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El Telégrafo
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Entrevista / Ángel emilio Hidalgo / investigador histórico y nuevo miembro de la academia nacional de historia

La historia va de la mano con la docencia

Foto: Karly Torres/El Telégrafo
Foto: Karly Torres/El Telégrafo
06 de enero de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

El 12 de diciembre de 2014, el investigador Ángel Emilio Hidalgo fue incorporado como nuevo integrante de la Academia Nacional de Historia en un evento en el auditorio del MAAC en Guayaquil.

Hidalgo, de 41 años, es magíster en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador) y máster en Historia de América Latina por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España.

Se ha dedicado a la investigación histórica hace 20 años y ha publicado en solitario seis libros como Guayaquil. Los Diez. Los Veinte, El artesanado en Guayaquil. Gremios, sociedades artesanales y círculos obreros (1688-1925); Entre dos aguas. Tradición y modernidad en Guayaquil (1750-1895); Aporte y legado de los migrantes en Guayaquil, 1860-1982; El pensamiento integracionista de Simón Bolívar; y Sociabilidad letrada y modernidad (1895-1920)’.

Asimismo, se ha desempeñado como profesor universitario en varias instituciones de la urbe así como locutor de dos programas de salsa en la Universidad Católica de  Santiago de Guayaquil y en la desaparecida radio Colón FM.

De acuerdo a lo que Hidalgo expresó en una entrevista con este diario, todo inició en noviembre del 2013 cuando Jorge Núñez Sánchez, director de la Academia, le dijo que quería proponer su nombre para ser considerado en el Consejo de número de la Academia Nacional de Historia.

Después de que el director de la ANH le mencionara la idea de proponer su nombre, ¿qué requisitos tuvo que cumplir?

Al mes siguiente que hablé con el Sr. Núñez, envié fotocopias de mis publicaciones y libros, 9 en total: 3 de poesía y 6 de historia. El 10 de abril de 2014 recibí la carta del Dr. Gustavo Pérez Ramírez, secretario de la ANH, donde comunicaba que los miembros aprobaron que fuera parte de la Academia y me invitaban a preparar mi discurso. Me daban un año de plazo para prepararlo.

¿Cómo se involucró en la investigación histórica?

En 1994 me gradué de licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero para ese entonces indagaba en la historia y genealogía de mi familia. En esos años también me estrenaba como poeta con mi primer libro Beberás de estas aguas (1997) que en 1996 obtuvo el Premio Nacional Ismael Pérez Pazmiño. Escribía poesía desde los 12 o 13 años.
Con el tiempo cada vez profundicé más en la investigación histórica del país hasta que en 2003 salió el primer libro de historia en el que participé pero en coautoría con Karen Stothert, Florencio Compte, Willington Paredes, Carlos Tutivén y yo.
En 2000 salió mi primer artículo científico de historia en una publicación de la revista del Instituto de Historia Marítima, era sobre la revuelta del Esmeraldas hecha por Eloy Alfaro en 1880. Seguí investigando y en 2008 publiqué mi primera obra en solitario titulada Guayaquil. Los Diez. Los Veinte.

¿Por qué sus obras se centran en el siglo XIX e inicios del XX? ¿Qué le llamó la atención?

Desde que inicié me interesé en la primera modernidad, también llamada “modernidad liberal”. Por ejemplo, en mi primer libro, ‘Guayaquil. Los Diez. Los Veinte’, estudio el aporte de cuatro fotógrafos documentalistas urbanos  de inicios del siglo XX, quienes fueron Enrique de Grau, José Rodríguez González, Miguel Ángel Santos y Rodolfo Peña Echaiz.

Si se dedica a la investigación, ¿por qué escogió trabajar como profesor? ¿Cómo surgió esa vocación?

Empecé como catedrático universitario en 2004 cuando nació el Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE) y hasta la actualidad dictó clases de Cultura Ecuatoriana 1 y 2. También soy docente investigativo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, y hace poco tiempo empecé a dictar la materia Arte y Cultura del Ecuador en la Universidad de las Artes.
Reconozco lo que me han dado mis maestros como mi mentora, la historiadora del arte Lupe Álvarez, quien fue mi jefa en el Museo del Banco Central del Ecuador, desde 2000 hasta 2004.
También aprendí una importante lección de Enrique Ayala Mora, rector y catedrático de la Universidad Andina Simón Bolívar, (Quito), quien me enseñó que el historiador debe tener una función social y que lo más importante es la cátedra y la divulgación académica, que los libros no queden entre los historiadores sino que se difundan.

Pero, ¿cuál es el obstáculo para que se difundan estas obras?

Muchos historiadores se regodean en su vanidad, “no se mojan el poncho” convirtiéndose en divulgadores de la historia del país. El que se mete a esto debe tener claro que la difusión debe ir de la mano de una vocación pedagógica. La historia es la memoria viviente de las sociedades; esta les enseña a verse a sí mismas como resultado de múltiples sentidos y escenarios que se desarrollan a través del tiempo. Nos enseña a aprender de los errores cometidos en el pasado y a no volver a cometerlos. El historiador es un portavoz de la conciencia histórica de una sociedad.

¿Cree que ha dejado algún legado en estos años de docencia?

Fui tutor de tesis de Lorena Peña y Daniel Chonillo (ambos del ITAE) que expusieron en Espacio Vacío y está registrado en el blog Río Revuelto de Rodolfo Kronfle. Mis clases de Cultura Ecuatoriana también se han reflejado en algunas de las obras de los artistas Juan Caguana, Ilich Castillo,Sandra González, Oswaldo Terreros, entre otros. Ese es el legado que deja el historiador-profesor.

¿Cuál es esa faceta que no todos conocen del historiador-docente?

Soy salsero. La influencia vino de mi padre ya que crecí oyendo esa música. Tengo una colección de más de 2 mil discos de salsa y son cubano, incluso de joven iba a una salsoteca que funcionaba en el sector Las Acacias. Otro ejemplo de mi amor por este género es cuando viajé a Lima para asistir al concierto de la Fania All Stars el 19 de marzo de 2011 junto a mi amigo Juan Carlos Andrade. Fue un sueño hecho realidad, al día siguiente fuimos al Sheraton para tomarnos fotos con esos “grandes monstruos de la salsa”.

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