Pasar a la historia, según Carlos Calderón Chico
Entre la transición de la noche que se vuelve madrugada, Carlos Calderón Chico, historiador, escritor y periodista guayaquileño, murió el jueves a los 69 años, a causa de un paro respiratorio luego de un coma diabético que le llevó al Hospital Abel Gilbert Pontón, donde el domingo ocupó una cama de la que no se volvió a levantar.
Nacido el 14 de junio de 1953, Calderón Chico -al que el autor de “Entre Marx y una mujer desnuda”, el ya desaparecido Jorge Enrique Adoum, llegó a llamar Calderón ‘grande’- era un personaje vigente de la cultura guayaquileña.
Fue profesor secundario en varios colegios de Guayaquil y posteriormente de universidades como la Católica, UEES o el ITAE, donde tenía a cargo siempre una materia que dominaba: historia.
Es que era un erudito de la historia, amparado en su desmesurada colección de libros, que ocupaban en conjunto dimensiones que hicieron -también- historia en el imaginario cultural de la ciudad, en tiempos en que su antigua casa, en el centro de Guayaquil, estaba, por decirlo de alguna manera, tapizada por más de 23.000 títulos.
Su biblioteca, su casa, a menudo era consultada por escritores e historiadores de dentro y fuera del país, como Rodolfo Pérez Pimentel, Efrén Avilés Pino, Miguel Donoso Pareja, Alicia Yánez Cossío, Esteban y Xavier Michelena o el académico estadounidense Michael Handelsman, que escribió el ensayo “Leyendo la globalización desde la mitad del mundo. Identidad y resistencias en el Ecuador”.
Fuera de ser el poseedor de aquella fuente bibliográfica, ese dominio de la historia tiene que ver también con su profesión de periodista, desde donde compuso relatos a partir del ejercicio de esa profesión.
Sus entrevistas -extensas y múltiples- con personalidades del país, crecieron hasta convertirse en tomos completos.
Son publicaciones que constituyen un acto de reafirmación de ese afán historiador de un sujeto que prefería no editar las entrevistas, porque le gustaba apegarse al ‘así fue’.
Algunos de sus títulos son: “Jorge Enrique Adoum: Entrevista en Dos Tiempos” (1988), “3 Maestros se Cuentan a sí Mismos: Angel F. Rojas, Leopoldo Benites Vinueza y Adalberto Ortiz (1991), “Luis Chiriboga Parra... Tal Como Es” (2002), y “Homenaje a Jorge Carrera Andrade” (2002).
También compiló antologías como “40 Cuentos ecuatorianos. Narrativa guayaquileña de fin de siglo” (1997), “Medardo Ángel Silva: Crónicas y otros escritos (1999), o “El libro ecuatoriano en el umbral de un nuevo siglo” (2000).
Pero su obra cumbre -él lo dijo en alguna ocasión- fue “No me importa el juicio de la Historia”, un libro publicado en 2002, donde se recoge una serie de entrevistas que abarcan a gran escala la vida y pensamientos del ex presidente Carlos Julio Arosemena Monroy, en la misma clave de conversación que usara Plinio Apuleyo Mendoza con Gabriel García Márquez en “El olor de la guayaba”, de 1982.
De Arosemena, amigo suyo, dueño de otra gran biblioteca y conocido por la denominación acaso gazmoña de “presidente de los vicios masculinos”, Calderón Chico decía que había sido “el último político honesto del país. Un demócrata, erudito, brillante y duro que, por unos tragos más o menos, la historia no puede juzgar".
Calderón Chico se había interesado por especializarse en ese género de las entrevistas desde que iniciara, en 1974, con una serie de conversaciones con el escritor argentino Manuel Gudiño Keffner y el chileno Fernando Alegría, durante el IV Congreso de la Nueva Narrativa Hispanoamericana en Cali, donde coincidió con el escritor Jorge Velasco Mackenzie.
A ese encuentro había sido invitado luego de que empezara a antologar a autores ecuatorianos, que de sus labores fue la más cercana a la literatura: A pesar de su fuerte apego por la lectura -en la que se inició a los 11 años con “La Ilíada” y “La Odisea”- nunca fue un escritor de ficción.
En la Casa de la Cultura del Guayas, institución de la que fue miembro hasta el final, publicó la antología “Nuevos cuentistas del Ecuador” en 1975, junto a Hugo Salazar Tamariz.
Más adelante, desde mediados de la década de los 70, otras fueron las voces con las que se enfrentó -porque para él además de una conversación, la entrevista era “un enfrentamiento entre dos personas”-. Empezaba en ese tiempo a decantarse por conseguir a quienes fueran capaces de hablar al mismo tiempo de política y literatura. Pedro Jorge Vera y Pedro Saad Herrería fueron de los primeros.
Hubo un tiempo, en la década de los 80, en que Calderón Chico trabajaba en la misma sección de Cultura en que en este momento se escriben estas líneas.
En El Telégrafo publicó las entrevistas “Preguntas a un Fabulador: Jorge Velasco Mackenzie” y “En torno a ‘Entre Marx y una mujer desnuda’”, una entrevista con Jorge Enrique Adoum.
Mientras lo despiden en el Parque de la Paz, su familia, hasta el cierre de esta edición, no ha terminado de decidir si el sepelio se llevará a cabo hoy al medio día, como estaba previsto. “Amigos de todo el país nos han pedido que las velaciones duraran un día más”, ha dicho su viuda, Shirley Díaz.
Un día más para alcanzar a despedirse, un pedazo de transición del tiempo, como el momento en que murió Calderón Chico, durante ese juego de la medianoche en que el meridiano se cambia del Antes al Pasado para decir que ya es otro día, como ocurre con las vidas, que pasan a la historia.