrar el país de talleres literarios. Fue a lugares en los que nadie había pasado por una experiencia similar y sacó escritores de abajo de las piedras. Lo acompañé a San Luis Potosí, a Aguascalientes, a Zacatecas y conocí a una cofradía de escritores, formada por él, que se mantiene unida hasta la fecha.

Acá Miguel es famoso por destruir textos de sus alumnos, en el sentido de que los inunda de correcciones. ¿Lo hacía también en México? ¿Lo hizo alguna vez con un escrito suyo?

Augusto Monterroso, que era muy simpático pero extraordinariamente severo en su taller, le decía a Miguel: “Tus alumnos te quieren demasiado”. En buena medida lo decía por mí, que pasé del taller de Miguel al de Tito. Mi idolatría por Donoso era absoluta. Admiraba su vida, las aventuras que había tenido, su conducta política, su gusto por el fútbol, su sabiduría cotidiana.

Trabajé en dos barcos mercantes para seguir su ejemplo. Nunca sentí que quisiera limitarme. Me sorprende el tiempo que me dedicó, la atención que prestaba a las muchas versiones de mis textos. Miguel no tenía coche y tomaba un camión durante una hora para llegar a la universidad. Supongo que le pagaban una miseria, pero no faltaba nunca, y los fines de semana se iba a otras ciudades, a seguir ayudando a escritores descarriados. Eso sí: nunca le oí decir una mentira. En ese sentido era duro. Manejaba la carta menos común en la literatura: la verdad.

¿Cuál fue el aporte más importante de Miguel en su formación como escritor?

Lo conocí a los 15 años, una época en que mi destino se podía torcer hacia cualquier parte. A veces pienso en lo que sería mi vocación en caso de no haberlo conocido o, peor aún, en caso de haber conocido a esa edad a un cretino de la literatura. Tal vez entonces me habría dedicado a la medicina, mi vocación trunca. Entre otras cosas, Miguel me enseñó a hablar de literatura sin cortapisas, con total independencia, algo no muy común en México. En una ocasión reseñé su novela “Día tras día”. Era una nota positiva pero le hice algunos reparos. Varios amigos se sorprendieron. Conocían la devoción que yo tenía por mi maestro y juzgaron que la nota tenía un par de comentarios atrevidos. “Es lo que él me ha enseñado”, les dije. Miguel agradeció la nota. El contacto con él también fue una escuela ética que espero no traicionar nunca.

Una crítica constante a los talleres literarios es que forman escritores con obras parecidas. ¿Cree usted que eso ha pasado con el taller de Miguel?

Sin conocer esta pregunta, adelanté antes la respuesta. Es cierto que a veces los talleres crean una estética grupal. En el caso de Miguel, me consta que él no la fomentaba. En ocasiones, esto dependía más de los alumnos, que tenían vivencias y lecturas muy parecidas.

¿Qué otras personas recuerda que formaron parte del taller de Miguel en México?

Luis Felipe Rodríguez escribía magníficos cuentos de ciencia ficción. Luego se dedicó a la astronomía, es Premio Nacional de Ciencias, uno de los científicos más importantes del país. Carlos Chimal, escritor de novelas a lo William S. Burroughs, que también es un notable divulgador científico. Jaime Avilés, uno de los mejores periodistas de México, que trabaja en La Jornada. Guillermo Samperio, cuentista de fuste, ganador del premio Casa de las Américas. David Ojeda, cuentista y novelista de San Luis Potosí. Mario Santiago Papasquiaro (Ulises Lima en “Los detectives salvajes”), poeta beat, autor de “Jeta de Santo”. José de Jesús Sampedro, poeta y director de la revista “Dosfilos”, que se edita en Zacatecas. La nómina es interminable.

¿Entre la intelectualidad mexicana, cómo es recibida la figura de Miguel Donoso Pareja?

Sus alumnos lo veneramos a niveles míticos. Por desgracia, no hay una historiografía seria de la cultura mexicana y su impronta no tiene el testimonio que merece.

Considerando que Miguel leerá esta entrevista, ¿qué le diría si pudiera volver a verlo?

“Es mucho lo que te debo, es más lo que me queda por pagarte”.

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