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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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Reside en alemania desde 1966

Maiguashca, la evolución musical del pasado

Mesías Maiguashca habló de su trabajo, donde no existe la partitura como elemento de aporte musical, en dos conferencias. Miguel Castro / El Telégrafo
Mesías Maiguashca habló de su trabajo, donde no existe la partitura como elemento de aporte musical, en dos conferencias. Miguel Castro / El Telégrafo
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Mesías Maiguashca (Quito, 1938) cree que el folclor es un útero que aprisiona. Aunque en su búsqueda musical integre elementos tradicionales de la cultura andina ecuatoriana él no hace folclor. Se liberó en ‘la fuga’, cuando como otros autores de su generación inició un recorrido por la academia desde fuera.

Pasó por la Eastman School of Music, en Estados Unidos; se aproximó a la innovación en el Centro de Altos Estudios Musicales del Instituto Di tella, en Buenos Aires y finalmente estuvo en la Hochschule für Musik, en Alemania. Salió del país “con la necesidad propia de apertura intelectual”. En Alemania, Maiguashca encontró un espacio y se quedó.

Desde la diáspora observa al Ecuador, compone para él, se aventura en la búsqueda de sus raíces y se define como un hombre ‘de la montaña’. Su música materializa al individuo de su región, lo explora, lo distancia de su normativa para extenderlo en otra acústica. Su trabajo musical podría encasillarse en la larga lista de lo experimental contemporáneo. Es una música difícil.

Maiguashca se dedica a la pedagogía y a la creación musical. Ha ganado reconocimiento en su ámbito, desde el exterior. No quiere que lo llamen maestro. Se rehúsa a iniciar una conversación sin dejarlo claro. “Quiero ser siempre aprendiz, porque solo el aprendiz está en la posibilidad de asumir otros conocimientos, otras participaciones. Quiero participar de lo que hago con un público. Empiezo a sentir la necesidad del espejo”, dijo Maiguashca replicando a cada estudiante interesado sobre su trabajo cada vez que lo llamaban ‘maestro’.

Con la necesidad de verse al espejo, llegó hace dos semanas a Guayaquil para dar un seminario y conferencias ‘de lo Hi a lo Tec’ y ‘En la búsqueda de una estética musical andina’. “Qué gusto descubrir a Guayaquil como parte de mi patria”, firmó el compositor en la pared de la Universidad de las Artes que se reserva el autógrafo de los visitantes. Su estadía cerró con un concierto acusmático en el Museo de Arte Antropológico y Contemporáneo. El lugar estaba repleto de gente, recostada en el escenario, y sentada desde la formalidad de los asientos.

Era la primera vez que Maiguashca se aventuraba a reproducir su trabajo en la ciudad. Los presentadores agradecían la apertura para este tipo de encuentros, que además tenía sala llena, decían que “hace cincuenta años no habría sido posible”. Todos aplaudían, pero a medida que avanzaba el concierto, se escuchaban los saltos de los asientos que volvían a quedar libres.

La primera vez que Maiguashca se preocupó seriamente de hacer una música de concierto con el material de la música nacional fue en 1969. Había regresado al país con un compañero estadounidense y unas pequeñas grabadoras, en lugar de cámaras fotográficas.

Volvió a recorrer el camino de su casa, en San Diego, hacia el conservatorio, que en ese entonces estaba en la calle Cuenca. Para llegar, debía pasar por los mercados del centro. El ruido de ese entonces lo hacía recordar imágenes de la infancia. Luego de grabar el camino que recorrió de niño cada tarde, lo escuchó y recordó muchas de las vivencias del paisaje sonoro, una expresión musical que empieza a tomar fuerza en los últimos años.

Su primera relación con la muerte también fue desde el sonido. En su casa, cada año su madre sacrificaba los cerdos que criaba. La faena iniciaba a las dos de la mañana, con la familia reunida en el patio. Su primer recuerdo de la jornada se configura a los cinco años, cuando con la familia afuera, él oía desde casa los gritos del cerdo. En su regreso a Ecuador, el mismo año que grabó los mercados, tuvo un dejavú con la escena de la muerte. Un hombre intentaba hacer cruzar a un cerdo un puente. El cerdo gritaba y se rehusaba.

El sonido de los mercados, el discurso folclórico de los políticos en la plaza, ‘Por dónde iré’, el Ayayayayay cantado por Oswaldo Guayasamín, y el grito del cerdo se integran en la composición de Maiguashca. Cada pieza fue cortada a la antigua, en la cinta y se reserva para el futuro. No sabemos cómo sonó Londres hace doscientos años porque nadie lo registró, pero en doscientos años tal vez sí se podrá saber cómo sonó el centro de Quito y la voz de Guayasamín. “Tal vez ni se acuerden quién lo hizo”, dijo Maiguashca sobre esta composición en uno de sus conversatorios.

Para el músico, el paisaje sonoro fue importante desde el principio. “En este tipo de música deja de existir la partitura; el trabajo es un estudio con varios documentos que ya no registran de ninguna manera la música que estamos escuchando, la partitura pasa a ser un elemento no requerido. Los gráficos son bonitos para ver pero no tienen ningún aporte musical”, dijo Maiguashca. Entre su taller y el concierto acusmático, Maiguashca desplegó de sus archivos una parte de la memoria del país. En ellos se encuentra la voz de quien fue el poeta César Dávila Andrade. Junto a él integró un grupo con el que hacían conciertos en Quito. Él de 16 y el poeta un hombre ya maduro. Según Maiguashca, no hablaba mucho de los problemas sociales. Por ello le sorprendió encontrarse con el ‘Boletín y elegía de las mitas’, un poema en el que cada una de las 26 estrofas es una imagen en un español ‘quichuazado’.

Dávila reconstruye la forma en la que los indios andinos fueron esclavizados “un suceso que podría compararse con el holocausto del siglo XX. La tragedia del indio no ha sido visibilizada. Nosotros los indios andinos no hemos llegado a reconciliarnos con la historia porque la historia y el derecho que habríamos tenido a ella no han sido reconciliables”.

Sabe bien que el país nos ha dividido en serranos y en costeños. Pero su tiempo en la ciudad le hizo ver la riqueza visual y la cultura del ruido que la define. “Ahora quiero hacer música para la Costa”, fue la promesa de Mesías Maiguashca antes de partir.

“Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por dilución en lo universal —dijo Fredy Vallejos, citando a Cesaire—. El trabajo de Maiguashca es una respuesta esperanzadora a la advertencia. No debemos cerrarnos al mundo pero tampoco debemos perdernos en él. Encontrar una voz propia que pueda dialogar con otras maneras de interpretar el mundo no es una tarea fácil, pero es la tarea”, dijo Vallejos en el homenaje que le rendía al compositor la Universidad de las Artes. (I)

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