Mónica Varea. Escritora y articulista
La otra mujer de George Clooney
El amor de pareja es, sobre todo, libertad. Con esa frase coincidimos Mónica Varea y yo mientras bebo un café expreso y ella cuenta la historia de los dos amores de su vida: Santiago Cordovez, su esposo, y el actor estadounidense George Clooney, su novio.
“Lo malo es que se casó con otra. Y ella es abogada”, dice con una sonrisa triste, convencida de que su pasión por Clooney no es ninguna broma.
Rodeados de miles de libros de todos los temas que uno imagine, en la acogedora librería quiteña Rayuela, y por si alguna duda quedara, el tema del actor hollywoodense concentra por un momento la conversación porque ella dice que es en serio su amor por él desde que lo conoció en la famosa serie de televisión ER, en la que él actuaba como médico.
Mónica también es abogada, como la esposa real de Clooney, pero prefiere hablar en pasado: fue abogada, porque nunca más volvió a ejercer su profesión desde el día que decidió vender libros.
Hoy es escritora, dirige su librería Rayuela, en sociedad con una de sus hermanas, y es columnista del diario El Universo. Estas son las otras pasiones que la acompañan desde hace dos décadas, por lo menos, junto con Santiago, con quien está casada desde hace más de 40 años, y de sus hijas Carolina y Paz, a quienes les ha dejado volar con sus propias alas, y como están lejos las extraña cada día.
Santiago administra una hacienda y Mónica una librería. Y aunque sus aficiones por la lectura no empatan, el amor se mantiene intacto durante tantos años (incluso a pesar de Clooney) porque él, de 62 años, y ella, de 60, han logrado construir una relación basada en el respeto, en la comprensión, en la capacidad de entenderse cada uno en sus especificidades y en la tranquila serenidad con la que llevan la relación.
Mónica lo explica mejor: “El matrimonio dura cuando existe en paralelo. Cuando la relación no se mancha con escenas de celos o te vuelves cortanotas. Cuando las dos personas caminan juntas, pero en paralelo, cada una con sus propias esencias y sus propias identidades, sin tratar de que uno de los dos trate de convertir al otro en una suerte de clon”.
Santiago, como suelen decir los hacendados de la provincia de Chimborazo, es “Cordovez de Riobamba”. Y Mónica es “Varea de Latacunga”. Rancia aristocracia en joda, dice ella, quien desde la dulzura y la armonía interior que proyecta tiene el don de hacer reír sin estruendo, de contar los episodios de su vida con fino humor, como si todo lo que le ha ocurrido viniera envuelto en un invisible velo de alegría vital.
Afuera llueve con furia. Detrás de las vitrinas de la librería, ubicada en la calle Alemán, una pequeña calle detrás del supermercado de la avenida Seis de Diciembre, no solo se oye el choque de las gruesas gotas contra la acera y el pavimento de la calle, sino los truenos de un cielo enojado que arroja rayos y truenos sobre la ciudad.
Ríe cuando recuerda que su amiga Soledad Córdova, escritora también, suele decir que librería Rayuela es “la Casa de la Cultura núcleo del Megamaxi”.
Y luego cambian los gestos de su rostro y los movimientos de sus manos cuando, a propósito del agresivo cielo que se muestra afuera, expresa que para muchos hablar del cielo es hablar de Dios, pero para ella no.
Pese a su formación escolar y colegial en el colegio La Dolorosa, regido por monjas, y al entorno conservador que la rodeaba desde que nació, dejó de creer en lo que sus profesoras llamaban “la divina providencia” cuando nació Paz, su segunda hija.
No puede creer en un Dios que siendo todopoderoso, como dicen que es, no sea capaz de evitar las catástrofes humanitarias, la hambruna en África, las guerras, los odios, la violencia desmedida de unos seres humanos contra otros, la agresión sexual de los hombres a las mujeres y a los niños, el sufrimiento de una familia por las enfermedades o los males de los padres o de los hijos.
Reflexiona tomándose las manos, una sobre otra en forma alternada: “No es posible que traten de convencerte de que aguantes todos los sufrimientos posibles en la Tierra porque cuando mueras irás a un paraíso que nadie sabe dónde puede estar y que allí tendrás tu recompensa”.
Y dice más luego de una ligera interrupción por una llamada telefónica inaplazable, según le comenta Juan Fernando Jervis, su compañero en la administración de Rayuela: “Si Dios fuera nuestro padre, como dicen por ahí, sería como somos quienes tenemos hijos: compinches, alcahuetes, tiernos, comprensivos, amigos. No es posible que nos enseñen a temer a Dios. Es absurdo. A un padre no se lo teme. Se lo busca con amor para que te proteja porque sabes que siempre cuentas con él”.
Es una mujer de izquierda. Y como tal, expresa que no es una mujer decente, porque ser de izquierda es lo contrario de lo políticamente correcto, ser de izquierda es alzarse contra el stablishment.
Y aclara: “Pero soy de izquierda real, que se resume en la coherencia entre lo que piensas y lo que haces, en el deseo cotidiano de que exista una verdadera justicia, en la rebeldía contra la corrupción y la megalomanía del poder que se cree dueño de la verdad”.
Y da un ejemplo: “No puede ser gobierno de izquierda el que pone en manos del Opus Dei el Plan Familia”. Así de concreta y valiente es Mónica Varea, como cuando ha levantado tremendas polémicas cuando escribió para El Universo “Duele la izquierda” y recibió insultos, ofensas y terribles epítetos de quienes se sintieron aludidos porque se creen de izquierda. O cuando publicó un artículo contra el monumento al expresidente León Febres Cordero y recibió la misma andanada de improperios de quienes le respondieron que a la derecha no se la puede tocar ni hacerle críticas.
Ha escrito siete libros para niños (Margarita Peripecias es el de más éxito) y uno, reciente, que no se enmarca en ninguna clasificación formal: su aplaudida “Autobiografía no autorizada”, que ya va por su segunda edición.
La exabogada es pura vida y humor. Cuando presentó su nuevo libro en Rayuela invitó a su amor George Clooney y él, puntual, estuvo ahí, en una réplica de tamaño natural. ¿Cómo no amar a quien nunca le ha fallado? (I)