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El Telégrafo
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La prensa creó la escena para la muerte

La prensa creó la escena para la muerte
14 de noviembre de 2013 - 00:00

El movimiento que desemboca en el multitudinario asesinato del 15 de noviembre se inició con la huelga de los trabajadores ferroviarios de Durán, el 17 de octubre de 1922, cuando recibieron el respaldo de las tres centrales existentes: la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (que cobijaba 32 organizaciones), la Asociación Gremial del Astillero y la Confederación Obrera del Guayas. Sus causas no fueron escuchadas y se vieron obligados a paralizar sus funciones desde el día 19 de ese mismo mes. Con toda esa presión, el pliego petitorio fue aceptado y entró en vigencia el día 25.

Tras la consecución satisfactoria de sus peticiones, el germen iniciado se regó por todas las fábricas y entre todos los obreros de la urbe porteña. Luz y Fuerza Eléctrica y Carros Urbanos de la Ciudad entraron en huelga con las mismas peticiones y, con el mismo respaldo de las centrales, la huelga se hizo general.

Oswaldo Albornoz Peralta enumeró 53 organizaciones que participaron en la huelga que dio lugar a la masacre perpetrada en las calles guayaquileñas, mientras la burguesía celebraba y ayudaba al Ejército desde sus balcones y con sus propias armas.

Las rodillas de diario El Comercio estaban postradas a los pies del capital extranjero.El 8 de noviembre de 1922 los trabajadores de la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica y de Carros Urbanos presentaron su pliego, el mismo que debía resolverse en un plazo de 24 horas o, de otro modo, irían a la huelga. La burguesía no cedió, y Guayaquil era nuevamente escenario de la huelga de obreros. Los dueños pusieron también sus condiciones y aceptaron el pliego de peticiones, siempre y cuando se incrementaran las tarifas de los pasajes de tranvías eléctricos y carros urbanos, lo que fue rechazado por los huelguistas.

La situación era compleja y la Federación Regional de Trabajadores Ecuatoriana (FRTE), que era considerada el ala más radical del movimiento obrero, declaró la huelga general junto a la recién conformada Gran Asamblea de Trabajadores (GAT) y la Confederación Obrera del Guayas (COG), que se sumó también con reticencia a la paralización.

Las consignas copaban el ambiente, pero el presidente José Luis Tamayo y sus secuaces querían tranquilidad, de modo que los fusiles y las armas de la burguesía se enderezaron contra el pecho obrero.

Diario El Comercio, lejos de explicar la situación de los obreros o intentar explicar la complejidad de la sociedad guayaquileña de ese momento, se mostraba inconforme con las sucesivas paralizaciones, lo que lo llevó a desprestigiar al movimiento obrero que reclamaba por mejores días para sus familias.

“Todos los que han saludado las elementales lecciones de la Economía Social sobre las huelgas, convienen en que esta medida extrema ocasiona serios disturbios, que pueden acarrear trastornos de la paz política o social”, sostenía el periódico de la familia Mantilla el 8 de noviembre de 1922. A siete días de la masacre, el rotativo ya preparaba el escenario para justificar la sangre que corriera en nombre de la ‘paz política y social’. Esa es la paz que entiende El Comercio: la paz de los cementerios.

Las rodillas de El Comercio estaban postradas a los pies del capital extranjero. Hay que fijarse en esta transcripción del 10 de noviembre: “Ya hemos dicho en repetidas veces. Nuestro país debe ser considerado y equiparado con las pensiones coloniales de las naciones europeas. Es un país virgen, que reclama la mano del hombre para explorar la riqueza desconocida y conocida que tiene, un país que necesita inmigración de gente y de capitales”.

¿Merece algún comentario semejante muestra de cómo ser el perfecto lacayo?

Tal vez por la cercanía de los acontecimientos, por poseer ética periodística o quizá, por qué no pensarlo por lo menos, por identificarse con intereses de la clase trabajadora de Guayaquil, diario El Telégrafo informó con mayor objetividad, que no imparcialidad, acerca de los hechos sucedidos el 15 de noviembre de 1922.

El Telégrafo cumplió, o estuvo muy de cerca de hacerlo, con las normas de la ética periodística al haber dado cabida a los diferentes actores del problema, en este caso, a los obreros, los empresarios y el Gobierno. Incluso, EL TELÉGRAFO manejó un lenguaje más cauto e inteligente en los titulares. He aquí una muestra de lo dicho en algunos de sus titulares publicados entre noviembre y diciembre de ese año: “La solicitud de los obreros en Guayaquil”, “Reclamos de obreros ferroviarios”, “Movimiento obrero en Guayaquil”, “El gran movimiento obrero en Guayaquil”.

De hecho, la Asamblea de Trabajadores del Ferrocarril destacó en una de sus primeras reuniones el papel que estaba jugando EL TELÉGRAFO como testigo del desarrollo de los acontecimientos que, hasta ese momento no se sabía, acabarían con la muerte de varios de los asistentes a ella: La Asamblea de Trabajadores del Ferrocarril presidida por el Sr. Antonio Moya dio lectura a los periódicos de la ciudad de Guayaquil y agradeció el papel imparcial que tomaba EL TELÉGRAFO en la lucha obrera. Además, Moya expresó: “Acompañadme a vivar la leal y patriótica campaña de la prensa, en apoyo de los justísimos reclamos”.

*Texto tomado del libro Con tinta sangre, de Santiago Aguilar Morán.

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