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Entrevista / Sabrina Duque / Periodista y Traductora

"Para el periodismo, la peor censura es la autocensura"

"Para el periodismo, la peor censura es la autocensura"
Cortesía Mary Frances King
05 de enero de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

El año pasado, Sabrina Duque (Guayaquil, 1979) llegó a ser la primera mujer ecuatoriana finalista del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo por un perfil que le hizo a Vasco Pimentel, el director de sonido que inspiró Lisbon Story —la película del cineasta Wim Wenders—. Pero retratar a este personaje no fue elección suya, sino “un regalo” del editor de la revista peruana Etiqueta Negra, Julio Villanueva Chang, quien le encomendó escribir el perfil a Sabrina, mientras ella vivía en Lisboa, ciudad en la que había escrito sobre el poeta Fernando Pessoa y el jugador de fútbol Cristiano Ronaldo, antes de mudarse a la capital de Brasil.

Durante tu última visita a Quito, conmoviste a un auditorio al decir que una de las primeras lectoras de tus trabajos es tu madre... ¿Crees que los periodistas se alejan de sus lectores con frecuencia, al escribir, en su cotidianidad?

Mi mamá me enseñó a leer, y no hablo solo de enseñarme letras y sílabas, hablo de su ejemplo. Escribo para ella, que es una lectora muy exigente, que no se conforma. A veces escribo preguntándome si estaré a su altura. Sí, creo que los periodistas se alejan de sus lectores creando barreras con el lenguaje. Usan sinónimos casi desconocidos, adoptan el lenguaje de las fuentes, escriben enredado para parecer intelectuales. Un ejemplo que siempre me ha molestado: ¿Por qué dicen burgomaestre si pueden decir alcalde o llamarlo por el apellido?

Más allá de unos casos aislados, no hay un representante ecuatoriano del periodismo de largo aliento que haya sido antologado fuera del país, ¿a qué crees que se deba esto?

Creo que se debe a que los ecuatorianos desembarcamos en Gatopardo (Santiago Rosero y María Fernanda Ampuero) y Etiqueta Negra, más o menos cuando las últimas antologías publicadas sobre narrativa ya estaban en imprenta. Hay que publicar afuera para ser notados. Y hasta entonces no lo éramos.

Hay una idea recurrente en el periodismo nacional: que la rigidez en las redacciones ‘forma’ a los periodistas. Es algo que he escuchado con frecuencia de colegas que han pasado por varios periódicos, ¿estás de acuerdo?, ¿eras tú una editora implacable en El Comercio?

Yo no creo en el maltrato. Una de las mejores editoras que ha tenido este país, Milagros Aguirre, quien fue mi editora en la sección Cultura de El Comercio, era una maestra que no alzaba la voz. No creo haber sido una editora implacable, yo aspiraba a ser una buena profesora de escritura para la gente que trabajaba conmigo.

La revista dominical Siete Días, que editabas, desapareció; ¿crees que se suplió esa ausencia o dejó vacío cierto enfoque, un espacio?

Es una pena que se haya perdido Siete Días, pero la prueba de que hay y había un nicho para estas publicaciones es que surgieron nuevos espacios, en otros lugares. Mira el caso de Matavilela y La Barra Espaciadora. Están en internet, para que todos las podamos leer. También tengo buenas referencias de Cartón Piedra. Son pruebas de que Ecuador tiene un público inteligente, que busca publicaciones que no menosprecien la capacidad del lector.

En Ecuador prima un ambiente en que los periodistas se quejan de una supuesta censura que les impide trabajar, ¿crees que esa es una dificultad verdadera para dejar de ejercer el oficio? Además de que tampoco hay trabajos destacados en cuanto a investigación o uno que llegue a ser un referente.

La peor censura es la autocensura. Y cuando el ambiente es muy judicializado se hace muy difícil hacer investigación en esas condiciones. Claro que siempre está la opción de publicar en el extranjero las investigaciones que no pueden llegar a imprenta en el país por la nueva legislación. Ahora, no olvidemos los premios de periodismo de investigación que en los años noventa y a inicios de este siglo ganaron varios equipos de periodistas ecuatorianos. Un equipo liderado por Arturo Torres ganó, en 2003, el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación, por ejemplo.

En algunos ámbitos, más allá del periodístico, hay la idea de que viajar se convierte en una necesidad para el desarrollo de una carrera. ¿Qué descubriste al llegar a Lisboa y, ahora, a Brasilia?

Viajar es necesario, tienes que enfrentarte al otro. Cuando llegué a Lisboa recuperé la sorpresa en la mirada. Desde que me instalé en Portugal terminé de convencerme de que me gusta ser extranjera. Es mi estado ideal: el de los ojos más abiertos, el de las preguntas en la punta de la lengua, el de la ignorancia: no temer preguntar para aclarar lo que no se entiende. Hoy soy extranjera hasta cuando vuelvo a Ecuador. Es muy revelador. Además, sería arrogante pensar que los lugares donde viví permanecen igual que en mis recuerdos.

¿Es posible vivir solamente de la crónica?

Creo que no es imposible vivir de la crónica, hay quienes lo hacen, pero son las grandes firmas de la no ficción. Yo espero llegar allá. La traducción —que también ejerce— no paga mucho, pero los proyectos en los que estoy involucrada me entusiasman sobremanera. Estuve traduciendo una novela de Júlia Lopes de Almeida, la gran escritora carioca del siglo XIX, contemporánea de Machado de Asís, quien en vida fue muy popular entre los lectores brasileños y portugueses, a pesar de, o quizás por, ser republicana y feminista. También soy la traductora de Etiqueta Negra. Lo que sí paga bien es la interpretación simultánea, a lo que también me dedico. Una semana al mes de interpretación me da la tranquilidad para dedicarme a escribir y traducir.

Sobre el oficio de traductora, ¿qué has aprendido sobre la lengua en medio de esa actividad?

La traducción te abre los ojos a tu idioma, a los sistemas del lenguaje, y te da elementos para innovar dentro de tu propia tradición lingüística. A veces, buscando el significado de una palabra desconocida, descubres que existe otra muy similar en tu lengua, que has estado pasando por alto.

Tienes dos novelas inéditas, ¿qué cuentas allí, tiene mucho que ver el hecho de que hayas migrado con la historia de los personajes que estás construyendo?

Para nada. Una es la historia de un periodista que, 20 años después de haberla hecho, escribe la verdad sobre una cobertura que nunca fue bien contada. Ahí eché el cuento de cómo funciona una redacción, que es lo que viví por más de una década, y también el valor de volver a investigar lo que no quedó claro. La otra tiene que ver con mi historia familiar: soy hija de un exiliado, y quien pierde su tierra de forma tan abrupta tiende a recrearla en su cabeza e intentar crear una burbuja en su familia hasta que llegue el día de ‘volver’. Es lo que me pasó a mí y le pasa a el protagonista de esa novela. Llega el día que decides que eres de donde quieres y no de donde tu papá quiere que seas. Y eso genera fricciones, decepciones. Son los dolores del crecimiento. (I)

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