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Ecuador-México: contactos marítimos prehispánicos

Ecuador-México: contactos marítimos prehispánicos
05 de agosto de 2012 - 00:00

Carlos Núñez Calderón de la Barca –hidrocálido por nacimiento y ecuatoriano honorífico- en su libro Los caminos que andan/ Contactos marítimos prehispánicos entre Ecuador y México  (Publicaciones del Proyecto de Rescate Editorial de la Biblioteca de la Ilustre Municipalidad de Guayaquil, sin fecha)  dice, con su natural sencillez y generosidad: “Tengo el privilegio de vivir en el Ecuador, habiendo nacido y crecido en México (en medio del desierto, pues soy de Torreón, Coahuila, y crecí en Aguascalientes, Ags, a más de 300 kilómetros del Pacífico o del Golfo, y luego de bucear en los dos lados del Pacífico que nos separa y nos une, tengo amigos y maestros en los dos países, como el Prof. Román Piña Chan, en México, o el Prof. Carlos Cevallos Menéndez, Olaf Hom, el Prof. Huerta Rendón y Don Julio Viteri Gamboa, con los que recorrimos y trabajamos lugares comunes y sagrados, testimonios del paso del hombre por la ancha tierra, y diríamos ahora, por el ancho mar”.

Con igual generosidad, en otra sección de su libro, subraya que los aborígenes  “(…) en el Ecuador, durante milenios brillaron con luz propia”, más “la navegación” en “aquellas balsas que llevaron y trajeron alimentos, técnicas, objetos, costumbres y hasta mitos entre lugares remotos. Todo esto siglos antes de las dos conquistas: la incaica y la española, apenas a 50 años de distancia una de la otra”.

En el primer capítulo, Carlos Núñez desarrolla el tema de las corrientes marinas, “los caminos que andan” en virtud de los cuales los navegantes mantense-huancavilcas llegaron a las costas occidentales de México, donde dejaron su huella.

Estos caminos, cabe subrayarlo, son las corrientes omnipresentes en todos los mares del mundo, descritos por Olaf Holm, arqueólogo danés radicado desde muy joven en el Ecuador, fueron los que propiciaron los viajes desde el  antiguo Ecuador a las costas mexicanas, los primeros seguramente accidentales y los posteriores periódicos y calculados.

Los antiguos balseros descubrieron muy tempranamente el “torna viaje” y los secretos del ir y venir por esas aguas, lo que permitió que aquello que en ese tiempo era un largo y complicado viaje fuese un desplazamiento normal.  

El libro de Carlos Núñez Calderón de la Barca contiene tal abundancia de información, de profundas indagaciones y comentarios sobre los diferentes acercamientos prehispánicos de Ecuador y México a través de los navegantes primitivos de la cuenca del Guayas, observaciones lingüísticas, referencias de objetos y cerámica, metalurgia, alimentos, representaciones monetarias, mitos, etcétera, que se torna imposible describirlo en sus diferentes ítems. En pocas palabras, es un libro que hay que leer. Y eso es lo que recomiendo en esta nota, no solo por la dificultad de su descripción sino, sobre todo, por lo que su autor nos enseña sobre nosotros mismos.

De los doce capítulos que conforman el volumen, todos concatenados, considero que son especialmente significativos el IV (“La cerámica más antigua de América y algunos caminos que andan”); el V (“La vira-vuelta o el torna-viaje”); el VI (“Una leyenda que camina: Quetzalcóatl”); el X (“El lienzo de jucutacato, tapiz de 500 años¨); y el XII (“Bondades marineras de las balsas y otros intercambios”).

Lo señalado hasta aquí es suficiente para entender la importancia de este trabajo de Carlos Núñez Calderón de la Barca, arqueólogo e investigador mexicano que tenemos la suerte de que viva en el Ecuador, lejos de su Torreón y la Feria de San Marcos de Aguascalientes, por donde yo anduve  en mis  dieciocho años de México, de donde en gran porcentaje soy y nunca dejo de agradecer lo mucho que aprendí durante la generosa acogida que me dieron.  
Y basta.

No va más, dijo el gurrupié    (¿croupier? ) dando paso a nuestra sección deportiva, en este casi olímpica: Honduras eliminó a España en fútbol  (1-0) y los púgiles ecuatorianos madrearon a sus rivales, pero los jueces solo vieron ganar a uno. Y así por el estilo, con olímpicas injusticias. Digo yo, y no es un decir, como decía el poeta “porque nunca a Ambato llegará la mala suerte”,  y cataplún, el  terremoto.  Y  “Si España cae, digo es un decir”, y España  cayó.

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