Publicidad

Ecuador, 08 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

La novela del docente e investigador argentino trabaja sobre la transición entre los 70 y 80

Maximiliano Molocznik muestra el pasado para proyectarse al futuro

Maximiliano Molocznik muestra el pasado para proyectarse al futuro
03 de enero de 2015 - 00:00 - Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

Buenos Aires.-

Resulta un tanto inquietante sentarse a redactar la crítica de un libro sin perder de vista los detalles centrales de su argumento, más si se trata de la novela de un amigo (como es en este caso) en el cual se corre el riesgo de quedar atrapado en los esteros de la subjetividad. De una subjetividad afectiva que a priori nos dice que conociendo el pensamiento y la pluma del autor, la novela sin duda es una pieza digna de ser leída y elogiada con solo leer el título. Pero como crítico en ciernes tengo que ser lo más objetivo posible y recomendarme a la rigurosidad de la lectura, intentando en estas breves líneas sintetizar la tesis de la novela.

La novela a la que hacemos alusión es Los que vinimos después. Crónicas de un ochentista, publicada este año en Argentina por el escritor e historiador Maximiliano Molocznik bajo el sello de la editorial Imprex. Es una crónica que relata la odisea de un personaje llamado Lorenzo que surca su vida entre 2 grandes porciones de tiempo que marcan a fuego su rumbo como hombre comprometido con la realidad de su país.

En 60 páginas la novela pone en perspectiva a Lorenzo, un sujeto que transita entre 2 momentos cardinales del tiempo, como un náufrago que intenta mantener la barcaza a flote de las tempestades de la historia. La turbulenta década del setenta (época en la que él nace), que como un huracán arrasó con toda una generación que se disponía a tomar el poder y subvertir el orden en todas sus formas. Se proponía cambiar los destinos de la historia latinoamericana, ni más ni menos. Un huracán que se llevó todo por delante. Los sueños, las esperanzas, la vida. Y quedaron las ruinas de esa generación que poco a poco comenzaba a reconstruirse, a ponerse nuevamente de pie.

Ahí aparece Lorenzo. Este personaje que nace al calor de los trágicos ‘años de plomo’ y que empieza a tomar conciencia crítica de lo que es, de dónde viene y de lo que tiene que hacer (rememorando aquella pregunta que Lenin se hizo en 1902) en esa época intermedia que es la década de los ochenta, llamada también ‘transición a la democracia’. Un tiempo necesario, urgido para miles de personas que eran perseguidas por las dictaduras militares y el terrorismo de Estado en el cono sur. Enmudecido en algunos momentos por la duda, encuentra las respuestas en la memoria semántica del pasado, no como un cáliz de melancolía y rabia, sino como un instrumento pedagógico para eyectarse al futuro ya en su papel de docente formado en los años noventa al que llama ‘la segunda década infame’ y de la que resiste con una voluntad inquebrantable. Un futuro que no tarda en llegar y hacerse carne en la Generación del Bicentenario de la que es partícipe activo.

Escrito en primera persona y con una prosa barroca enunciada por la voz de Lorenzo, la novela nos muestra una imagen extraordinaria que va desde el amor y la política, hasta la militancia y el mundo intelectual a través de los ojos de su protagonista. Un lenguaje filosófico y político que la hace a mi juicio, una de las mejores novelas de 2014.

Sin más, es cuestión de adentrarse al universo de sus páginas para darnos cuenta que todos tenemos —desde nuestros lugares— un poco de Lorenzo.

*Ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos Felipe Varela, de Argentina.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Ahí están -como si el Che fuera un rockstar-, boinas, camisetas, botones y jarros, a disposición de los amantes de la cultura pop.

Social media