Martín Varea presenta 'Sala de espera', su segunda obra teatral
Sala de espera, la segunda obra de teatro escrita y dirigida por Martín Varea, cuenta la historia de cuatro personajes cuyas identidades se confunden entre servidores públicos, futbolistas y personas naturales, que, mientras esperan algo que no sabemos qué es, pero que intuimos inútil (quizá un oficio, un papel, un turno) reflexionan sobre el sentido de la vida en la frivolidad de la modernidad.
Ya en Versión Pirata, la primera obra escrita, dirigida y actuada por Martín Varea, se podían ver los elementos que en Sala de espera se repiten: la influencia del teatro absurdo, en especial de autores como Mrozec o Ionesco, los guiños al fútbol.
Además la crítica a una concepción de identidad basada en un nacionalismo absurdo (tan absurdo como una camiseta del equipo); la mirada cuestionadora a la Revolución Ciudadana o la supuesta izquierda del siglo XXI.
En la pieza destaca el metalenguaje, que es muy propio del teatro moderno, en el que los actores delatan los engranajes de la representación.
También la incorporación de la obra plástica de Miguel Varea y Dayuma Guayasamín (padres de Martín) dentro del discurso dramático, porque más allá de cumplir una función decorativa, los elementos característicos del universo estético de Miguel Varea (las letras dibujadas, los textos/poemas que son parte de los dibujos) se traducen al libreto de Sala de espera.
En cuanto a Dayuma Guayasamín, los insectos que ha pintado sobre las sillas de los actores recuerdan al mundo de Gregorio Samsa, aquel desafortunado personaje kafkiano que amaneció convertido en escarabajo.
Como en la literatura de Kafka, en la Sala de espera no se sabe muy bien cuál es la ley, quién la ejerce y, sobre todo, qué lleva al condenado a aceptar su castigo. Las rejas de la jaula son invisibles.
Impávidos ante cubículos llenos de oficios, ante un discurso político hipócrita y deprimente que parece tejer las redes transparentes de una celda, ellos intentan resistir, aunque sea durmiendo.
Sala de espera podría calificarse como una diatriba a la vulgaridad. Sus personajes recuerdan a Ignatius Reilly, a Don Quijote y Sancho Panza, y a Bartleby. (I)