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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La obra de Medardo Ángel Silva no ha terminado de antologarse

La obra de Medardo Ángel Silva no ha terminado de antologarse
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La trágica muerte del poeta Medardo Ángel Silva.- El inspirado vate, en momentos de ofuscación y de locura, se quita la vida, con un tiro de revólver, en la casa de su propia novia, la señorita Rosa Amada Villegas”.

El 11 de junio de 1919, EL TELÉGRAFO anunció en sus hojas el suicidio de uno de sus colaboradores. Este año se cumple un siglo de aquel episodio de uno de los poetas más importantes de Guayaquil y el país. ¿Cómo se lo recuerda en su ciudad?

El pasado viernes 11 de enero, la carrera de Literatura de la Universidad Católica de Guayaquil (UCSG) organizó un conversatorio entre Cecilia Ansaldo y Fernando Balseca, en La Bota. El 22 de enero habrá un nuevo conversatorio sobre el poeta entre Solange Rodríguez y María Fernanda Ampuero, y el 10 de junio, el día de su muerte, se proyectará una película sobre el autor.

Aún no hay una agenda oficial para celebrar al popular escritor que es mayormente conocido por la interpretación que hizo Julio Jaramillo de El alma en los labios; o Gerardo Guevara, con Se va con algo mío.

Silva publicó su primer poema “Paisaje de leyenda”, en una revista llamada Juan Montalvo, a los 14 años. Un año más tarde, aparecieron en EL TELÉGRAFO sus primeros poemas con la firma de Jean D’Agreve y Óscar René.

Su primer cuento, “Primavera espiritual” lo publicó a los 19 años, en la revista Ilustración #3. A los 20 escribió el poemario El árbol del bien y del mal. De aquellos versos hubo quienes dijeron que él anticipaba su suicidio, como con “Pasa una mujer”, que representaba a la mujer inalcanzable.

A las 20:00 del 10 de junio de 1919 fue a visitar a su pretendida, Rosa Amada Villegas. Habló con ella y le dijo que volvería más tarde. Luego fue a casa de su madre y regresó antes de las 22:00 donde Rosa Amada. Le pidió a su posible suegra que los dejara solos para decirle unas palabras. Cuando la madre dejó la sala escuchó un estallido. El cuerpo de Medardo Ángel Silva estaba en el piso.

¿Su suicidio influyó en la difusión de la obra? Para Elsa Cortés, promotora de la carrera de Literatura de la UCSG, Medardo era reconocido en su época debido a su trabajo en EL TELÉGRAFO.

Su suicidio es un factor que terminó de convertir su vida en leyenda: huérfano, de clase social modesta, mulato y niño poeta (debido a la temprana edad en que empezó a escribir).

“Lo que le da mayor difusión a su poesía no es su suicidio, sino la facilidad con que su obra se sincroniza con los sentimientos. Es su vida y su escritura lo que encantan, lo adaptan constantemente a otros formatos de difusión más masiva: pasillos, jazz, rock, audiovisuales, cómic, libros, obras de teatro”.

Para el escritor y editorialista Fernando Balseca, en los poetas, especialmente, vida y obra escrita están muy enlazadas. “El suicidio de Silva fue una noticia que creó un marco de interpretación de su poesía. Siempre llamaron la atención los signos fúnebres y de autoeliminación física presentes en su obra. Pero su arte debe ser comprendido más allá de ese trágico acontecimiento. Silva, no sabemos muy bien por qué se mató, pero su obra, en verso y en prosa, sigue viva”.

Medardo Ángel Silva tiene algunos monumentos en la ciudad, pero su poesía aún no ha sido editada en su totalidad. Se ha reescrito su muerte y se han hecho películas y elucubraciones sobre ella alrededor de su trabajo, pero a 100 años de su muerte vale preguntarse qué significa este poeta modernista para el puerto en  el que nació.

“La verdad no sé qué signifiquen para Guayaquil los cien años de la muerte de Silva. Hasta donde entiendo, no hay ningún programa institucional grande, colectivo, oficial y sobrio (no manipulado por el poder) que conmemore el próximo 10 de junio ese suceso”, dice Balseca.

“En el fondo -cree-, para los dirigentes de la ciudad, Silva significa poco, pues no hay una sola edición correcta en la que podamos leer la poesía, la prosa y los estudios críticos sobre él. Aún hay textos suyos que aparecieron en EL TELÉGRAFO y que no han sido recogidos en libros”.

Agrega que el Silva completo y bien editado nos es aún esquivo. “Es una pena, porque Silva fue una figura intelectual guayaquileña que, a pesar de su juventud, posibilitó nuevas comprensiones de lo que es vivir en una ciudad con pretensiones de modernidad”.

Elsa Cortés piensa que, para la ciudad, sería bueno preguntarnos qué tanto hemos cambiado, pensando en la obra de Silva. “Las crónicas de Medardo nos muestran una ciudad dividida, doliente, donde chocan  conservadores y libertinos, donde las clases sociales están marcadas a rajatabla”. Ese es el panorama en el que Silva se sintió minimizado.

Cortés piensa que su poesía tiene una producción copiosa que gusta por su sentimentalismo y que muestra dominio del lenguaje e ingenio. “Aunque hay partes de su producción que giran en torno a las temáticas modernistas y se sienten  desactualizadas, hay otras que siguen deliciosamente vigentes y valdría la pena que se lo explore como escritor, no solo como poeta”.

Fernando Balseca, uno de los escritores que se ha dado el trabajo de antologar al autor de El alma en los labios, piensa que hoy en día el trabajo de Medardo puede ser releído con frescura.

“Toda poesía de antes, al ser releída hoy, se actualiza, se vuelve significativa. Cada lector escogerá para su emoción al Silva romántico, al Silva desafiante por su juventud, al Silva que pintó en versos la urbe...”, dice Balseca.

Agrega que los clásicos (como Medardo Ángel Silva) no son resultado de una imposición hegemónica institucional; piensa que “son clásicos y están en el canon porque produjeron poderosas obras de ruptura en su momento, porque consiguieron resignificar el arte en su época, porque rompieron con lo establecido. Por eso Silva es un poeta actual”. (I)

En las páginas de EL TELÉGRAFO, el 11 de junio de 1919, se hizo un despliegue de la muerte del autor de El alma en los labios.En las páginas de EL TELÉGRAFO, el 11 de junio de 1919, se hizo un despliegue de la muerte del autor de El alma en los labios. Foto: Archivo / El Telégrafo

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