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El Telégrafo
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Jorge Drexler: El éxito para mí es la muerte de un proceso

Jorge Drexler: El éxito para mí es la muerte de un proceso
Foto: Archivo/El Telégrafo
07 de julio de 2013 - 00:00 - Diana Romero y Óscar Pineda

Usted le da un espacio preferencial, casi reverencial, a la palabra. Incluso menciona sus usos en fórmulas como el aforismo, el palíndromo. ¿Qué espacio tiene la palabra en su vida y, en particular, sobre la música que compone?

Mi relación con la palabra es autodidacta. No tengo una formación literaria ni lingüística, ni filológica. Es decir, lo único que estudié sistemáticamente es música y medicina. Pero desde chico tengo una relación con la palabra, siempre me gustó. Desde chico empecé a escribir. Lo raro es que no me haya puesto a estudiar eso  por tradición familiar, aunque después terminé pensando que la realidad humana es como una habitación en la que uno puede entrar por puertas muy diferentes, casi no importa por dónde entres si tienes ganas de conocer. Así empecé siendo cancionista. Era primero un guitarrista, luego  compositor, después cantante y recién, mucho después, letrista. Tuve, en mis primeros discos, un letrista que me quitó de encima la angustia de escribir, hasta que me di cuenta de que la angustia de escribir era lo que había. Y que más vale vivir la angustia propia, que era la dificultad de encontrar cómo adaptar la letra de los demás, así que no me quedó más remedio que escribir. De ahí empezó una relación  con la palabra que fue creciendo.

Fue una especie de evolución...
La guitarra primero, la melodía después y el texto último, que era la manera jerárquica como yo veía las tres cosas. Siempre me he considerado más músico que letrista. Y eso fue cambiando de a poco porque quiero creer que soy una persona flexible, que va cambiando sus maneras de accionar y, para probar diferentes puertas de entrada a la canción, fui abriéndome al texto hasta que en el disco “Eco” hay dos canciones escritas desde la palabra: “La milonga del moro judío” y “Guitarra y voz”. “La milonga del moro judío” es en décima; fue la primera vez que escribía en décima, y “Guitarra y voz” desde el caos, desde la estructura abierta, desde la escritura no periódica, más parecida a la del rap, con rimas asimétricas, con entradas y salidas, más parecidas al discurso hablado. Ahí digo, bueno, cuando uno empieza por la palabra toca un mundo diferente al que cuando empieza con la música. Ya no pude parar, de ahí en adelante el disco “12 segundos de oscuridad” estuvo escrito en gran parte desde la palabra y muchas cosas recibieron música después. Y lo mismo pasó con “Amar la trama”.

En su pasión por la palabra usted se refería a Twitter. ¿Cómo incluye a esta red social?
Cuando entré en Twitter con “Amar la trama”, esa debió ser la ocasión en la que más escribí poesía. Nunca me consideré un poeta, soy un escritor de letras de canciones, hasta que entré en Twitter, quizá eso me hizo sentir como poeta, en el sentido de que me obligó a escribir. Y ¿por qué me refiero a aforismos, a epigramas o palíndromos? Son todos géneros que entran en ciento cuarenta caracteres. El Twitter que me interesa a mí no es el que menciona “estoy desayunando”, no es el del ombliguismo o el exclusivamente promocional, es el Twitter de la experiencia a través de la palabra. Esta red social, aunque no lo es la mayor parte de las veces, puede ser un ámbito literario porque surge de una limitación literaria. ¿Cómo defines Twitter si tienes 140 caracteres? Tienes que encontrar gracia en esos 140 caracteres. Cómo encuentras la gracia si trabajas con texto, a veces mediante la estructura (usas el palíndromo), a veces desde la métrica (trabajando en verso), a veces desde el ingenio y sobre todo la economía. Entonces el mundo de la palabra fue entrando y entrando. La décima también tuvo que ver con eso. Además, mi contacto con Alexis Díaz Pimienta, un improvisador que les recomiendo, un cubano repentista que ha sido mi profesor de poesía e improvisación en los últimos años, hizo que entre a investigar y a leer cosas que no había leído antes: a los poetas del Siglo de Oro español. Estoy recién al principio del camino de saber acerca de la poesía; pero sí que he entrado tanto, que ahora que me he lanzado más al lado del texto que de la música, tengo que hacer el camino de regreso para que no se me afloje la música.

Tiempo atrás, cuando le consultaban si los premios eran importantes, usted decía, no sé si intentando apuntar a una dualidad: vida pública y privada, que su vida la dispone sobre cuatro círculos denominados vida personal, artística, laboral y mediática. ¿Puede ampliar esto?
Los premios son importantes, importantísimos, pero en un reducto, en su propio espacio, como muchas cosas son importantísimas en algunos lugares y carecen de absoluta importancia en otros. El problema para mí es confundir esos lugares. Hay algo muy sencillo, el mundo de las expectativas es cuantitativo, donde lo que yo hago se mide por cantidades, el rating, por ejemplo, de un programa de televisión, el número de las cifras de ventas de un disco o las cifras de ventas de una entrada, es un mundo al que es difícil de renunciar, es difícil de mantenerse fuera, pero es un mundo muy tóxico, no hay salida feliz del mundo de las expectativas si uno se centra solo en eso. Lo que no mucha gente sabe es que pasan cosas muy duras cuando se cumplen las expectativas. Me decía alguien: “cualquier persona se recupera de un fracaso, muy pocas de un éxito”.

Y yo siempre he tratado de mantener el mundo de las expectativas, el mundo de los premios, de las cifras, en un sitio, importante, porque también existe y también determina muchas cosas. Si yo no vendiera un número suficiente de entradas no podría traer mi propio iluminador y no podría traer a mi equipo de seis personas. Veo a mi mundo y la relación con la canción en cuatro círculos concéntricos: el exterior, que es el mediático, es esto de lo que estamos hablando, lo que la gente conoce de uno y de sus canciones; el siguiente es el laboral, que significa que esto es un trabajo para mí, que yo cobro por el concierto que voy a hacer mañana (ayer),  y que estoy muy orgulloso de vivir de mi profesión; el tercero, más adentro, es la disciplina artística, yo la canción me la tomo en serio, trato de desarrollarla, de aprender, de abrir puertas nuevas, de buscar en ella; y la esfera de adentro, la interna, es la canción que es una herramienta personal.

La canción está en todos los círculos...
Las canciones no son solo la búsqueda de la belleza artística o un medio laboral, o lo que la gente ve desde afuera; las canciones son un espejo de lo que voy escribiendo. Voy  aprendiendo con ellas y estas se incorporan a mis vivencias, exorciso cosas con ellas, convoco a otras cosas con ellas, anticipo o cierro algunas cosas con ellas, es una experiencia muy personal. Los premios  impregnan totalmente el círculo mediático; y estos te dan a conocer a más gente, te ayudan a llevar el arte a una parte diferente, la parte artística de una canción mejora, puedes ir a grabar afuera, te puedes presentar con una orquesta, y no toca mucho el círculo artístico ni el círculo personal si te cuidas.

Uno no escribe ni mejores canciones si te dan premios ni peores. Y tampoco uno es mejor o peor persona porque le den premios, pero están bien donde están y yo estoy muy orgulloso de ellos, les agradezco. Y soy consciente de la enorme arbitrariedad de un premio. Es decir, por un número de votos más, por unos votos menos yo no tendría tal o cual premio, de repente tendría un par más. De verdad, el placer intenso que da el conectar por un instante con un todo y tener la suerte de resolver una estrofa, por ejemplo, es incomparablemente más sublime que el placer de consumo rápido y explosivo que da un premio.

Su último disco, el de darle más valor a la trama que al desenlace, ¿es una metáfora de la vida, una especie de filosofía de vida?
Sí que es una filosofía de vida, pero se parece más a una canción de cuna que a una filosofía de vida. Uno no le canta una canción de cuna a un niño que ya está dormido, uno le canta cuando está despierto, para que se duerma. Y yo no escribo canciones sobre lo que está en calma.  “Amar la trama más que el desenlace” es un mantra en el sentido de que es algo de lo que no se tiene mucha garantía, de algo por lo que uno tiene que pelear cada día. No hay un estadio, hay un proceso, uno no está en calma, uno tiende hacia la calma, la trata de buscar de alguna manera, la consigue poco a veces, la consigue más en otras cuando se tiene más suerte. Es una invocación, no una constatación, por eso se parece a una canción de cuna.

Quizá por ese lado no se la ha visto. A veces se quiere más la resolución de un proceso que hacer el trayecto, quizá complicado, para alcanzar dicha respuesta o finalidad...
Pasa otra cosa interesante con la palabra éxito, por eso me gusta mucho cuando me preguntan por el éxito, porque la gente lo ve a uno como una persona exitosa, y todo el mundo disfruta de eso. Obvio, me siento muy agradecido por ello. Pero es una palabra que no me gusta. Viene del latín salida “exit”, o si no “exitus”, que en medicina quiere decir muerte o la salida de la vida. El éxito para mí es la muerte de un proceso. Un proceso deja de funcionar cuando se solidifica, cuando uno deja de ser una persona y pasa a ser una estatua; o quizá otra palabra que me parece  espantosa es “conservatorio”. Dicen: “Me voy a estudiar música al conservatorio”. Es decir, si hay algo de lo que la música no precisa es de la conservación. Schubert, Mozart, a los que tocan en ese conservatorio, para mí son una música viva, no se trata de una música que está en una lata de conserva.

Lo que quiero decir es que los procesos siguen vivos. Quien asuma que el éxito es un estadio, para mí se pierde lo más lindo, que es el vértigo de la hoja en blanco, el miedo a empezar de cero, el miedo que tiene que haber ante el acto creativo que implica un salto de la nada al algo. Para que haya algo tiene que haber la nada previamente y para que haya nada tiene que haber miedo; y este, el miedo, resulta ser un valor paradojal que sirve para surgir, para no dar las cosas por hechas.

Algunos medios han encasillado su música dentro de una categoría a la que han denominado “trova-pop”.¿Cuáles son los caminos musicales o los estilos que recorre su trabajo?¿Hacia dónde está orientado?

Si tuviera que definir lo que hago, no sé muy bien como lo haría; por suerte no tengo que hacerlo, no es mi trabajo. Tú lo has dicho: “han encasillado su género dentro de...”. Yo no me defino como “trova pop”. La única que suelto a veces es la de “cancionista” porque es como decir: “hace canciones”. Nunca busco la música por género, por ejemplo... me gustan cosas del mundo de la cumbia pasando por el amorfino, que lo acabo de conocer hoy (el viernes pasado). El género no es una cosa importante para mí.

En sus canciones existe una especie de disociación entre ritmo y la métrica, en canciones específicas como “mi guitarra y vos”. ¿Por qué no tiene problema en romper ese canon de la música tradicional, en donde sí  van enganchadas la letra y la música a un solo ritmo?
En realidad la música y la palabra van juntas y nadie sabe desde cuando. El otro día leía un libro de Daniel Levitín: “El mundo en seis canciones”, que dice que la canción existe con nosotros desde antes de estar constituidos como especie, de cómo desde antes de ser homo erectus ya habían instrumentos musicales, cuando todavía el lenguaje era un protolenguaje. A mí no me extrañaría en lo absoluto porque hay algo inexplicable entre lo que sucede entre un lenguaje abstracto como la música y uno concreto como el texto, en la canción. Hay un río subterráneo que une o separa las cosas que -no sé cómo explicarlo- pero que está ahí. Todo el mundo se puede dar cuenta de que existen canciones absolutamente sublimes escritas con una letra completamente banal, o que, sacada de su contexto, no quiere decir nada y lo mismo pasa con la música. Que esta vaya en conjunción absoluta  con la métrica son herramientas y a veces me gusta generar esa tensión entre la métrica propia del texto y la métrica de la música. Ambas son experiencias rítmicas que no sé si son diferenciables (...) no está muy clara a veces la barrera entre las dos, pero lo cierto es que se genera una tensión, no hay una fórmula, a veces favorece y a veces destruye, depende como la uses.

Durante sus conciertos usted utiliza instrumentos alternativos. En Quito, el año pasado, utilizó un serrucho y un theremin. ¿Por qué recurrir a estas herramientas poco convencionales?
 Por curiosidad, soy una persona muy “golosa”, tengo mucha curiosidad y me gusta probar cosas nuevas. Lo mismo que me pasa con la hoja en blanco, de ver que aquí no había esto, que yo no me había movido nunca en este territorio sonoro, entonces vamos a buscarlo y  vamos a trabajar ahí. Es por el vértigo de buscar, de probar, la curiosidad... por eso no escribo cuando estoy de gira, porque me da curiosidad por conocer lo que más pueda, ver lo que pueda, salir de noche con los amigos, conocer gente... y lo mismo me pasa con los instrumentos. Los vivo de la misma manera, en vez de quedarme quieto con una estructura sonora, prefiero ir buscando. Yo creo que eso es más un defecto que una virtud, porque hay un tipo de inquietud que me hace buscar siempre cosas... Hay artistas a los que yo no les pido que cambien el sonido. Artistas como João Gilberto lo hacen bien y sé  que van a traer siempre un mismo sonido. Hay otros como Leonard Cohen o Caetano Veloso en donde cada disco  nuevo  es una experiencia y te exige un tránsito, un cambio. Yo soy más familiar con este tipo de situaciones.

¿Cómo se siente usted respecto a las posibilidades? En su canción “Sea” habla de eso y no sé si el concepto de alguna forma esté conectado con la relación numérica de la que se vale  la aplicación “N”, que permite combinaciones de una misma canción al azar...
He estado dándole vuelta al mundo de las posibilidades. Nunca había relacionado “Sea” con ese mundo, y la aplicación “N” se podría haber llamado también “Sea”, porque las canciones habrían podido ser “lo que sean”. Hay dos cosas: “N” es un experimento poético  a través de la combinatoriedad  con la interacción humana, porque el oyente decide cosas, pero, la otra cosa, es que el azar también define mucho. Cada vez que abres “Habitación 316” aunque no toques nada, esa  es una de las 2.9 x (10) 27 posibilidades diferentes de la canción.

La probabilidad de que repitas, abriendo una detrás de otra, a lo largo de una vida de 80 años, es una en 100 mil millones de billones, o sea es imposible. Piensa en un puñado de arena, en una playa. Ahora piensa en toda la playa, en toda la profundidad para abajo y todas las playas de esa región, todas las de ese país, las de ese continente y las del mundo y de mil mundos... mayor es el número de posibilidades, entonces es lo más cerca de infinito que uno haya estado.

A mí me gusta eso, me gusta ese vértigo, la poesía es vértigo de alguna manera. Es ese tránsito... Como dice Allen Ginsberg, “la poesía es la palabra cuando adquiere poder”. Las mismas palabras que utilizas para escribir por ejemplo, una lista de compras, pueden ser cambiadas de orden y ¡buah!  te llevan hacia otro lado, hacia ese vértigo que te impulsa, como una epifanía momentánea que se produce cuando lees o escribes algo que está bien.

Bueno, este es un tema tratado hasta el hartazgo, pero vale la pena repreguntar o plantear otra arista de reflexión. ¿Que no haya cantado el tema “Al otro lado del río” en la ceremonia de los Oscar de 2005 y lo haya hecho Antonio Banderas porque su cara es conocida y favorecía al rating, es un síntoma de la sociedad contemporánea donde importa más la espectacularidad que la particularidad. Algo propio de la globalización?
 Absolutamente. Está la espectacularidad por encima de lo particular, de la decisión estética o artística. Me produjo un shock a mí porque no lo podía entender. Yo había siempre estado dispuesto a tomar decisiones estéticas con mis canciones y a participar de todo lo que las involucraba; y no es una cuestión heroica,  no es que estuviera molesto porque no me llamaron a mí, es que estaba desconcertado porque no me habían consultado. (En dicha entrega de los premios de la Academia, en lugar de dar el discurso de agradecimiento, Jorge Drexler cantó a capella “Al otro lado del río” y aquello fue tomado como una revancha).

Yo les hubiera dicho que la cante Mercedes Sosa o Enrique Morente, Caetano Veloso o Adriana Varela. Estoy acostumbrado a que otros canten mis canciones. La idea esa de que el mundo latino es igual y que todo da lo mismo, que la cueca chilena y la cumbia colombiana son lo mismo, para una mentalidad simplista son lo mismo, pero eso no significa que sea así. El iberoamericano es un mundo cultural complejo, no se puede así nomás meter en una licuadora a Chabuca Granda y a Compay Segundo, son dos cosas maravillosas pero muy distintas. Y me molestó por mi enorme ingenuidad sobre la ceremonia de los Oscar hasta ese momento. Y qué iban a hacer, es el programa con más rating luego de la final del mundial, van a perder  por poner una cara desconocida. Si crees que te van a poner eres un ingenuo. Es un mundo que se mueve con cifras, -los premios Oscar- venían perdiendo rating hace algunos años y necesitaban cifras. Y mi cara no daba esas cifras. Y no era algo personal, me lo explicó el productor y me dijo que perdían su trabajo si no tenían rating.

Es una cosa tonta aquello de que lo que yo hice fue una “bofetada al imperio”, en realidad sí que fue, pero con guante blanco. Que tire la primera piedra la televisión regional o qué periódico por más chico que sea no dependan del rating, es una cosa endémica. No estaba enfadado con la Academia, mejor aún, la elección de “Al otro lado del río” habla bien de la presencia de nuestro idioma en la sociedad norteamericana.

Seguro sus fanáticos lo querrán saber: ¿De qué se tratan sus nuevos proyectos musicales?
 Estamos preparando un disco para el primer tercio del 2014. Estoy terminando de escribir y no tengo mucha idea de por dónde irá...

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