Mientras recorría la Sala de proyectos del Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera -instalada hasta el mes pasado en dos pabellones del antiguo Hospital Militar- Patricio Feijóo explicaba que se trata de la primera edición que incluye las nuevas pedagogías del arte a través de tres propuestas interculturales: Alejandro Cevallos y María Elena Tasiguano trabajaron en San Roque (Quito); Kuyllur Scola en San Clemente (Ibarra) y Rafaela Palacios en Pastaza y Cañar.

La primera muestra de la decena de becarios fue un adelanto de las exposiciones que tendrá el Centro de Arte Contemporáneo este año.

¿Qué distingue a esta edición del Mariano Aguilera?

Antes el porcentaje más grande de proyectos seleccionados era para creación, que ahora tiene el 40% (4 ganadores). El resto es de pedagogía (4), investigación (1) y publicación (1). Esto ha conllevado a que varíe la conformación de los comités (del premio), que se llaman curatoriales y editoriales en la ordenanza [metropolitana N° 0224], y se extendieron a lo educativo.

Además, el acompañamiento sobre los productos de los nuevos Marianos lo realiza un comité de expertos.

¿Se trabajará con resultados más allá de las exposiciones?

Este proceso debe terminar en una consecución exitosa de los objetivos de los becados. “Kipiku de saberes musicales del pueblo Kichwa Karanki” quiere recuperar la memoria y una lengua, por tanto el plazo de siete meses culminará con eso, no solo con una muestra final, que es un evento valioso, decidor pero ya no es el único fin.

Hay una continuidad de los becarios en sus propuestas, han trabajado temas o géneros que ya exploraron antes...

No vamos a saberlo hasta la exposición final y de lo que se trata es de que haya una evolución. Que sus intereses vayan en la misma vía o tema se explica por una necesidad de especializar la mirada.

En el caso de Francoise Laso, por ejemplo, investiga sobre imágenes [de  Aztra, ingenio en el que ocurrieron varios crímenes contra obreros el 18 de octubre de 1977, para el proyecto “Un martes cualquiera”], pero el giro es que, ahora, lo hace desde lo contemporáneo, con sonoridades y performance.

Frente al siglo de vigencia del Mariano Aguilera, ¿se ha profundizado el trabajo con cada artista contemporáneo?

Cada ganador y proyecto tiene su tutor, especialista que va guiando y de su trabajo conjunto dependen los resultados. Hacemos una recopilación de las actas de reuniones y el registro de sus actividades, pero no podría decir si es más profundo que antes; se ha especializado, sí, porque necesitábamos expertos que den luces sobre temas como la interculturalidad [NdR. trabajada en los proyectos “Un jardín propio” y “Mujeres bordando” además de “Kipiku...”].

El corte del proyecto de publicación es una suerte de croquis de Al Zur-ich, un mapa...

Pablo Almeida trabajó sobre el archivo de ese colectivo con fines editoriales. Ellos se tomaron muy literalmente el requerimiento de un “avance” e hicieron una cronología del proceso: el anuncio de los ganadores que los incluyó e incluyeron las pruebas de color del libro que publicarán.

A fines del año pasado hubo una exposición sobre el colectivo Al Zur-ich y, la idea, era no replicar sus contenidos. Si bien la beca ayuda en una parte, buscaron otro tipo de auspicios y eso está reflejado en el corte.

Paola de la Vega y Pablo Ayala reseñan la historia de todos estos colectivos...

Esto va más allá de la ordenanza, que dispone que su metodología se aplique en una mesa redonda. Lo que hicimos fue que exista el espacio en la sala para que hagan un maping y videos sobre su investigación y que la mesa esté allí. (I)